Malas noticias para el PP
Ni una sola buena noticia para el Gobierno. Ésta podría ser la síntesis de la encuesta del Instituto Opina realizada para este periódico. Si el rechazo a la guerra sigue siendo altísimo (92%), también lo es el desacuerdo explícito con la postura del Partido Popular (80%). Los intentos del PP de separar una respuesta y otra demuestran una vez más el autismo de este partido como intelectual orgánico colectivo sometido a las obsesiones de su presidente. Hará bien el Gobierno en contabilizar un dato que pone en ridículo el reciente intento de Aznar de minimizar la voz de la opinión pública diciendo que él también habría dicho no a la guerra si le hubiesen hecho una encuesta.
Rechazo absoluto a la línea política del Gobierno, pero también a los argumentos con los que el PP ha querido justificar su compromiso. La ciudadanía sitúa al petróleo (44%) y a los intereses económicos (31%) como motivos reales del conflicto, muy por delante de la lucha contra el terrorismo (5,4%), del desarme de Irak (4%) o de la caída de Sadam Husein. La capacidad de convicción del PP en esta crisis ha sido nula. La opinión pública no cree que Sadam represente una amenaza para el mundo (61%) ni para España (61%), ni que con esta guerra se avance en la solución del problema del terrorismo internacional (86%). Es más, ni siquiera han funcionado los esfuerzos de Aznar de hacerse fotos con los grandes para aparentar un peso en el mundo que no tiene: un 56% cree que España saldrá debilitada de este conflicto. Nada de lo que el jefe del Gobierno ha venido predicando sobre la crisis ha hecho mella en la opinión pública.
Por mucho que la vanidad y la adulación de sus asesores aísle al presidente de cualquier reflexión autocrítica, alguien tendría que hacerle ver el enorme contraste entre el impacto que los argumentos de Blair han tenido en la opinión inglesa y la nula influencia de los suyos sobre la española. Aznar ha fracasado como líder y no puede seguir en una posición para la que no ha podido ni sabido encontrar la complicidad de los españoles. Hacerlo es correr el riesgo de provocar una grave fractura en el sistema democrático. E incluso en su propio partido, en el que, por fin, se ha empezado a oír alguna voz crítica con el coraje de decir en público lo que otros musitan en privado.
Rodríguez Zapatero tiene razón cuando acusa a Aznar de haber sembrado la inseguridad y el miedo en los españoles. Más allá de los buenos sentimientos -argumento que el PP considera repugnante y con el que pretende minimizar las opiniones ciudadanas-, la guerra es vivida por los españoles como una gran calamidad. Tanto, que la sitúan en segundo lugar de sus preocupaciones, empatada con el terrorismo, detrás del paro. Problemas sobre los que el PP ha intentado cimentar un discurso populista para recuperar la iniciativa política perdida, como la inseguridad ciudadana y la inmigración, quedan muy lejos de la preocupación por Irak. Este fracaso sin precedentes se traduce en los datos de intención de voto y de valoración de la gestión política global. El PSOE aumenta su ventaja respecto al PP hasta los seis puntos (cuatro más que en enero) en intención de voto decidida. Y las expectativas de Zapatero aumentan; por primera vez aparece como ganador de las próximas elecciones cualquiera que sea el sucesor de Aznar. Ya son mayoría no sólo los ciudadanos que quieren que gane el PSOE, sino los que creen que va a ganar.
Hay, sin embargo, algunos datos que el PSOE no puede dejar pasar inadvertidos. Es verdad que el PP pierde terreno sin cesar, que Aznar obtiene la peor nota desde que gobierna, un suspenso total, y que el PP sólo supera ligeramente la valoración de su líder, dato interesante porque podría ser un primer indicio de que Aznar ya no es la solución, sino el problema para su partido. Pero el PSOE también sufre las consecuencias de la convulsa situación. Zapatero, líder mejor valorado, suspende, aunque sea por los pelos; su labor de oposición recoge más opiniones negativas que positivas (45,6% contra 41,6%) y el PSOE como partido tampoco se salva. Todo lo cual es un serio aviso para la clase política, que deberá afinar el oído para entender los mensajes que la ciudadanía está lanzando.
La crisis de confianza con el Gobierno no es coyuntural. Venía de antes, aunque la guerra le ha dado una nueva dimensión. Como ya se vio con el Prestige, hay hartazgo de una manera de hacer política basada en la arrogancia, el autoritarismo y la distancia. Y el rechazo al Gobierno no se traduce automáticamente en confianza a la oposición. Ésta deberá convencer de que realmente es capaz de hacer las cosas de otra manera, que no es verdad que cuando llegan al poder todos son iguales.
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