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Reportaje:

Valencia para arquitectos extranjeros

Un grupo de profesionales de la arquitectura de diversos países recorre la costa en un seminario sobre turismo

Miquel Alberola

Sagunto-Valencia, L'Albufera, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, 40 kilómetros de errores urbanísticos entre Dénia y Altea, y Benidorm, de la montaña natural (Serra Gelada) a la montaña artificial (hotel Gran Bali), son las etapas recorridas entre el viernes y el sábado pasado por un grupo de arquitectos extranjeros (Grecia, Alemania, Italia, Colombia, Uruguay, Venezuela, Argentina y México) a instancias del Instituto Metápolis para la Arquitectura Avanzada de Barcelona. El propósito era ver de cerca, y con ejemplos prácticos, cómo se ha resuelto la interacción de la economía, la sociedad y el territorio.

Se trata de un master en inglés patrocinado por la Generalitat de Cataluña y la Universitat Politècnica de Catalunya, de dos años de duración y dividido en dos apartados. El primero, bajo el epígrafe de Sociedad del hábitat, ha trabajado las zonas de Barcelona políticamente no organizadas desde el punto de vista urbanístico. El segundo, dirigido por el profesor Luis Falcón con el nombre de Poblaciones híbridas, realiza un trabajo de investigación en forma de taller sobre el proyecto Sociópolis (que se realiza para la Bienal de las Artes de Valencia), con un análisis del barrio desde el punto de vista social y con la inmigración en cualquiera de sus vertientes.

En ese apartado, la inmigración turística se eleva a categoría de un seminario impartido por el sociólogo José Miguel Iribas, quien planteó que para la comprensión como un todo de la economía, la sociedad y el territorio lo mejor era visitar diversos modelos de afección del territorio desde el punto de vista turístico: turismo urbano (La Ciudad de las Ciencias), el paisaje como potencial turístico (L'Albufera), el turismo territorial (Dénia-Altea) y el turismo de masas (Benidorm).

La excursión por la ciudad empezó con una perspectiva rápida sobre la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que puso en tensión las cámaras fotográficas de la veintena de participantes en el seminario. Para aproximarse a la Ciudad de las Ciencias, Iribas recurrió a un artículo de Gabriel García Márquez en el que hablaba de un palacio de congresos de Cartagena de Indias que era más grande que la capacidad hotelera que tenía. "En Valencia pasa lo mismo. Tenemos hotelería urbana, pero no hotelería específica de flujo turístico. Es una pieza que necesita soportes, además de contenidos", explicó. El sociólogo definió el conjunto como un ejemplo de construcción de espacio sin contenidos reales de tiempo, por lo que la magnificencia de la obra, sin verdaderos contenidos, implica que la gente se sienta frustrada tras su visita. "Eso añade un compromiso más a la función del arquitecto como un generador de secuencias que se tiene que apoyar en equipos multidisciplinares que le den las bases operativas para hacer un proyecto", reclamó, ante un barrio que calificó como una clara demostración de la baja capacidad estética de la nueva arquitectura valenciana.

En dirección hacia El Saler, el autobús recorrió los contornos de una ciudad "históricamente refractaria a llegar al puerto" y que ahora, con la expansión de la zona portuaria (que ha adquirido una notable potencia) y la de la ciudad, que crece hacia el mar, vive los primeros roces, con la huerta de fondo, "que constituye un activo sentimental muy importante". Iribas aprovechó para hablar del proyecto Ruta Azul, que postula en uno de sus fundamentos el traslado del puerto de Valencia 25 kilómetros al norte de la ciudad, lo que dejaría sin sentido la Zona de Actividades Logísticas que se está desarrollando en la actualidad.

La suave transición entre la ciudad y el campo se metía por las ventanillas del autobús. "El campo se introduce en la ciudad y mantiene un espíritu agrario entre sus gentes", ilustró Iribas a los arquitectos. La fricción entre la huerta y una ciudad "enormemente dinámica", con 750.000 habitantes y un cinturón de 52 municipios que agrupan otras 650.000 personas, saltaba a la vista con una presión inmobiliaria que ha representado la construcción de más de unas 70.000 viviendas, de las que "cerca de 30.000 están vacías", puesto que no corresponden a una demanda de uso sino a la demanda de inversión como consecuencia del pánico a la entrada del euro.

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"Sin embargo", ahondó Iribas, "en las Directrices de Ordenación Territorial de la Comunidad Valenciana hemos insistido al Gobierno Valenciano que si Valencia en 30 años no crece otro medio millón de habitantes va estar en mala situación para poder competir con ciudades de su tamaño en Europa", por lo que, de acuerdo con este razonamiento está todavía en un tamaño demasiado pequeño para tener capacidad y masa crítica suficiente para generar alternativas económicas y para atraer actividades de la nueva economía.

L'Albufera como atractivo turístico

L'Albufera, que José Miguel Iribas define como uno de los activos ambientales más importantes del territorio valenciano, fue planteada con dos lecturas a los arquitectos. De sus atributos y singularidades se ocupó el ingeniero y director técnico de Evren Javier Obartí, mientras que Iribas habló de su desaprovechamiento como activo turístico y de cuáles serían las pautas de una utilización correcta para extraer las potencialidades económicas de ese espacio, que además cuenta con el atractivo de una importante playa en su entorno. Para razonar su teoría explicó que el 92% del turismo español corresponde al modelo de sol y playa, y éste se asienta sobre las playas urbanas cualificadas (con condiciones medioambientales aptas), con una periferia inmediata urbana, dotadas de servicios y con buena accesibilidad. Estas playas ocupan 5.300.000 metros cuadrados (una tercera parte de una estación de esquí mediana), por lo que constituyen el espacio más privilegiado, solicitado, escaso y singular de Europa. Valencia, que hasta ahora ha vivido de espaldas al turismo, tiene un sistema de tres playas (una por crear en dirección norte -Ruta Azul-, otra junto al puerto -Las Arenas-Malva-rosa- y la de El Saler) que juntas suman el 16% de playas de toda España. Para ello habría que poner el soporte de alojamiento en la ciudad y un sistema de argumentos que llenen de actividades el tiempo y generen una oferta de turismo de paquete (el turista delega la responsabilidad de divertirse en el profesional) que sea singular en Europa y huya de la idea del turismo residencial. Mejorando servicios y accesibilidad mediante tranvías que eliminen impacto de tráfico rodado y dejen la zona en su estado más natural posible.

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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