Tiempo de espera
Recibí hace unos días un correo proponiendo una idea sencilla para manifestarse contra la guerra. Consistía en encender el domingo por la noche una luz que junto a otras muchas fuese vista desde el cielo, desde los aviones y satélites. Hace tiempo que no veo satélites orbitando a mi alrededor y dudo que empiecen a hacerlo aunque encienda una luz que diga "aquí estoy". Con todo, no me pareció mala idea, porque tengo yo como un remordimiento por no haber salido a la calle en la manifestación contra la guerra. Pero es que tenía el alma dividida.
De un lado, la guerra me parece una recaída a comportamientos que deberían haber quedado atrás. Aunque nunca han faltado guerras y en esto parece consistir nuestra condición humana: seguir fumando después de haberlo dejado. Seguir amando después de haber empezado a odiar. Seguir de adolescentes, aún después de adultos.
Por eso hacen falta la ONU y Francia y Alemania y artistas con pegatinas
Cada vez que llenas el depósito de gasolina de tu coche, legitimas al tío Bush
Por eso hacen falta leyes, jueces y guardias. No basta con semáforos en rojo. Alguien tendrá que ir a ponerle una multa al sujeto peligroso que se lo ha saltado setenta veces siete. Y más vale que, además de multa, lleve a mano una pistola, por si acaso.
Me parece ingenuo confiar en que, sin la amenaza militar, Husein vaya a cumplir con las resoluciones de desarme que le ha enviado la ONU desde la guerra del Golfo. La cuestión está en saber quién decide sobre el uso legítimo de la "fuerza" capaz de hacer cumplir esas obligaciones. En el siglo XX se apostó por atribuir este poder al Consejo de Seguridad de la ONU. En los albores del siglo XXI, que comenzó el 11 de septiembre de 2001, el Gobierno presidido por Bush parece decidido a asumir esa competencia a la manera propia de los imperios. Aunque me desahogue gritando que no reconozco la legitimidad del presidente de los Estados Unidos para declarar una guerra que involucra a la completa humanidad, siento la voz de Condolezza Rice hablándome desde el cielo como la madre de Woody Allen: Hija mía, cada vez que llenas el depósito de tu coche, legitimas al tío Bush para que ponga orden en la gasolinera, blandiendo el misil que le cuelga del cinturón.
Al iniciarse el siglo XIX, mi ciudad de Burdeos dedicó una bella plaza a la luz de las utopías y a la imagen de los espíritus libres. El centro de la Place des Grands Hommes, en la que confluyen las calles Voltaire, Rousseau y Montesquieu, está hoy ocupado por un supermercado recubierto de vidrio y titanio. El recorrido iniciático que necesitan las grandes ideas para prender y vivir está hoy representado por la escalera mecánica de una galería de consumo. Si nos descuidamos, cualquier día Condolezza Rice sustituirá a Montaigne en el callejero bordelés.
Por eso hacen falta la ONU y Francia y Alemania y artistas con pegatina y luces humildes apuntando al cielo. Para decir estamos aquí, os estamos mirando. Cuidado con cogerle gusto al dedo que pulsa ese botón. Debemos poner límites a lo que vaya a suceder.
Dicho y hecho, cogí el flexo y me asomé a la ventana de mi apartamento musitando: "Satélite de Bush que estás en los cielos, hágase tu voluntad aquí en la tierra como en Irak. La gasolina de cada día que no nos falte. Pero libra del mal de los misiles a los niños, o si no, habrás de vértelas con el Pulitzer que hará que pases a la historia como un guarro. Amén".
La tecnología espacial no es lo mío. En vez del cielo, conseguí iluminar la pared de enfrente, en el patio interior del bloque. Y estaba yo pensando en cosas trascendentes, como ¿se verá este patio desde el cielo? ¿Habrá alguien ahí arriba, un pájaro, un avión, tal vez Supermán? Y en esto que se asoma la victimista vecina de abajo que siempre se queja de que le ensucio su ropa colgada. Y me pregunta: "¿Se le ha caído algo?". Cómo voy a explicarle que es una propuesta de internautas para iluminar el cielo y que el satélite le advierta a Bush que le estamos viendo. Seguro que piensa que "Interné" es un club de alterne que frecuento. He dicho "No es nada" y he retirado la cabeza y el flexo. Así ha terminado mi primera manifestación global contra el poder desatado del imperio.
La idea leída en el mensaje no parecía mala. Pero al llevarla a la práctica no ha resultado tan sencilla. Es lo que tiene la imaginación. Habría sido distinto desde un chalet adosado. Entonces con un poco de tiempo habría llenado de luces el jardín, transformándolo en una pista de aterrizaje para palomas de la paz. Todo eso y unos niños preciosos habría podido ser tuyos, de no haberte separado de Felipe (me dice la voz del okupa que se aloja en mi oído). Hago cuentas e imagino a los tales niños creciditos, con lo que el okupa enmudece discretamente.
Y me consuelo pensando que muchas otras luces de alerta están encendidas, que entre la ingenuidad y la estupidez, la inteligencia y la maldad, vamos tejiendo vidas y nuestro mundo.
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