Un presidente y una teoría
Desde los tiempos de la pretendida conversión del campo de Les Corts en párking para tanques del ejército de ocupación de Barcelona, han sido tres o cuatro las crisis importantes pasadas por un club tan sutil que no parece un club de fútbol, sino un club de poetas muertos pero que resucitan cuando menos te lo esperas. Núñez irrumpe en el barcelonismo con su carnet de socio del Espanyol, sus compromisos económicos y urbanísticos con la Barcelona de Porcioles y proclamando que el Barcelona debe dejar de ser algo más que un club y convertirse en una entidad rica y con voluntad triunfadora. El pulso Núñez-Ariño fue algo más que una pugna electoral convencional porque enfrentaba dos cánones, el de la modernidad competitiva representada por Núñez y el del populismo catalanista atribuido a Ariño. Núñez quería fichar a Pelé y ya no podía y, en cambio, Ariño quería sobre todo cantera, aquella cantera que había hecho posible el equipo de las Cinc Copes. Esta batalla se planteaba después de una etapa muy relevante del club como ejército simbólico desarmado de la catalanidad. La directiva de Montal y Carabén coincidía con la transición, había metido en las gradas la música y las banderas de la democracia y consagrado la resultante de un club a la vez interclasista y catalanista.
Cautivo y desarmado el ejército populista, Núñez sacó su chequera y durante más de diez años sólo consiguió una Liga y una de las crisis más graves jamás padecidas por la entidad, conocida como el motín del Hesperia. Si recuperáramos textos y voces de los implicados, sobre todo de los jugadores perdedores en aquel pulso, encontraríamos algunas explicaciones para los conflictos posteriores y las graves contradicciones que acarreó el nuñismo durante sus largos 20 años de hegemonía y la prórroga representada por el gasparismo. El canon nuñista del Barça triomfant tuvo que ser guardado en el desván y recuperar de vez en cuando una lectura nacionalista del club para justificar debilidades frente a la prepotencia madridista. Cuando el Madrid confirmaba su hegemonía, Núñez se ponía la barretina y sacaba la bandera.
Afortunadamente para la memoria épica del omnipresente rey de esquinas y chaflanes, el Barça Triomfant se produjo, en la etapa buena de Cruyff como entrenador, que coincidió con el silencio de la directiva. Además, este periodo deportivamente magnífico y con Núñez callado coincidió con la invasión de los monstruos en buena parte de las directivas de clubes españoles, a cuyo lado Don Josep Lluís quedaba como un discípulo tardío de Gandhi y los filósofos de la fenomenología del espíritu. Cuando llegó la crisis del dream team, Núñez recuperó la voz y la chequera y la sociedad civil barcelonista, ese sujeto que implica a muchos más adictos que los socios, fue adquiriendo protagonismo a medida que Núñez iba equivocándose y ratificando la escisión abierta tras el traumático cese de Johan Cruyff.
A punto de celebrarse unas elecciones que deberían clausurar un periodo complejo como el nuñista, lo más difícil para los candidatos es proponer un modelo de club y de barcelonismo que recoja el imaginario que los barcelonistas tienen de su identificación con el país, y el desafío de un deporte espectáculo en el que puede ser más determinante un contrato televisivo o de representación de marcas que el mismísimo público. El Barça no es una sociedad anónima y desde la caída de Núñez se ha demostrado que su sociedad civil se ha convertido en un sujeto sine qua non para establecer un modelo de club y de conducta y será difícil encontrar no sólo un candidato que responda a esta necesidad, sino una teoría del club que se responsabilice de una conducta. Si lo del candidato renovador se pone difícil, habrá que recurrir a los milagros de la ingeniería genética, siempre y cuando se reúna toda la información necesaria para connotar un diseño de presidente bueno, guapo, listo, honrado, barato y, a ser posible, que no sea partidario de la guerra contra Irak.
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