La negra estructura
La novela negra actual tiene la costumbre de ser más negra que novela y de confundir el ritmo con la trama. Quizá se deba a la masiva presencia en ella de un tipo de personaje que no necesita de justificación alguna y, por tanto, exime al autor de tramar una narración y, a cambio, le exige acumular escenas impactantes sin que tengan que estar conectadas entre sí más que por el ambiente y el ritmo al que desfilan por la mente de un lector siempre dispuesto a asombrarse. Es algo parecido a lo que ocurre en el cine con las películas de acción y efectos especiales: lo importante son los efectos y todo lo demás es relleno. En el caso de la novela negra, la abundancia de psicópatas, drogadictos y costumbrismo callejero es la gran coartada. No hace falta saber por qué un psicópata hace lo que hace ni mucho menos justificarlo. Es un psicópata y ya está. Y las calles son las calles y los drogotas son los drogotas. So capa de profundizar en la negrura de la sociedad se mete el pie en todos los charcos y se pretende que las salpicaduras sean asuntos de conciencia.
LA CUEVA
Tim Krabbé
Traducción de Marta Arguilé Bernal
Salamandra. Barcelona, 2003
192 páginas. 11,50 euros
La cueva, de Tim Krabbé, no va por ese camino y aunque padezca de ciertos males que deben ser endémicos, merece la pena hablar de ella. En primer lugar, la novela posee una estructura trabajada (lo que no es tan corriente) y, además, arriesgada. Se divide en cinco partes de las que las dos primeras se centran -presente y pasado- en el aparente protagonista, Egon Wagter; la tercera rompe inesperadamente con la continuidad de las anteriores y lanza la novela como un cohete, con fuerza e intención; la cuarta -un violento cambio de tiempo- se sostiene sin perder esa fuerza y viene a unirse a las anteriores cerrando un cuadro que nos deja ver ya con claridad que ésta es una novela de personajes entreverados en un destino conjunto, y finalmente, la quinta trata de recoger todos los cabos y atar el relato, lo que consigue a medias.
¿Qué es lo que intenta atar? El segundo aspecto diferente del libro es que posee una intención que va más allá de la anécdota, lo que es todavía más infrecuente. Lo cuenta muy bien Egon Wagter: "Tenía que explicarle (a su esposa) por qué un hijo de puta conseguía más que alguien que era una buena persona" . Viene a cuento de que Egon descubre que su amigo de juventud, hoy un capo de la droga y un asesino sin escrúpulos, tuvo entonces un encuentro sexual casual con la que hoy es esposa de Egon; y sigue diciendo éste: "Él (Egon) tenía que pagar con amor lo que Axel (el amigo) había conseguido con un simple gesto". Así es como siente que el mal vence al bien. El orgullo frente al beneficio en el momento en el que el beneficio se merienda al orgullo; y ¿qué queda? En el caso de Egon -separado de su mujer, frustrado como profesor y escaso de medios- su última vocación, ser geólogo, lo lleva a hacerse correo de droga a cambio de un dinero que le permita costear integrarse en una expedición americana de gran relevancia científica. Todo o nada. Y se la juega a la vocación teniendo que aceptar el servicio que le proporciona Axel, el capo del mal. En cierto modo, estamos hablando de una redención, aunque idealizada en la medida que se paga con la muerte.
No conviene seguir por aquí porque no es bueno desvelar lo que el autor guarda hasta el final. Pero sí conviene aclarar que la audacia de estructura se corresponde con la intención antes que con el deseo de sorprender al lector y eso hace que la que se convertirá en historia central adquiera peso específico y vida propia. En realidad, Krabbé es verdaderamente moderno cuando propone al lector una estructura de relato que lo obliga a rellenar los espacios en blanco de la historia de amor (porque es de amor, casi de amor idílico). Mas es en el riesgo donde se producen algunos agujeros. Por ejemplo: errores en la velocidad de la escritura que acaba siendo acumulativa donde quiere ser descriptiva; por ejemplo: dejándose llevar por el aspecto granguiñolesco del Axel y su mundo, lo que no se compadece bien con el mundo más intenso y problemático de Egon; por ejemplo: son demasiado grandes los espacios que el lector debe rellenar por su cuenta porque Krabbé lanza más sedales de los que puede atender a la vez y hay peces que se escapan; por ejemplo: el final es decepcionante: no se puede hacer trabajar a un lector, moverle con tanto denuedo los puntos de vista del relato, para llevarlo a ese final desfalleciente. Quedan ahí la mano del destino, bellamente trazada de todos modos, y la audacia de contar de manera diferente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.