Horas bajas para la Casa de Saud
Los saudíes se debaten entre una guerra contra Irak que no les gusta y un divorcio con EE UU que no quieren
En los hoteles de cinco estrellas de Beirut y El Cairo se ven estos días más saudíes de lo habitual para la temporada. Se les reconoce por sus blancos e inmaculados turbantes y chilabas, sus muchas joyas de oro y piedras preciosas y la compañía de esposas veladas y enguantadas. Si tantos saudíes están veraneando ahora en las dos capitales árabes es por el estrés con el que su país vive la guerra que EE UU se prepara a desatar contra Irak. A Arabia Saudí, según han dicho claramente sus gobernantes, esta guerra no le gusta en absoluto.
Arabia Saudí preferiría cualquier otra solución, incluida la dimisión de Sadam Husein, o un golpe de Estado que lo depusiera. El país que alberga un cuarto de las reservas petroleras del mundo y produce el 12% del crudo que se consume en el planeta no cree que las armas de destrucción masiva sean la verdadera razón de la campaña estadounidense. Lo dijo hace unas semanas en El Cairo el jeque Ahmed Zaki Yamani, que fue ministro de Petróleo saudí entre 1962 y 1986, secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y uno de los artífices del embargo petrolero de 1973. "Olvídense de lo de las armas", dijo Yamani en su intervención en la Feria Internacional del Libro de El Cairo. Y continuó así: "Hay muchos países, Israel, Corea del Norte, India y Pakistán, que tienen muchísimas más de las que pueda esconder Sadam. Ése no es el asunto. A EE UU sólo le interesan dos cosas en Oriente Próximo: Israel y el petróleo. EE UU va a hacerse con las segundas reservas mundiales de petróleo tras las nuestras y va a domar a un país peligroso para Israel".
En una entrevista en Riad con Le Monde, el príncipe Talal Bin Abdelaziz, hijo del fundador del reino y hermanastro del rey Fahd, acaba de decir lo mismo. "EE UU", según el príncipe Talal, "quiere controlar el mundo a través del petróleo de Oriente Próximo". Con este gran recurso estratégico en la mano, podrá imponer sus condiciones a aquellos que "en el futuro puedan contrarrestar su poderío, como la Unión Europea, Japón y China". Y aunque el príncipe no lo dice, EE UU, con el petróleo de Irak en su poder, también podrá distanciarse de la Casa de Saud, la familia que reina en la tierra natal del profeta Mahoma.
Desde finales de la II Guerra Mundial, EE UU y la Casa de Saud han tenido un muy sólido matrimonio de conveniencia: protección a cambio de petróleo. Pero los atentados del 11-S abrieron los ojos a los norteamericanos. No sólo Osama bin Laden es saudí y 15 de los 19 kamikazes del 11-S tenían esa nacionalidad, sino que la Casa de Saud lleva años exportando su versión fundamentalista del islam: el wahabismo. De repente, en EE UU empezó a hablarse del autoritarismo, la corrupción y el fundamentalismo saudíes.
El comienzo de un desamor fue recíproco. La Casa de Saud descubrió que la presencia militar norteamericana en su país, que data de la invasión de Kuwait por Irak en 1990, es un peligro para su supervivencia en el poder. Esta presencia fue la primera razón del odio de Bin Laden a los norteamericanos, y es muy criticada en Arabia Saudí. Al enfriamiento del matrimonio también contribuyó el que el príncipe Abdulah Bin Abdulaziz gobierne el país de facto por enfermedad del rey Fahd. Abudlah es menos pronorteamericano que Fahd, está más preocupado por los palestinos y es más sensible a los intereses árabes.
En 1991 Arabia Saudí acogió a la mayoría del medio millón de soldados concentrados contra Irak. Ahora, no ha aceptado servir de base para las tropas norteamericanas, y éstas se han concentrado en Kuwait. No obstante, pocos dudan de que, a la hora de la verdad, dará ese permiso.
La Casa de Saud no desea en absoluto divorciarse de EE UU. De hecho, tiene un plan. Una vez terminada la guerra de Irak, el príncipe Abdulah pedirá a George W. Bush la retirada de todas las fuerzas norteamericanas. Al mismo tiempo anunciará la celebración de algún tipo de elecciones, en las que no podrán participar en un primer momento las mujeres. Lo primero reduciría el descontento popular; lo segundo arrebataría pretextos intervencionistas a Washington.
"Reforma" es la palabra más escuchada estos días. A finales de enero, 104 empresarios y profesores saudíes, todos varones, firmaron un manifiesto que pedía comicios libres, lucha contra la corrupción, una más justa distribución de la riqueza y algunos derechos cívicos para las mujeres. "Es nuestra última oportunidad para hacer reformas; Arabia Saudí puede ser, tras Irak, el próximo objetivo de los norteamericanos", dijo el escritor Turki al Hamad, uno de los firmantes. El manifiesto fue entregado en mano al príncipe Abdulah, que lo recogió de buen grado y conversó con varios de sus promotores. Toda una novedad en el autocrático reino saudí.
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