No todos los vascos
En protesta por el cierre del diario Egunkaria, se convocó un paro en mi instituto, secundado por un tercio de los profesores. Una compañera preguntó al director por qué había un cartel llamando al paro en el tablón de anuncios que tenemos reservado a cuestiones escolares. El director contestó que "eso es democrático". Ella replicó que también es democrático denunciar un asesinato de ETA, lo que haríamos de ahora en adelante en el mismo espacio. Pero esto último ya no le pareció tan bien al director porque, dijo, crearíamos crispación. Otro compañero se acercó y les dijo que el cartel que decía "Denok gara Egunkaria" (Todos somos Egunkaria) más que democrático era una evidente falsedad, pues dos tercios de los profesores no nos considerábamos de Egunkaria y quienes habían colocado el cartel no tenían ningún derecho a hablar en nuestro nombre. Más tarde, alguien tachó en el cartel la palabra "denok" (todos) escribiendo encima "batzuk" ("algunos" somos Egunkaria). Entonces los huelguistas dijeron que habíamos coartado su libertad de expresión y que éramos tan fascistas como los que habían cerrado Egunkaria.
¿La tolerancia nos exige estar callados ante las acciones de los intolerantes?
Durante años hemos tolerado que "algunos" intolerantes hablasen en nombre de todos los vascos. Mientras, permanecíamos callados, bien por prudencia para no dar lugar a males mayores; o bien, al menos yo, por miedo a que me acusasen de exaltada. Porque ya se sabe que entre exaltados también hay clases. En concreto, los exaltados de la goma-2 constituyen una especie salvaje a proteger; también cuando matan una oveja que, ya es casualidad, siempre forma parte de algún rebaño de rebeldes contra los que abusan de la palabra "denok".
La pregunta que me hago ahora es por qué debemos practicar la tolerancia con los intolerantes. Es decir, con quienes no admiten que la tolerancia con las ideas propias exige respetar un principio de reciprocidad respecto de las ideas ajenas. Me subleva esa contestación tan socorrida de que quien manifiesta no estar dispuesto a tolerar a los intolerantes pone en evidencia su propia intolerancia. Siempre replico lo mismo: ¿entonces, la tolerancia nos exige permanecer callados ante las acciones de los intolerantes, o, a lo sumo, abrir la boca para exclamar con gesto resignado: "Qué barbaridad, qué barbaridad"? ¿Exige que nuestra bondad se traduzca en no oponernos radicalmente a los violentos?
Eso creo que propone el rector de la Universidad de Barcelona en su carta abierta donde explica por qué negó la palabra a Gotzone Mora, una profesora vasca amenazada a la que, sin duda, no incluye en el bando de ninguna violencia. Porque en esa carta se distinguen dos clase de personas que integran "un bando y otro": la gente de bien y los violentos. El rector forma parte del bando de la gente de bien que, a su juicio, es la que se dedica a "mantener y mejorar las pautas que conforman la definitiva superioridad moral" respecto del bando de los violentos.
De forma que, según el rector, para entrar en el bando de la gente de bien no sirve de credencial el hecho rastrero y mugriento de ser víctima de la violencia; ni mucho menos es suficiente una inequívoca posición de solidaridad con las víctimas. Se requiere, como "cualidad esencial", un determinado talante en la comprensión de los victimarios y en los argumentos que se esté dispuesto a emplear en su contra. En función de esta cualidad esencial, el rector decide si la persona invitada se ha contagiado o no de la "arquitectura ideológica" de los violentos.
¿Cuáles son los síntomas de este contagio que el rector con tan acerado ojo clínico ha diagnosticado en el acto académico en el que participó Fernando Savater o en el proyecto frustrado de comparecencia universitaria de Gotzone Mora? No llega a decírnoslo en su carta de forma expresa. Si confiamos en su propia lógica, debía tratarse de unos síntomas que no presentaban ni Arnaldo Otegi ni Pepe Rei, ya que ambos fueron recibidos en el auditorio de forma bien tolerante. Pero me temo que el razonamiento se vuelve implícito para disimular su incoherencia lógica. La diferencia más clara entre tan distinto trato no puede ser el contenido de los discursos, si tenemos en cuenta que a Savater nadie pudo llegar a entenderle por causa de los continuos abucheos de la concurrencia, y a la profesora Mora ni siquiera llegaron a verle en el Aula Magna; en tanto que a Otegi y a Rei nadie les zarandeó ni les tapó la palabra con el grito. Podríamos pensar, entonces, que una persona tiene la superioridad moral requerida por el rector cuando no concita sobre sí expresiones violentas de intolerancia.
Pero si eso fuera así, la supuesta calidad moral de la gente de bien, que tiene la desgracia de ser víctima de la violencia de persecución, no la determinaría ni el rector ni sus inexplicadas pautas, sino la agenda de los violentos: si está en el proyecto de algún intolerante montar la bronca en el auditorio, de ahí se deduce que la calidad moral del conferenciante cotiza poco. O dicho de otra manera, si los intolerantes aplauden, el orador tiene garantizada la alfombra roja hasta la tribuna.
Me da que el rector no acaba de explicarse o nos la quiere liar, intelectualmente hablando.
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