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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Consejo de guerra

George Bush y sus dos mejores acólitos, Tony Blair y José María Aznar, lanzaron ayer desde las Azores un ultimátum no ya a Sadam Husein, sino al Consejo de Seguridad de la ONU. Hoy llegará lo que Bush llamó "la hora de la verdad para el mundo". Y esa "verdad" es terrible, porque significa la guerra. Bush escenificó en la base de Lajes una decisión ya tomada: salvo que Sadam Husein se vaya, atacará a Irak en un plazo muy breve. La única incógnita que queda es la respuesta de los miembros del Consejo de Seguridad al ultimátum de Bush.

El encuentro en las Azores fue, así, por más que intentara desmentirlo alguno de los participantes, un auténtico consejo de guerra. Sus tres participantes, más el anfitrión portugués, consideran que la resolución 1.441 les legitima para usar la fuerza contra Irak. Pero esta resolución fue un texto de compromiso, en el curso de cuya negociación se eliminó, precisamente, todo automatismo para el uso de la fuerza. En todo caso, la 1.441 pone en manos del Consejo de Seguridad la constatación de que Irak ha incumplido sus obligaciones. Las presiones internas sobre Blair obligan a intentar buscar esa última constatación formal. Pero es un insulto al concepto de legalidad internacional mantener que, en el fondo, no importa que no haya segunda resolución y que existe base jurídica suficiente para invadir Irak con las actuales resoluciones.

Bush quiere que los 15 miembros del Consejo se vean obligados a "mostrar sus cartas", en un claro mensaje a Francia, que a lo largo de estas semanas ha amenazado con el veto mientras las inspecciones sigan progresando. Pero ya ni siquiera para los tres de las Azores se trata de comprobar si la labor de los inspectores internacionales sigue avanzando. Es la gran paradoja: se interrumpirán justo cuando esta labor está finalmente produciendo frutos y Hans Blix se muestra dispuesto a regresar a Bagdad.

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Con o sin apoyo final del Consejo de Seguridad, la suerte está echada. En las Azores, Bush ha dejado claro quién manda. La diplomacia se acaba porque el presidente se ha hartado de negociar, y la dinámica del despliegue militar se ha impuesto. Y Aznar le ha servido de comparsa en este viaje unilateral hacia la guerra, a la que Blair aporta 45.000 soldados. ¿Qué aporta España a todo esto? Aznar eludió la pregunta a él dirigida sobre esta grave cuestión. El país se merece una explicación cabal de estas decisiones, que llevan a una guerra ilegal e inmoral, en detrimento de nuestra posición en la construcción europea, en Iberoamérica y en el mundo árabe. Pero merece la pena saber todavía con mayor urgencia cuál va ser el grado de participación española, si se va a limitar al uso de las bases y del espacio aéreo y marítimo o si va a alcanzar a tropas, buques y aviones. Cuando probablemente faltan apenas algunos días, quizás unas horas, para que empiece la invasión, nada saben los ciudadanos españoles sobre el papel de sus Fuerzas Armadas en esta guerra que viene preparándose a sus espaldas y contra su opinión desde hace meses.

Pese a la enfática declaración sobre las relaciones transatlánticas, Lajes no ha sido una nueva Yalta. En la reunión no ha empezado el nuevo reparto del mundo, aunque no hay duda de que se están repartiendo las cartas y de que tiemblan los cimientos de la arquitectura internacional. Aznar quizás ha olvidado que la filosofía de esta Administración de Bush es que la "misión determina la coalición" y no al revés. Terminada la misión, se puede tirar la coalición.

El encuentro en la isla Terceira de las Azores ha servido para vestir la decisión de Bush de ir a una guerra arbitraria que se hubiera podido evitar con más paciencia si el objetivo de EE UU hubiera sido de verdad eliminar las armas de destrucción masiva. Pero es otro: forzar un cambio de régimen, previsiblemente con un alto coste en vidas y sufrimientos para muchos inocentes, ocupar un país estratégico para el suministro de petróleo y recomponer la región, incluida una paz entre israelíes y palestinos. La perspectiva de un Estado palestino viable tuvo derecho a una mención en Lajes, aunque, sobre el terreno, el Gobierno de Sharon imponía otra realidad muy distinta al sellar Gaza y Cisjordania, donde los palestinos vuelven a quedar prisioneros.

La guerra está muy próxima. Sadam lo ha entendido. Su fin se acerca. ¿A qué precio para los iraquíes inocentes y la futura gobernanza del mundo? Cabría esperar, al menos, una cierta proporcionalidad en el uso de la fuerza por parte de la superpotencia contra un país relativamente pequeño y castigado por doce años de sanciones y un régimen dictatorial. Nadie intentó ayer en Lajes evitar la guerra. Pero todavía hay que seguir insistiendo hasta el último minuto en que se puede evitar esta guerra.

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