_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Otra vez el contubernio

El discurso, desde luego, no tiene nada de original. Que, bajo sus maneras melifluas y su piel de cordero, el nacionalismo catalán disimula una peligrosidad secesionista incluso superior a la del nacionalismo vasco; que el Partit dels Socialistes en general, y Pasqual Maragall muy en particular, cultivan unos planteamientos nacional-catalanes apenas menos radicales que los de Convergència i Unió, y que sus devaneos con Esquerra Republicana -independentista sin embozo e interlocutora de Batasuna, ya saben...- constituyen un delito de lesa España, ésos son temas que el complejo mediático separador domiciliado en Madrid, provisto de tribunas diarias y semanales, impresas y radiadas, viene cultivando con genuina fruición -algunas firmas, con empeño enfermizo- desde hace años, bajo enunciados del tipo "me preocupa Maragall", o bien "la política del presidente de la Generalitat se ha dedicado a aprovechar el frente abierto por el separatismo sangriento vasco para ir afianzando su separatismo edulcorado"; la cita es larga, sí, pero sin desperdicio.

Las novedades de última hora, las que dan pie a este comentario, son tres: primera, el salto de ese discurso desde el columnismo atrabiliario hasta el centro de la arena política, su adopción por parte de los máximos estrategas y portavoces del Partido Popular; segunda, el uso de tan rancios clichés como munición defensiva de un Gobierno acorralado a causa de su compromiso con la guerra de Irak, y tercera, el contagio que de aquel tosco seudojacobinismo derechista empiezan a experimentar algunos analistas presuntamente de izquierda.

Como no podía ser menos, fue Jaime Mayor Oreja -aquel que, en el delfinario aznarí, encarna mejor los fervores rojigualdos- quien, ya el pasado 10 de marzo, aleccionó en primicia a los cuadros del PP reunidos para un adoctrinamiento preelectoral acerca del nuevo y grave peligro que les acechaba: la "asociación", la sinergia entre una izquierda movilizada al calor del antibelicismo y unos "nacionalismos" puestos a la ofensiva, para tratar de "hundir" al Partido Popular y llevar España a la catástrofe, que todo sería uno y lo mismo. O sea, hasta hace apenas unos meses la derecha gobernante creía tener al PSOE de Rodríguez Zapatero bien sujeto por el doble ronzal del "sentido de Estado" y de la lógica "constitucionalista" vasca, y lo llevaba mansamente a remolque de pacto en pacto, incluso en asuntos de tanta trascendencia como la Ley de Partidos Políticos. Entonces sobrevino la crisis del Prestige, y los socialistas comenzaron a desmandarse, y se apuntaron al "nunca máis", y el PP les acusó de echarse en brazos del Bloque Nacionalista Galego, de hacerle el caldo gordo al radicalismo separatista. Después llegó la crisis de Irak con sus tres sorpresas: la visibilidad casi grotesca de la implicación de Aznar, la magnitud del rechazo ciudadano y la contundencia del pacifismo socialista. Frente a ello los populares -que, como señalaba Ramoneda el martes, son gente de poca imaginación dialéctica- culpan al PSOE de hacer el juego a quienes quieren... romper España.

Durante la última semana, el orfeón de la consigna ha dado un verdadero recital. Prepararon el terreno el mismísimo presidente Aznar, acusando a Artur Mas y su nuevo Estatuto de "socavar el consenso constitucional", y el ministro Piqué al describir como "proceso de batasunización" de la sociedad catalana lo que era un brote de violencia muy condenable pero limitado. El tenor solista, sin embargo, ha sido Mayor Oreja, y su blanco estratégico, bien significativo: el proyecto "seudonacionalista" de Maragall, que constituye "la vanguardia y cabeza de puente" de una "extraña síntesis" -¡ay, esa pudorosa resistencia a usar la palabra contubernio, con lo bonita que es!- entre la izquierda y el nacionalismo para hacerse con la mayoría política en el conjunto de España, poner en marcha "una segunda transición", abrir -¡horror de los horrores!- "el melón de la reforma constitucional" y, quién sabe, tal vez hacer pedazos la sagrada piel de toro. La guerra, o la campaña contra la guerra -sigue arguyendo Mayor-, está enmascarando esta pinza entre los nacionalistas periféricos y la izquierda radicalizada, este desafío al que sólo una victoria electoral del PP el próximo 25 de mayo puede poner coto y dar cumplida respuesta.

Pero, como todas las armas -si incluso las inteligentes lo hacen, no digamos ya las más burdas-, este misil argumental del PP está provocando también daños colaterales, reacciones miméticas entre quienes se proclaman de izquierda. No, no incluyo entre éstos al industrioso Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que, cada vez más cerca de las elecciones, sigue abonando su jardín con pullas a Maragall y alusiones al "virus nacionalista". Me refiero más bien a ciertos intelectuales irremediablemente contaminados -o traumatizados- por el tema vasco; a aquellos que, de la apuesta guerrera del Gobierno, lamentan sobre todo que su tozudez haya cuarteado el bloque constitucionalista PP-PSOE en Euskadi, que vaya a debilitar el voto a una fuerza "nacional" en Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, que pueda dar aliento a los sectores más vasquistas del socialismo norteño, que impida a Aznar y Zapatero, cogiditos de la mano, desbaratar de consuno las asechanzas del Plan Ibarretxe y las del monstruo catalán de tres cabezas, Mas, Maragall y Carod.

¿Los desastres de la guerra? Una pena, sí. Pero lo verdaderamente lacerante para algunos es que se cuestione un determinado concepto de España, ese al que llevan dos siglos llamando unidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_