¡Viva la familia!

Basada en una historia real, la de Desmond Doyle (Brosnan), un obrero que allá por los años cincuenta, tras ser abandonado por su esposa y víctima del paro, vio impotente cómo el Estado irlandés le decomisaba a sus hijos y los entregaba a diversas instituciones educativas católicas, Evelyn es, curiosamente, la cara amable del vitriolo inmisericorde que Peter Mullan acaba de soltar sobre parecidos argumentos, en Las hermanas de la Magdalena. Es decir, una denuncia bienintencionada no tanto de las abusivas, intolerables y coercitivas relaciones entre Estado e Iglesia en la muy católica Irlanda, cuanto de una legislación equivocada; no tanto la puesta en evidencia de las instituciones, sino del comportamiento erróneo de algunos de sus miembros.

Produce Brosnan, está correctamente realizada y, en general, todo reluce convenientemente en ella: los buenos sentimientos de cuantos ayudan al protagonista a derrotar legalmente al Estado, la relación entre el bello Brosnan y la no menos bella Margulies, por no hablar de unos niños tan brillantes y bonitos que da auténtica gloria verlos, aunque hayan nacido en un hogar de proletarios en trance de ruina. Está narrada por un director, el australiano Bruce Beresford, que conoció tiempos no ya mejores, sino soberbios si los comparamos con la inanidad de ésta, su última propuesta: recuerde el lector Consejo de guerra, Mister Johnson, Gracias y favores, incluso Paseando a Miss Daisy; y sólo gustará a interesados en causas judiciales famosas que no hagan ascos a una descomunal ración de empalagosa mermelada sentimental disfrazada de discurso humanista.