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Reportaje:AMENAZA DE GUERRA | La situación en el Kurdistán

Mejor ser prisionero que 'kamikaze'

Un guerrillero integrista adolescente se entrega a las milicias kurdas del norte de Irak para no inmolarse en un atentado

Juan Carlos Sanz

Tiene sólo 17 años y ya ha sido derrotado. Prisionero de guerra en un conflicto que aún no ha comenzado, a Osman Mojafa parece que se le haya acabado ya el mundo en la sede de la Seguridad en Suleimaniya, en el norte de Irak que escapa al control de Sadam Husein, donde lleva detenido seis meses a la espera de ser juzgado por terrorismo. "En 1999 me afilié al Komala Islámico del Kurdistán, porque creía que ellos tenían una verdadera fe en Dios; pero en abril del año pasado conocí a la gente de Ansar el Islam y me marché con ellos", relata impasible el menudo Osman en una entrevista, salpicada por sus continuas invocaciones a Alá, mantenida en un cuarto de la Seguridad, tal vez una antigua celda. Un agente de la Administración de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), que controla esta región del territorio autónomo iraquí, asiste al encuentro sin intervenir en ningún momento.

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El muchacho es producto genuino de las aldeas que rodean la ciudad de Halbaha. Se echó al monte como quien ingresa en el seminario -"buscaba a Dios", reitera desvalido, con cara de susto por la que asoma su nariz rota- y acabó con los ojos enrojecidos por las guardias, soportando las tiritonas de madrugada. Miles de milicianos kurdos patrullan, Kaláshnikov en mano, por los riscos del Hauraman frente a combatientes islamistas que nunca hacen prisioneros. Es la única zona de Irak en la que, por ahora, resuena el eco de los disparos de mortero y las armas automáticas. Ansar el Islam es acusada por EE UU y las autoridades kurdas de mantener lazos con Al Qaeda.

"Me llamo Hassan, a secas", replica con un mohín. Se da aires de comisario de serie negra. Por algo es el inspector jefe de la central de la Seguridad, se sabe los casos de memoria y no necesita consultar los expedientes que tiene sobre la mesa para citar nombres, fechas de detención o piezas inculpatorias. "Tenemos pruebas concluyentes de que Al Qaeda se ha infiltrado aquí", afirma antes de autorizar la visita al preso adolescente. En una prolija charla, se refiere a mensajes interceptados en Internet que condujeron a la red que organizaba el entrenamiento de guerrilleros kurdos en Afganistán. "Ansar al Islam cuenta con unos 500 o 600 miembros, que muchas veces proceden de otros grupos islamistas próximos, como es el caso de Osman. En sus filas puede haber unos 70 extranjeros: afganos, sirios, jordanos y saudíes, entre otras nacionalidades".

"Yo luchaba contra los peshmergas [milicianos] de la UPK porque pensaba que eran unos infieles y unos blasfemos contra el islam; eso es lo que me dijeron", prosigue Osman, "pero no participé directamente en ningún ataque. Sí, sí. Había extranjeros entre nosotros; no sé... turcos, árabes". Su familia, a la que apenas ve desde que se marchó de casa con 14 años junto a los mulás del Komala, intenta ayudarle ahora a salir del infierno. "Creo que no habrá juicio; me dejarán en libertad porque me he arrepentido", asegura convencido el prisionero, "y he jurado que nunca volveré a la guerrilla".

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"Me entregué hace seis meses a los milicianos de la UPK en Halabha porque me estaban preparando para llevar una carga explosiva; para un atentado suicida", recuerda el joven detenido sin dejar de citar a Dios en cada frase. Tiembla todavía de miedo al recordar cómo se le iniciaba en las técnicas para manejar los explosivos como un mártir de la fe. "Por supuesto que me prometieron el paraíso, pero yo tuve entonces una profunda crisis de fe. Matar a los demás de esa manera... no puede ser que eso sea la fe verdadera", reflexiona en voz alta el pío Osman, demasiado joven aún para que la barba santifique su rostro. El miedo le obliga a seguir tomando tranquilizantes desde entonces.

Los servicios de seguridad de la UPK están limitando en los últimos días los movimientos de la prensa internacional en torno a Halabha y Jormal, en la frontera iraní situada a un centenar de kilómetros al sureste de Suleimaniya, tras haber recibido alertas sobre movimientos de guerrilleros de Ansar el Islam. De hecho, hay establecidos desvíos obligatorios en las zonas no controladas por las milicias leales. En esta perdida retaguardia de los peshmergas del Kurdistán iraquí se libra a diario una batalla ignorada.

Osman Mojafa, en la sede de la Seguridad de Suleimaniya.
Osman Mojafa, en la sede de la Seguridad de Suleimaniya.J. C. SANZ

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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