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ARQUITECTURA

Víctimas monumentales

La vida no significa nada para nosotras; protegeremos este museo hasta la última gota de sangre", me dijo el pasado mes de noviembre Saba Al Omari, la joven conservadora del Museo de Mosul. Se cubría la cabeza con un pañuelo negro y las manos con guantes del mismo color; tenía una extraña expresión, seria y sonriente, mientras hablaba con absoluta determinación. A su lado asentía la directora del museo, que era algo mayor y no llevaba pañuelo. La directora es cristiana y la conservadora, musulmana, pero ambas -sensibles, educadas y muy inteligentes- se mostraban igualmente categóricas: resistirían con firmeza la agresión extranjera cualquiera que fuese su justificación. Durante la conversación, un reactor norteamericano o británico sobrevolaba el museo, justificando que se hubieran tapiado las ventanas altas y evacuado las piezas más frágiles, unas obras que son el orgullo de los iraquíes. Las hileras de vitrinas vacías hablaban por sí solas. El arte y la cultura de Irak están en primera línea de fuego, y sus tesoros irreemplazables sufrirán terriblemente si el país se convierte en un campo de batalla. Casi a diario -insistían mis compañeras iraquíes-, aviones occidentales atacan objetivos en la zona norte de exclusión, donde Mosul es la ciudad más importante, y en la zona sur próxima a Kuwait. Los objetivos se califican de militares, pero esos ataques, ya sea por error o por temeridad, pueden causar daños a las personas o al patrimonio.

Casi todo lo que Occidente considera fundamental para el progreso tuvo origen en Mesopotamia

Ambas mujeres comparten un amor lindante con la veneración por la extraordinaria y antiquísima cultura de su país. Y no es sorprendente. Irak es la cuna de la civilización. Casi todo lo que Occidente considera fundamental para el progreso humano tuvo su origen en Mesopotamia, el territorio ancestral que forma el núcleo del Irak actual. El nombre, que significa tierra entre ríos, le fue dado por los griegos: la amplia llanura aluvial entre el Tigris y el Eúfrates era extremadamente fértil, un paraíso rodeado de áridos desiertos. Allí surgieron la agricultura de regadío, la escritura, la rueda o las matemáticas, en el marco de una serie de ciudades que fueron las primeras de la historia de la humanidad.

Estuve en Irak para realizar un programa por encargo de la BBC2. El objetivo era sencillo: ver los daños que veinte años de guerra -con Irán y con Occidente- habían producido en todos los aspectos de la cultura iraquí, desde su patrimonio artístico hasta su tradición de tolerancia religiosa. Quería también averiguar lo que la población piensa sobre los ataques actuales y potenciales a su cultura, y hasta qué punto los monumentos forman parte del sentimiento de identidad nacional de los iraquíes. Aunque mis objetivos eran sencillos, la investigación no lo fue tanto. Durante los últimos veinte años, muy pocos occidentales han visitado Irak. El régimen tiránico de Sadam Husein lo ha hecho un país poco accesible y ha proyectado una imagen de él que está muy lejos de la realidad. Como me explicó Donny George -director del Museo de Irak y prestigioso arqueólogo-, "los occidentales ven ahora Irak como una zona militar y han olvidado que todo el país es depositario de un patrimonio milenario. Cualquier bomba o misil puede destruir un emplazamiento histórico o restos arqueológicos aún por descubrir". Esta falta de memoria resulta extraña, ya que los museos europeos y americanos poseen abundantes muestras del botín cultural traído desde Mesopotamia durante los siglos XIX y XX.

Desde Mosul me dirigí hacia el sur, hasta Hatra, una ciudad clásica construida por príncipes árabes que fue la encrucijada de una gran ruta comercial. La diversidad cultural y religiosa que albergó todavía se percibe en los monumentos y estatuas que hablan de la influencia de Roma, Grecia y Persia. Aunque fue un centro turístico en los años sesenta, ahora está desolada, pero eso no ha impedido que el régimen de Sadam haya restaurado toscamente sus ruinas con propósitos propagandísticos. Y algo parecido sucede en la legendaria Babilonia, mi etapa siguiente, una ciudad que aún tiene el poder de jugar un papel en la política contemporánea, o al menos eso es lo que parece creer Sadam. La mayor parte de la ciudad antigua se ha reconstruido con ladrillos nuevos y mortero de cemento, creando una serie de recintos desangelados. Sadam, de la misma manera que Nabucodonosor -el rey babilonio que levantó el zigurat mencionado en el Antiguo Testamento con el nombre de torre de Babel-, ha intentado asegurarse la inmortalidad estampando su nombre en los ladrillos de sus obras. Con este gesto, el dictador sugiere que él es la personificación de la historia y el alma de su país, y que su régimen representa la continuidad con los grandes imperios asirio y babilonio. Pero esto no es lo único que explica muchas de las cosas que ahora pueden verse en Irak. El gigantesco minarete espiral de Samarra (un zigurat islámico que también evoca la torre de Babel) se eleva sobre los restos de lo que en su día fue la mayor mezquita del mundo. En un intento de asociar su régimen a la causa islámica, Sadam ha empezado su reconstrucción, y un bosque de columnas de hormigón armado destruye ahora la belleza y el valor arqueológico del monumento. Con el mismo objetivo, está invirtiendo grandes sumas de dinero y otros recursos escasos para edificar en Bagdad la mezquita más grande del mundo, y en el lugar se alzan ya enormes pilares de hormigón.

Siguiendo hacia el sur vi las tristes ruinas de Uruk -con los deteriorados ladrillos de lo que fue un gran zigurat hundiéndose cada vez más en el terreno- y conseguí entrar en Ur, una ciudad sumeria de 4.200 años de antigüedad. No fue fácil porque muy cerca del zigurat de Ur hay una base aérea vedada a los periodistas. Esta yuxtaposición de emplazamiento histórico y construcción militar contemporánea es especialmente perturbadora. Los iraquíes aseguran que este monumento fue bombardeado por los norteamericanos durante la guerra del Golfo y me mostraron pruebas -impactos de proyectiles- no del todo concluyentes. Si los daños fueron causados por cazas norteamericanos quizá pudo deberse a que los iraquíes ocultaran aviones de la base a la sombra del zigurat. Ahora es ya imposible saber la verdad. Lo que sí es cierto es que las bases militares se localizan a menudo cerca de entornos monumentales, de forma que si estalla la guerra el patrimonio iraquí será la primera víctima. En Irak se han contabilizado alrededor de 10.000 yacimientos arqueológicos, de los cuales sólo se han estudiado unos pocos. Hay muchos enigmas por resolver y una guerra podría destruir para siempre valiosos testimonios del pasado. Una catástrofe cultural de magnitud incalculable está quizá a punto de producirse.

Terminé el viaje en Al Qarna, donde el Tigris y el Eufrates confluyen para desembocar en el golfo Pérsico, y donde se dice que estuvo el Paraíso Terrenal. Este lugar es tal como lo describe el Antiguo Testamento, con sus huertas, palmeras y ganado, y realmente debió de parecer un paraíso a las gentes que llegaban del desierto. Aún hoy conserva su belleza fértil y pacífica, aunque se advierte el abandono. No hay turistas en los hoteles y lo que los nativos llaman el Árbol de Adán (el Árbol del conocimiento del Bien y del Mal) se ha secado y, de forma ominosa, el Árbol de la Vida ha desaparecido. Aquí, como en muchos otros lugares de Irak, la sensación de paz es engañosa; es la calma del ojo del huracán. Si los tanques invaden este edén e Irak sufre un violento ataque, las pérdidas culturales -y las humanas- pueden ser catastróficas. Sería un desastre para el mundo, y lo sería por la sencilla razón de que la historia de Irak es la del mundo.

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