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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Banderas de paz

Aunque no alcanzase el eco de la convocatoria de hace un mes, las de nuevo masivas manifestaciones de ayer demuestran que la opinión pública española sigue movilizada contra la guerra. Se equivocan quienes pensaron que "nos cansaríamos de protestar", dijo ayer el escritor José Saramago al cerrar la manifestación de Madrid. La oposición a la intervención bélica en Irak no sólo no remite, sino que, según reflejan las encuestas, aumenta cada día, al igual que en el resto del mundo, Estados Unidos incluido. Eso no ocurrió en vísperas de la guerra del Golfo, cuando se forjaba la alianza de más de 30 países. La diferencia reside en que a quienes se oponen a todas las guerras se están uniendo ahora quienes se oponen a esta guerra en concreto, cuyas razones no comprenden.

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No las comprenden porque son cambiantes y contradictorias, hasta el punto de haberse impuesto la impresión de que lo decidido era la intervención, y lo pendiente de decidir, los motivos y las explicaciones para realizarla. Del concepto en sí mismo contradictorio de represalia preventiva (por el terrorismo) se pasó a la cuestión del desarme, a fin de buscar la legitimación en el incumplimiento de las condiciones del armisticio de 1991. El argumento de que los avances en el desarme habían sido el fruto de la presión, y que esa presión sería más eficaz si era unitaria y firme, se destruye a sí mismo cuando Bush dice que ese desarme demuestra que Sadam mentía y añade que atacará en todo caso, con o sin resolución de Naciones Unidas: si atacará haga lo que haga Sadam, se invita a éste a conservar las armas más peligrosas para defenderse.

Ahora se habla ya abiertamente de la necesidad de derrocar al régimen. Sería un objetivo deseable si no fuera porque los valores democráticos no se defienden con una guerra preventiva, e ilegal, según el secretario de Naciones Unidas, si finalmente no cuenta con el respaldo del Consejo de Seguridad.

En España, a esa incomprensión sobre los motivos se añade el rechazo a un cambio de la política exterior que ni siquiera ha sido objeto de discusión en el seno del PP. El embarazo con que algunos ministros se remiten estos días a lo que diga Aznar refleja el carácter profundamente personalista de las opciones que está tomando el Gobierno. Sin descartar la influencia de las posiciones de la Iglesia, ese desconcierto explica que dos tercios de los votantes del PP, según los sondeos, estén en contra de la intervención incluso con resolución de la ONU. Sobran razones, por tanto, en España y en el resto del mundo, para mantener la movilización contra la guerra ya inminente.

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