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Columna
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Tres miradas

Analizamos los mundos centrados en la imagen que tres artistas dejan patente en tres galerías bilbaínas: en Epelde & Mardaras, la vasca Itxaso Ugalde (Caracas, 1957); en Vanguardia, la estadounidense Jane Hammond (Connecticut, 1950), y en Catálogo General, el zamorano Miguel Villarino (Morales de Rey, 1959).

Pervive en Itxaso Ugalde una carga narrativa muy acentuada. Sus diminutos personajes, hombres y mujeres corrientes, deambulan por el aire o caminan por subsuelos terráqueos en continuo movimiento. Seres que no se conciben parados, aunque siempre felices y poco angustiados. Lo más personal y valioso lo encontramos cuando su mano se abandona en el mundo de lo naïf. Y así las pinturas se realizan en una suerte de ensimismamiento como si se tratara de hacer punto o bordar. Es más, algunos signos incrustados en determinados cuadros provienen del acervo popular artesanal. En cambio, cuando se sale de ese mundo, se pierde y dispersa. Respecto a los trabajos de sus cerámicas vemos que participan comúnmente de lo ilustrativo, con una propensión hacia el mundo perdido de la infancia, visto con los ojos que Saint-Exupéry puso en el rostro perplejo de El principito. En las bien ejecutadas ocho acuarelas se patentiza la mecanicidad de la naturaleza.

Con imágenes dibujadas a línea, y luego reproducidas a discreción, saltan a la vista un sinnúmero de iconos de artistas famosos, tanto del arte como del cine, a lo que se añade el mundo imaginario predilecto de Jane Hammond. Entremezclados conforman piezas únicas, unas veces en papel vegetal, a la manera de calcomanías, y otras en forma de cajas de cerillas. Otras obras están compuestas por yuxtaposiciones de pinturas, maculaturas, frotaciones y collages diversos. Destaca una potente obra grande. Pintada sobre un fondo negro, y con sutiles juegos matéricos al modo de espacios de ida y vuelta, los trazos blancos fabrican imágenes de variopinta condición, cuyo resultado final deviene en singular resumen de cuanto se ha dicho en las otras obras.

El obsesivo Miguel Villarino repite la misma historia o parte de ella a lo largo de su muestra. La silueta de un caballero del siglo XVI a caballo, varios remedos de flor de lis o semejanzas, más trazos de casas apenas esbozadas, con ladrillos descarnados a la vista, se repiten por los lienzos. Son esbozadas historias que están en el secretado pensamiento del autor. En lo que llamaríamos esculturas o arte escultopictórico no existen secretos. Metidas en cajas o al modo de relieves, las maderas pintadas son la representación viva de casas habitables, algo así como construir con volúmenes lo que en lejanos días infantiles no eran sino recortables de papel. En algún momento parece que nos reconciliamos con el arte cuando no existe una intención impositiva de solemnizar al propio arte.

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