_
_
_
_
Tribuna:GUERRA EN IRAK | El debate político
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bagdad y "el espíritu de los tiempos"

Bernabé López García

No es nuevo lo que ocurre en Irak en estos días y no me refiero a que estemos asistiendo a una reedición de la guerra de 1991, con la que sin duda hay no pocas concomitancias por la repetición de escenarios y actores, pero también diferencias esenciales que quienes dicen gobernarnos se empeñan en no ver. No es una referencia tan cercana la que me mueve a comparación, sino otra toma de Bagdad en plena Primera Guerra Mundial, en 1917, que motivó por parte del secretario de Asuntos Orientales británico en El Cairo, Mark Sykes, un proyecto que tituló, no sin cierto cinismo, Nuestra posición en Mesopotamia en relación con el espíritu de los tiempos.

Escribía Sykes, conocido por el famoso reparto de Oriente Medio efectuado en mayo de 1916 con Georges Picot, cónsul francés en Beirut, con el único instrumento de un lápiz rojiazul sobre un mapa de la zona y unas cuantas instrucciones recibidas desde Londres y París, que "si los ingleses deben dirigir, debemos encontrar las razones de moda (up to date) para actuar así y las fórmulas de moda para hacer que el país marche. Tenemos que convencer a nuestra propia democracia de que son los ingleses quienes deben hacer el trabajo y hacerlo también de cara a las demás democracias del mundo".

Se nos vende que será un Irak democrático. ¿Pero cómo levantar sobre ruinas esa democracia?
Más información
Un tanque de EE UU mató a José Couso

En medio de una guerra de la envergadura de la de 1914, el frente iraquí era suficientemente menor por alejado de los escenarios europeos, pero no carecía de importancia porque constituía un lugar estratégico clave por sus propios yacimientos y por su cercanía a los de la Iranian Petroleum Company. Sólo dos años antes, en 1912, la Marina británica había abandonado el carbón por el petróleo. Por esa razón, al iniciarse la guerra, los británicos ocupan en unas semanas, no sin esfuerzo y resistencia, Basora, cuyos ciudadanos no los recibirán precisamente -al igual que ha ocurrido ahora- con los brazos abiertos. El camino hacia Bagdad fue mucho más cruento y lento, como lo describiera Edmund Chandler en su libro The Long Road to Baghdad y no se conquistó la capital hasta 1917 tras duros reveses como el de Kut en 1916. Durante toda esta larga guerra, los ingleses fueron considerados "una fuerza extranjera que invadía un territorio enemigo", como recuerda T. E. Lawrence en Los siete pilares de la sabiduría, que calificará los métodos empleados para conquistar el territorio de "tácticas de leñador".

El proyecto de Sykes para Mesopotamia no mostraba fe alguna en el pueblo conquistado. En tiempos de los 14 puntos del presidente Wilson que se apoyaban en el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, nada menos "de moda" que decir: "Los pueblos mesopotámicos no pueden desarrollarse por sí mismos, no hay ninguna posibilidad de extraer de inmediato un gobierno de los cuatro o cinco núcleos cerrados que son las oligarquías municipales, una colección de truhanes ribereños y una franja de nómadas patriarcales". Esa era una de las fuertes razones que se esgrimían para hacerse cargo de la dirección del país, si bien la principal no era otra que la consideración de Mesopotamia vomo "uno de los yacimientos potenciales de petróleo y de alimento para el mundo", ya que los turcos, de seguir controlándola, no harían sino utilizarlo en provecho de su potencia militarista e imperial.

El documento planteaba, como se hace en la guerra de ahora, la posguerra. Cierto que las guerras de entonces no eran tan destructoras como para que constituyeran un negocio de la envergadura del que ahora se anuncia en Irak. Creyéndose un demócrata moderno, Sykes argumentaba que el desarrollo del nuevo Irak debía ser abordado sin que beneficiase a un único grupo capitalista, sin que presupusiese el aumento del poderío militar de quien estuviese llamado a gobernarlo y sin trabar la libertad de sus habitantes. Pero para convencer a los otros países era necesario demostrar que las poblaciones preferían a los británicos frente al mantenimiento del viejo poder otomano o incluso frente a la independencia inmediata que la administración tutelar debía prefigurar.

Todo ello exigía tomar unas medidas que hoy suenan a clara manipulación, como por otra parte demostró la historia posterior. En primer lugar, era necesario preparar el terreno, lo que pasaba por presionar a los cristianos y judíos que habitaban en el territorio, apenas un 6% de la población de Irak, a fin de que reclamasen la presencia británica como garantía. El método propuesto no era ni más ni menos, según sus propias palabras, que la "manipulación de los comités sionistas y armenios" para conseguir sus fines.

Pero era también necesario, de un lado, fomentar las "ventajas de la civilización" de cara a las clases medias urbanas, al tiempo que "subvencionar a los grandes jefes beduinos del desierto". Algo que Gran Bretaña ya practicaba desde hacía tiempo con las familias de emires que gobernaban en los pequeños enclaves del llamado Golfo de la Tregua (el Golfo arabo-pérsico) o incluso con la familia saudí que por entonces abordaba en solitario su conquista de la península Arábiga. Estas subvenciones fueron de gran utilidad a la hora de obtener respuestas favorables en el referéndum que se llevó a cabo en Irak en diciembre de 1918 y enero de 1919 entre los notables, a fin de justificar el establecimiento de "un Estado árabe bajo control británico". Londres consiguió lo que quería pero no evitó que cuajase el malestar entre las poblaciones shiíes del sur del país, que se alzaron contra la ocupación en la revuelta de junio de 1920, dirigida por los religiosos de las ciudades santas de Nayaf y Kerbala, saldada con millares de muertos.

El documento de Sykes identificaba a un actor que habría de servir de instrumento para llevar a cabo su plan: el nacionalismo árabe, que por entonces emergía frente a los turcos y que ya había prestado algunos servicios en la figura del Emir Faisal. Sykes proponía nada menos que "lanzar un movimiento nacionalista árabe reclutado entre la inteligencia árabe y promover sus miembros a los puestos oficiales". Nacionalismo árabe que debía ser el fundamento de la enseñanza impartida en las escuelas. Naturalmente se trataba de un nacionalismo instrumental, difundido también por una prensa árabe que debía ser subvencionada para fomentar el odio a los turcos y presentar a los británicos como sus protectores.

A la pregunta de si la apuesta de los británicos por el nacionalismo árabe fue o no correcta, se respondería que no hubo en realidad tal apuesta, sino traición a las aspiraciones de los nacionalistas, que pretendían crear un reino unido en lo que hoy es ese mosaico explosivo de Oriente Medio. Más bien se instrumentalizó a algunos de sus líderes, instalándolos en tronos y gobiernos del despedazado territorio. El nacionalismo árabe se convirtió así en un irredentismo que terminó volviéndose en contra de quienes lo fomentaron como ideología de apoyo a su proyecto "liberador". Ese nacionalismo no es otro que el que aflora hoy en las poblaciones iraquíes en contra de quienes consideran invasores.

¿En qué factor, ideología o grupos van a apoyarse las fuerzas americano-británicas en la guerra actual? ¿Qué Irak pretenden construir? Se nos vende que será un Irak liberado, un Irak democrático. ¿Pero cómo levantar sobre ruinas y rencores esa democracia? Sykes proponía apoyarse en "quienes buscan un empleo, en la inteligencia, en quienes quieren seguridad en su vida y bienes, en los comerciantes y judíos, en quienes buscan menos impuestos sin servicio militar, en el campesinado sedentario, en quienes aspiran a una posición, en los notables...".¿En quiénes se apoyarán los americanos y británicos para que el país desarticulado no cambie simplemente de unas redes mafiosas a otras nuevas? ¿Terminarán tal vez por admitir que sean los mismos baasistas sin Sadam reconvertidos en "flamantes demócratas" los que configuren el nuevo mando que los americanos necesitan? Al fin y al cabo eso fue lo que a la postre hicieron los británicos al apoyarse en la vieja casta suní que había servido de apoyo a los otomanos.

Sobre los años de dictaduras acumuladas, la sociedad iraquí ha padecido los efectos de la política de aislamiento y embargo, lo que ciertamente ha contribuido a esquilmar y desconectar del exterior a su débil sociedad civil, impidiendo que configure una alternativa sobre la que construir el futuro del país. ¿De qué servirá una reconstrucción física -aparte de beneficiar a las empresas que se repartan el negocio- sin anteponer la reconstrucción humana de un pueblo como el iraquí que no ha conocido un solo minuto de democracia en las ocho décadas desde que se constituyó con sus actuales fronteras?

Se habla de régimen provisional, se nombran incluso los procónsules que han de dirigirlo. El protectorado está servido. Naturalmente "el espíritu de los tiempos" le llamará régimen de garantía de las libertades bajo administración provisional americana o algo así. Los nuevos vencedores no ocultan un descaro y un cinismo similares al de Sykes en 1918 cuando proponía establecer un régimen provisional en Irak por 25 años bajo tutela inglesa, a pesar de que "el espíritu de los tiempos" de entonces obligaba a arrojar en el "desván diplomático" términos como imperialismo, anexión, esferas de influencia. De ahí que se inventara un nuevo término: "Mandato". Por entonces se acababa de crear una entidad supranacional, la Sociedad de Naciones, que era la que se arrogaba el derecho de conceder ese mandato. Hoy por hoy, la legalidad internacional está representada por Naciones Unidas que no ha confiado ningún encargo a ningún país para llevarlo a cabo en Irak. Pero hoy no está en el "espíritu de los tiempos" nada parecido.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam contemporáneo en la UAM.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_