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Columna
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La Dama

La Dama de Elche dejará de ser una dama. Con una tecnología punta consistente en un escaneado tridimensional con más de mil tomas, una empresa llamada Factum Arte se propone, por encargo del Museo Arqueológico Nacional, crear una nueva Dama indistinta del original. Tan iguales entre sí que el mismo director del Museo, Miguel Ángel Elvira, ha declarado que "será imposible reconocerlas". Tan imposible que la autoridad ha decidido que "la nueva Dama" (obsérvese que no dice "la Dama falsa") lleve un sello "que diga que es la réplica". Ni siquiera los expertos son capaces de garantizarlo. El único que puede asegurarlo es el sello. Es decir: la única referencia de falsedad se encuentra en quien posea el sello. Pero ¿será el sello a su vez falsificable? Mucho más que una Dama, naturalmente. Y siendo así, ¿en qué se apoyará la autenticidad de la Dama? ¿Sólo en la autenticidad de un chisme elaborado anteayer? Podría haberse escogido, como es tradición, la identificación de la Dama número uno mediante un cuño acreditativo, pero siendo las dos piezas idénticas, ¿qué importa hacerlo al revés? En realidad, el valor se esfuma en medio de la duplicación porque, ostentando el sello, ¿qué impide sellar ésta o aquélla? La intercambiabilidad perfecta legitima aquí la arbitrariedad. Tanto que ¿por qué en vez de una Dama adicional no media docena o un millar más? De esta forma el señor Miguel Ángel Elvira no sólo silenciaría la queja de los ilicitanos por no tener a la Dama en casa, sino que contentaría a todos los posibles peticionarios y así su Museo podría vivir en paz. Porque el señor Elvira, hastiado de protestas pueblerinas, ha declarado que los ilicitanos ya tuvieron en su poder a la Dama en 1897 durante 15 días y la vendieron por 4.000 francos al Louvre. Ahora, si la quieren, van listos con una copia. Pero ¿una copia? Lo crucial hoy es que la copia, sin mediar el dichoso sello, nadie sabe cuál es. Y borrando el sello, no plasmándolo, tapándolo, cualquiera poseerá la Dama de verdad siendo, en verdad, la falsa. En definitiva, puede ser que los ilicitanos malvendieran el busto a los franceses pero, tras el encargo a Factum Arte, ¿cómo no ver que el señor Elvira ha reducido a cero su valor, su símbolo, su realidad?

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