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Reportaje:LA LARGA CRISIS DE UN CLUB HISTÓRICO

El limbo azulgrana

El Barça aguarda la convocatoria de las elecciones para saldar la deuda y recuperar el prestigio sin perder el simbolismo

"No tengo edad [54 años] ni ganas. No pienso comprometerme en las próximas elecciones del Barça", proclama resuelto Johan Cruyff. ¿No será usted entrenador?", le preguntan con insistencia a este holandés que forma parte del paisaje de Barcelona y al que sus devotos incondicionales llaman "Dios". "No", contesta Cruyff. ¿Ni presidente? "No, no soy diplomático para eso", añade. Entonces, ¿ni director general? "No", repite impasible Cruyff con su extravagante genio embaucador que le permite decir cosas tales como que Holanda es un país seco y Almería una ciudad húmeda (patrocina allí un campo de golf que define como ecológico). ¿Ni apoyará ninguna candidatura? "No", reitera una y otra vez. "¿Por qué tengo yo que sacarle las castañas del fuego a un presidente? Yo apoyo a las personas en las que confío y son honestas y que no utilizan a los amigos".

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Cuatro veces no. Estupor. Desconcierto. Caído ya el ex presidente Joan Gaspart, agotada una junta que lleva 25 años en el poder, Cruyff podía ser el relevo natural para alumbrar un cambio en un club endeudado, con una de las crisis más graves de sus 104 años de historia, que se alivia cuando se aleja de los puestos del descenso y que vive pendiente de un milagro europeo de Radomir Antic. Pero ni Cruyff, que dio en 2000 su apoyo a Lluís Bassat, el publicista y candidato derrotado, ni tampoco Josep Lluís Núñez, que apadrinó al fracasado Gaspart, tienen la intención de inmiscuirse en la contienda. La sombra de estos dos líderes con visiones opuestas del mundo ha marcado profundamente la vida del Barça, sometida a una corrosiva guerra fratricida desde que en 1996 Núñez despidió al holandés. Ahora, los dos padres se lavan las manos. ¿Un futuro sin la ideología de Cruyff? ¿Un futuro sin la herencia de Núñez? Casi imposible imaginarlo.

La renuncia de Cruyff (teórica, porque alaba a quienes dirigieron el extinto Elefant Blau, el grupo que promovió una moción de censura contra Núñez en 1998), provocó un pequeño cataclismo en el Barça, una especie de lujoso trasatlántico a la deriva, que por no saber, no sabe ni cuándo ni dónde atracará (no hay fecha de elecciones), ni quién será su armador (el presidente), ni el capitán (su técnico) ni su tripulación (los jugadores que seguirán). Por ahora, sólo sabe que tiene un presidente provisional, Enric Reyna, que llegó al cargo tras la dimisión de cinco vicepresidentes y que no piensa dimitir para convocar unas elecciones que él prevé para julio. Pero su sueño es otro. "¿Y si ganamos la Champions y miles de personas en la plaza de Sant Jaume me aclaman para que siga?", dijo recientemente, irritando a la oposición, que se teme otro año de transición.

Quizá tenía razón el cantautor Joan Manuel Serrat, un culé muy crítico con el nuñismo, cuando avisó: "No nos olvidemos de algo. Gaspart se ha ido, pero siguen los mismos. Que no convoquen ya las elecciones es un atropello". Todo cae en saco roto. Reyna ya ha sufrido la primera baja de su junta por no marcar el calendario electoral. Ramón Salabert dimitió como tesorero y él lo compensó con el fichaje del catedrático de Economía Dídac Ramírez y nombrando a cuatro nuevos directivos. Reyna, que declinó hablar con este diario, reclama credibilidad (dice que no concurrirá a las elecciones), pero sus pasos han encendido las alarmas. Primero adquirió un protagonismo desmesurado en Valencia cuando se retrató alzando la Copa del Rey de baloncesto. Y ahora ha actualizado el friso de mármol del club en que están esculpidos los nombres de los presidentes poniendo el suyo.

Todo depende de este empresario, presidente de Asociación de Promotores y Constructores de Cataluña, que hasta febrero era un vocal más y que da signos de no querer irse. Es imprevisible saber si soportará o cómo reaccionará ante una hipotética eliminación ante el Juventus. Mejor pensar en la próxima ronda. Reyna necesita tiempo para arreglar la economía: en el presupuesto de este año de 170 millones de euros había un déficit de explotación de 48 millones, que ya ha reducido a 30 tras la venta de parte de los terrenos de la ciudad deportiva de Sant Joan Despí. La deuda neta ascendería a 192 millones: 130 millones a los que hay que añadir 60 adelantados por las televisiones y Nike, que avanzaron sus pagos.

La situación es límite. Javier Pérez, director general del club, quiere recortar en un 7% los gastos no deportivos y ha ordenado a los empleados que restrinjan los folios de las fotocopiadoras y las llamadas telefónicas. No deja de ser curioso cuando sus ingresos anuales se sitúan, según las estimaciones más comedidas, en 800.000 euros. "El Barça está en economía de guerra", avisa Evarist Murtra, un industrial textil, opositor y crítico con la gestión de Gaspart. "La única forma de solucionarlo es que la gente sepa dónde estamos. Alemania, salvando todas las diferencias, reaccionó tras la Segunda Guerra Mundial cuando fue consciente de que estaba hundida". La Caixa, por ejemplo, dejó de conceder créditos al Barça, que ha tenido que mirar al sur y sobrevive con pólizas de crédito de Cajamar, de Almería. El club está ahora bloqueado: en lo económico, en lo deportivo (se ha inscrito en la Intertoto); en lo social (Bassat tildó de "ruina moral" que se rechazara la última moción de censura contra Gaspart) y hasta en lo político (no ha logrado la recalificación de los terrenos de Les Corts pese a retocar el antiguo plan Barça-2000).

Gaspart, el día de su despedida, se definió, con orgullo, como un "personaje irrepetible". No se equivocó: corre el riesgo de pasar a la historia como uno de los peores presidentes del club: el Barça no ganó nada con él (si una epopeya europea no lo remedia, cumplirá su cuarto año en blanco); despilfarró 180 millones de euros en fichajes con un bajo rendimiento y ha roto el prestigio de la entidad con la amenaza de cierre del Camp Nou por el acoso a Figo en el último clásico. "Figo vino a provocar", dijo este boix noi confeso, avergonzando aún más a su afición. Y eso sin contar con las agresiones provocadas por los boixos. Dos decisiones coronan su triste mandato: regalar a Rivaldo al Milan y rescatar a Van Gaal, a quien sobrevivió 12 días en cargo.

Pese a la obstinación de Reyna, no es de extrañar, entonces, que, según los últimos sondeos, el continuismo (que no la figura de Núñez) apenas tenga cabida en el futuro. Gaspart sólo obtendría hoy el 4% del apoyo que logró en 2000 (25.181 votos); y Bassat, entonces votado por 19.791 socios, heredaría el 60% de los sufragios de su rival (el otro 36% de los consultados no contesta). La junta realiza encuestas regularmente y sabe que una candidatura continuista parece condenada al fracaso. Pero le cuesta claudicar. Nada raro en una sociedad conservadora, reticente a los cambios. No sólo le pasa al Barça: Jordi Pujol dejará ahora la presidencia de la Generalitat tras 19 años en el poder; Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona duante 15 años, concurre por segunda vez a las autonómicas, y Núñez se mantuvo 22 en el cargo.

El programa L'Entorn, de TV-3, incluye cada lunes una parodia de Operación Triunfo en la que figuran posibles candidatos a las elecciones. Dos imitadores de Cruyff y Núñez nominan, en una de sus tantas peleas ancestrales, alguno de los hombres que se postulan. A Bassat se le ha añadido una legión. El empresario de comunicación Josep Martínez-Rovira y el abogado Jordi Medina ya se han presentado. Joaquim Molins, ex candidato del Grupo Catalán en el Congreso, está ilusionado con la posibilidad; también el agente Josep Maria Minguella; el industrial Jordi Majó... Pero la realidad se adivina distinta. No sólo hay que costear la campaña. El candidato vencedor, antes de tomar posesión, deberá aportar en la Liga Profesional un aval mancomunado del 15% del presupuesto del club (27 millones de euros). En las de 2000, la Liga no lo exigió al considerar que la junta de Gaspart era de continuidad (sin embargo, él lo presentó y le fue devuelto).

Pero ¿hay tanta gente en Barcelona y Cataluña capaz de prestar o hipotecar su patrimonio por un club deportivo? ¿Lo harán los miembros de la sociedad civil, ese binomio que define a la gente de la alta burguesía catalana con capacidad de decisión y que siempre rehuye el compromiso? "No hay tantos Florentinos en Cataluña". Esta frase la repiten a diario empresarios, abogados e industriales. Las cuentas son simples: a escote, cada uno de los 20 directivos debería avalar 1,5 millones de euros.

Por primera vez y si la junta no da con una jugada maestra (no facilitar la convocatoria de elecciones), el poder no presentará ninguna lista. Salvador Alemany, máximo ejecutivo de ACESA, la cara más seria y prestigiosa de las juntas de Núñez y Gaspart, se ha borrado del mapa electoral. Alemany dimitió como vicepresidente y en junio abandonará la presidencia de la sección de baloncesto. De las alternativas que aparecen por ahora, tres suenan con fuerza y las tres alentaban juntas el cambio en 2000: Bassat, Martínez-Rovira, que lidera el antiguo grupo de empresarios de Força Blaugrana, y el abogado Joan Laporta, del extinto Elefant Blau, elogiado por Cruyff por su honestidad y próximo al dream team

. Los dos primeros concurrirán y Laporta, lo medita.

La fragmentación sugiere que Bassat ha perdido apoyos y que está pagando su silencio durante la crisis sin atender la legitimidad de sus casi 20.000 votos. "Me hubiera resultado muy fácil criticar: me hubiera ganado a mucha gente", dice ahora. "Pero quiero pasar a la historia no como opositor sino como presidente. Y tenía que actuar como tal en un momento así". Bassat insta a Reyna a que marque ya el calendario electoral por una razón de peso: "¿Qué crack nos esperará en julio? ¿Que se desestabilizaría el equipo? ¿Acaso no hay elecciones cada cuatro o cinco años?" Si no son ya, nos iremos a otro año de transición". Bassat da la impresión de que sabe que será el elegido: "Seguro no estoy, pero lo que sé es que los otros candidatos deberán hacer un esfuerzo sobrehumano para ganarme. Les llevo tiempo de ventaja".

La dispersión de sus anteriores apoyos tampoco le inmuta. "En las últimas elecciones, hubo grupos que nos dieron votos y otros que nos los quitaron", afirma, insinuando que le desgastó su identificación con el cruyffismo. Pero, pese a ello, muestra su respeto por Laporta y elogia a Cruyff. "Él es amigo mío desde hace muchísimos años. Soy miembro del patronato de su fundación junto con un íntimo amigo suyo y un ex ministro de Deportes de Holanda. Mi relación con él es buena y no se alterará cuando yo sea presidente. Pero sería un error no aprovechar sus enormes conocimientos". Otra cosa es el juicio que hace de Martínez-Rovira, su antiguo aliado, que aceptó la invitación de Gaspart de integrarse en su macrojunta de unidad. Aguantó en ella solo un año. "Lo que ha hecho es un brindis al sol. De todas las personas que ha presentado en su lista, sólo una en realidad le apoya", dice Bassat.

Gran beneficiado por Cruyff ("Ya dije hace tiempo que el camino era el del Elefant"), Laporta guarda su última carta. Tiene la "conciencia tranquila" por haber vaticinado el caos y cuenta con la complicidad del ex jugador Txiki Begiristain, el hombre que según Cruyff puede afrontar la dolorosa renovación del vestuario. "Veo tres listas: la del continuismo, la del cambio y el cambio de baja intensidad", dice. "¿Superar la división entre cruyffistas y nuñistas? ¡Ésa es la consigna del consenso!".

¿Tienen sentido unas elecciones con diferencias sutiles? Pero, más allá de eso, le aguarda al Barça un futuro incierto. El debate es capitalizar al club sin perder el simbolismo reforzado durante la dictadura (el més que un club) o el enarbolado por Núñez (un Barça triomfant). Murtra alude a otras urgencias: superar la crisis y mentalizar a los socios para dos años con fichajes baratos: "Esto es como un jamón: se acaba". Tiene dos ideas para subir los ingresos: explotar el recinto del Camp Nou (hoteles, restaurantes, cines) y vender patrimonio. El solar del Miniestadi está en el punto de mira de todos. Bassat cree que no será preciso ("La marca Barça vale más que todos los metros cuadrados y las toneladas de hormigón que tengamos") pero los pesos pesados del club defienden la venta por una razón. El Barça es como un aristócrata con patrimonio pero con la caja llena de telarañas. "No hará falta una operación inmobiliaria de la envergadura de la del Madrid", dice un ex directivo que prefiere el anonimato.

Alemany lanza un canto al optimismo: dice que el Barça mantiene un potencial fuera de duda (apoyo social aplastante en Cataluña, 106.000 socios, 1.400 peñas en el mundo) y viabilidad para recobrar su crédito en todos los aspectos. Murtra aboga por un consenso al estilo del de los Juegos. Y toma el ejemplo de Florentino: "Una junta fuerte, sólida, con gente seria, que inspire confianza y con apoyo institucional y que merezca credibilidad financiera. El Madrid logró el patrocinio de Siemens, Coca-cola y Caja Madrid; el apoyo de su Ayuntamiento y su Comunidad y los diarios deportivos no entran en guerras". Muchos creen que así La Caixa volvería a financiar, que habría respaldo político en la recalificación y que se recuperaría el prestigio y la ilusión por un club cuyos aficionados muestran con despecho un olímpico desapego, aunque, por lo bajo, siguen preguntado: ¿Qué ha hecho el Barça?

Lo curioso de todo es que tanto Núñez como Cruyff son triunfadores en la sombra. El primero porque su figura se ha agrandado tanto tras la pésima gestión de sus sucesores que muchos creen que ganaría si concurriera a las elecciones. Y porque, quizá, se deba rescatar ahora el espíritu del Barça 2000, su faraónico parque de atracciones, frenado por los vecinos y el Ayuntamiento. Y Cruyff sabe también que, siete años después, la victoria también es suya. Podrá mostrar indiferencia pero su ascendencia sobre el candidato que gane (y los de su órbita son los mejor situados), será enorme. Bajo la atenta mirada de sus padres, el Barça es como un bebé a punto de ser lanzado a la piscina para aprender a nadar. Falta saber si Reyna lo empujará al agua o lo dejará en el limbo.

Enric Reyna, presidente del Barcelona.
Enric Reyna, presidente del Barcelona.RAFA SEGUÍ

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