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Un mundo más inseguro

Juan Luis Cebrián

La invasión de Irak por parte del más poderoso ejército de la Tierra anuncia el desarrollo de una guerra que todos -y más que ningún otro quienes nos hemos pronunciado en su contra- deseamos sea breve y lo menos costosa posible en vidas humanas y pérdidas materiales. Nadie duda de la abrumadora capacidad militar de los Estados Unidos para derrotar un enemigo ya muy debilitado por anteriores confrontaciones, que no goza del apoyo de su propia opinión pública y cuyo líder es un sátrapa despreciable. Pero la entrada victoriosa en Bagdad de las tropas americanas, lejos de anunciar necesariamente un mundo más seguro, arrojará no pocas interrogantes sobre la estabilidad internacional y la posibilidad de una paz duradera.

No se trata sólo de que la humillación del régimen de Sadam Husein pueda ser tomada como pretexto por el terrorismo fundamentalista islámico para incrementar su amenaza, ni de que el conflicto de civilizaciones se explicite en una confrontación cada vez más obvia entre el mundo de tradición judeocristiana y el musulmán, afectando a comunidades de distinto signo religioso en el seno de muchas naciones democráticas. Los daños colaterales de la apuesta por la guerra que han hecho los halcones de la Casa Blanca, enarbolando la promesa de un nuevo orden mundial, se extenderán al conjunto de las relaciones entre los países. Nuestro mundo es, desde el jueves pasado, más inseguro, menos predecible, menos sometido a derecho y más rendido ante el uso de la fuerza. Un mundo así será también menos democrático y, por ende, más injusto, aunque los americanos logren implantar en Irak un régimen de apariencia parlamentaria y aunque Husein desaparezca de la nómina de dictadores un día subvencionados por el Pentágono. El desprecio a las instituciones internacionales; la pérdida de protagonismo de la Unión Europea; las interrogantes sobre el papel a jugar por la Alianza Atlántica; la sustitución del multilateralismo por la estrategia unilateral; la derrota de la diplomacia frente a la presión de las armas, pueden haber sido el prólogo de una contienda rápida e incluso limpia, si se cumplen los pronósticos de quienes la han incoado, pero marcarán, también, el comienzo de una posguerra larga y costosa, que abrirá un periodo de indefinición e incertidumbre colosales.

Como tantos millones de burgueses del mundo desarrollado, he asistido durante este fin de semana a los acontecimientos de Irak cómodamente sentado en el sillón de mi cuarto de estar, contemplando en directo a través de la televisión los bombardeos de Bagdad, el avance de las tropas angloamericanas y las diversas conferencias de prensa que los protagonistas de los hechos han ofrecido. He sido testigo del dolor humano y la destrucción. He leído cientos de páginas, escuchado miles de palabras, contemplado montones de imágenes, y he llegado a la conclusión de que, desde luego, Sadam Husein es un ser despreciable pero no constituía ninguna amenaza para la paz, no tenía relación con el terrorismo de Al Qaeda, y quizá posea todavía algunas de las armas de destrucción masiva que en su día le vendieron los Gobiernos occidentales, pero no parece muy decidido a usarlas ni siquiera en momentos en los que se está jugando el todo por el todo. O sea que esta guerra, además de injusta e ilegal, era innecesaria.

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Pero luego me he interesado por las diversas intervenciones ante la prensa de los responsables norteamericanos, que iluminan, desde luego, la naturaleza de los hechos que estamos viviendo. El secretario Rumsfeld se creyó autorizado para impartir un curso de comunicación a los periodistas, a quienes explicó que las noticias y las imágenes que se transmitían por televisión eran verdad, pero no toda la verdad, sino un fragmento de la misma. Parecía como si quisiera convencernos de que el estrépito de bombas, humo y fuego desplomado sobre las ciudades, que pudimos contemplar gracias a las imágenes de la televisión de Qatar, constituían sólo una faceta, la peor de todas, de las muchas que una guerra ofrece. El secretario de Defensa se empleó a fondo para explicar que el Bagdad de hoy no es el Berlín de los años cuarenta, que las bombas de ahora son inteligentes y que no morirán muchos civiles. Pero las imágenes seguían allí, con su mensaje de destrucción absoluta, aunque al señor Rumsfeld no le hicieran mucha gracia. Tampoco se la hizo al portavoz de la Casa Blanca que le preguntaran, tímidamente, si la contienda se iba a extender a otros países, con lo que enseguida contestó que se trataba sólo de liberar a Irak. Pero la cuestión era del todo pertinente. Ahora que se ha instalado el concepto de guerra preventiva como parte del nuevo orden mundial, es preciso saber qué otras agresiones de ese género, y por parte de quién, va el mundo a padecer en el futuro. ¿Está el Pentágono dispuesto a seguir la misma política con la lista de países terroristas, integrantes del eje del mal, que él mismo elaboró? ¿Desatará Israel un ataque preventivo contra alguno de sus vecinos? ¿Lo hará la India contra Pakistán, o viceversa? ¿Y qué decir de Corea del Norte, que tiene el arma nuclear, incumple las resoluciones de Naciones Unidas y es una dictadura aún más oprobiosa, salvaje e inhumana que la de Husein? Éste es el mundo más seguro y sometido a reglas que nos promete nuestro presidente del Gobierno: un mundo en el que los dictadores de toda laya, o los gobernantes de pequeños países democráticos que se sientan indefensos, pueden comenzar a suponer que sólo la posesión del arma atómica será garantía suficiente para su permanencia, habida cuenta de que alejará tentaciones de intervención extranjera, con lo que se irían al traste los esfuerzos desplegados durante décadas para evitar la proliferación nuclear; un mundo atemorizado, además, ante el crecimiento del terrorismo fundamentalista, que bebe en las fuentes de la miseria económica, la opresión política y el fanatismo religioso e ideológico, y se nutre de activistas que no tienen nada que perder en esta vida, mientras aspiran a ganar el cielo en la venidera; un mundo en el que, si no ponemos urgente remedio, el derecho y la norma serán sólo la voluntad del más fuerte.

Lo paradójico es que los Estados Unidos de América, por mucho que se empeñen sus dirigentes, no tienen capacidad para gobernar un orbe así. La política unilateral puede valerles en la guerra, pero no en la paz, y aunque no han sido capaces de organizar una verdadera coalición internacional para la batalla la necesitarán en cuanto acabe. Será tarea ardua: con la invasión de Irak, el Gobierno americano se ha ganado el desprecio de amplios sectores de la opinión pública occidental, ha perdido capacidad de liderazgo entre las naciones de su misma cultura y tradición, ha dilapidado el caudal de solidaridad y apoyo que el mundo le prestó tras los ataques del 11-S, ha logrado dividir a sus aliados e infundir temor y odio en amplias masas de la población mundial. Antes o después, probablemente antes que después, las élites económicas y los líderes sociales percibirán el fracaso de esa política que ha debilitado una civilización que también es la suya. La globalización de hoy es el resultado, en gran medida, de los avances tecnológicos y el exuberante enriquecimiento de los Estados Unidos. Ni unos ni otro podrán mantenerse con una retórica imperial. En el manejo de un mundo cada vez más complejo y descentralizado en sus comportamientos son precisas grandes dotes de diálogo, negociación y diplomacia. La fuerza sola no sirve.Por eso, de todas las comparecencias recientes, la que me pareció más interesante fue la del general Franks, jefe de las operaciones en el Golfo. Insistió desde un primer momento en el carácter internacional de los ejércitos atacantes, aunque es bien sabido que sólo ingleses y americanos los integran, y acudió a la presencia de algunos observadores militares de otros países como prueba de ello. Bush (hijo) necesita exhibir el máximo de apoyos no sólo por una cuestión de prestigio. Muchos se preguntan ya quién ha de sufragar los gastos de esta contienda, que puede llegar a costar, según los expertos, hasta 120.000 millones de dólares. La campaña del Golfo salió por la mitad, y los Estados Unidos corrieron sólo con la factura de un 10% del total, gracias a que Bush (padre) supo organizar una verdadera coalición en torno suyo. En Afganistán -donde Washington ha fracasado, por el momento, en su primera exportación de democracia hacia el área- son todavía muchos los países implicados, a comenzar por Alemania, que mantiene un significativo número de tropas, y las operaciones de Kosovo pesaron sobre las espaldas de los aliados. Es más que dudoso, sin embargo, que los países de la Unión Europea que han apoyado distantemente la intervención acepten verse involucrados en el pago de las facturas, y Francia y Alemania no acudirán a sufragar los gastos de una aventura que han tratado de evitar. ¿Qué hará España? El presidente del Gobierno se ha cuidado muy mucho de aclarar nada a este respecto, pero es posible que el precio de fotografiarse en eso que Aznar llama la cumbre atlántica (la reunión de las Azores) incluya un uso del dinero de los contribuyentes españoles a la hora de saldar cuentas. Naturalmente, todo ello exige aclarar que las tropas al mando del general Franks llevan a cabo una liberación, no una ocupación, según insistió el militar buen número de veces. Alguien le hizo ver que semejante aserto se compadecía mal con el hecho de que los soldados que tomaron el puerto de Um Qasr hicieran ondear, en el más alto de sus edificios, la bandera soberana de los Estados Unidos de América.

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