Ciencia y guerra
Tal vez la guerra de Irak es producto del fanatismo o de la paranoia de unos y la sumisión de otros. En cualquier caso seguro que tendrá consecuencias de alcance mundial sobre la ciencia que vendrán a sumarse a las que ya supusieron los brutales atentados del 11 de Septiembre del año 2001. Si a partir del 11 de Septiembre la Administración estadounidense puso trabas a la paradigmática libertad de comunicación entre los científicos, después de esta guerra, y con la excusa de la incertidumbre, del temor y, en suma, de la inseguridad mundial, redoblará sus esfuerzos. Baso mi predicción en datos que se refieren a la restricción de la libre circulación de científicos, a los obstáculos en la publicación de resultados de investigación y a la distinta orientación en la elaboración de presupuestos nacionales.
Si EE UU mantuvo, durante la guerra fría, un moderado control sobre los asistentes a eventos científicos (congresos y seminarios, por ejemplo) la situación después del 11 Septiembre se ha exacerbado. Muchos científicos procedentes de países sospechosos, léase países islámicos, Cuba, China y Rusia entre otros, no han podido participar en esas reuniones. Esta situación nos retrotrae a otros tiempos. Los científicos con algunos años de oficio recordamos los trámites que debíamos cumplimentar para entrar en la extinta Unión Soviética. Restricciones parecidas empiezan a darse para estudiantes y científicos extranjeros cuando, paradójicamente, el poderío científico de EE UU se basa de forma sustancial en la contratación de talentos importados de países no necesariamente alineados con el eje del bien. Las dificultades a las que se van a enfrentar esos científicos abre una oportunidad que sin duda otras potencias, y Europa en particular, deberían aprovechar.
En cuanto a la tradicional libertad de publicar los resultados de nuestras investigaciones, nos estamos enfrentando a los intentos de control de aquellos resultados que pudieran ser utilizados por el enemigo. Uno podría pensar que los burócratas decidirán impedir la publicación de un artículo cuyo contenido sea explícitamente utilizable por los supuestos terroristas. Lo terrible es que los burócratas no parecen querer contentarse con el control de artículos estrictamente técnicos sino que pretenden escrutinizar artículos en campos científicos que consideran sensibles (por ejemplo, biología y química). Y, en definitiva, escrutinizarlos implica retrasarlos, censurarlos o, más directamente, prohibirlos. Los científicos abordan fenómenos de la naturaleza para comprenderlos y, a menudo, sus descubrimientos pueden tardar décadas en aplicarse. Tal aplicación resulta positiva en la mayoría de ocasiones, aunque en algunas puede resultar negativa. Y, sin embargo, no se puede censurar un artículo por el mal uso potencial de los resultados. Si tal práctica se hubiera aplicado sistemáticamente quizás el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, el secreto de la vida del que celebramos el cincuenta aniversario, no se hubiera hecho público. Los científicos acatan, a veces con reticencias, las opiniones de sus pares, pero rechazan las decisiones burocráticas por falta de autoridad (no puedo dejar de pensar en Galileo).
Por último, tenemos el problema de los presupuestos. Los lectores interesados pueden comprobar la evolución del gasto de defensa en EE UU, que contiene una parte importante de I+D. Pero es un presupuesto etiquetado, orientado a determinada investigación de interés militar, aunque permee la investigación civil. Ésa es la prioridad y en eso se va a gastar el dinero. Nada tengo en contra de la investigación orientada o estratégica, siempre y cuando ésta suponga progreso. La investigación que se está empezando a priorizar en EE UU no es la que se va a publicar en las mejores revistas, ni la que va a contribuir al cuerpo de doctrina de la ciencia y, por lo tanto, tampoco va a contribuir al progreso de la humanidad.
El mimetismo de algunos países y el indiscutible liderazgo científico que EE UU ejerce puede acabar imponiendo políticas similares en el resto del mundo. Por todo ello, predecir un cambio notable en la percepción, diseminación y financiación de la ciencia tiene poco riesgo. Ser optimista podría parecer una contradicción, pero aún quedan valores (por encima de los religiosos, nacionalistas y económicos) en los que la comunidad científica, incluida la americana, cree y en los que pone una gran dosis de energía.
Enric Banda es secretario general de la European Science Foundation, Estrasburgo. secgen@esf.org
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