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La guerra, aunque no se la llame aún así, ha empezado ya; y la posguerra a la vez. Todo se mezcla. Cientos de fuerzas especiales de EE UU y del Reino Unido están ya en Irak; los bombardeos en las zonas de unilateral exclusión aérea se han intensificado; soldados turcos han entrado en el Kurdistán iraquí e iraníes en el este del país; en la alambrada que separa Irak y Kuwait se ha abierto un boquete; mientras, según algunas informaciones, Israel y EE UU planean bombardear instalaciones en Irán para frustrar tentaciones de fabricar armas nucleares. Desde ahora, se prepara la siguiente fase, la del bombardeo e invasión, y muchos actores toman posiciones para el después.
Estos movimientos iniciales anticipan la dificultad de gestionar un país que, como alertara Churchill, sólo puede gobernarse con una dictadura. Los kurdos quieren como mínimo una autonomía como la que ya gozan en la zona de exclusión en el norte. Pero para los turcos, ese, si acaso, es un máximo. En el oeste y el sur, los iraníes toman posiciones y terreno en apoyo de los shiíes, pese a la protesta de EE UU. Tampoco se puede excluir que la ingeniería geopolítica estadounidense recomponga Irak en un país menor, a favor de muchos de los vecinos (Kuwait, Jordania y Turquía).
La guerra psicológica también ha empezado. A diario, EE UU está presionando sobre los mandos iraquíes, que reciben llamadas para exiliarse o rendirse directamente en sus móviles, aunque vayan cambiando de número. Claro que la situación de los presos sin ley en Guantánamo no favorece una rendición. El informe de Blix el pasado viernes demuestra que, bajo presión de la amenaza militar, las inspecciones están, finalmente, dando sus frutos; pero ya da igual. Pero unas horas antes, en su conferencia de prensa preventiva, Bush ya había ratificado su veredicto. EE UU intentará que el Consejo de Seguridad vote la nueva resolución, más para obligar a que sus miembros se retraten que para buscar una legalidad a la que hasta Blair parece haber renunciado. La única forma de evitar el tremendo castigo militar sería que Sadam Husein cayese o se exiliase, como intentan varios gobernantes árabes. Si lo consiguieran, sería un éxito para Bush, Blair y hasta para Aznar. Pero el presidente de EE UU no querría quedarse ahí, sino ocupar Irak.
Muchos dictadores de este tipo suelen perder contacto con la realidad. Si Galtieri hubiera aceptado la última oferta que le hizo Haig antes del contraataque final británico, las Malvinas no serían hoy del Reino Unido (aunque quizás no argentinas) y Galtieri y la Junta hubieran aguantado más en el poder (al menos eso se le debe a ese error de cálculo y al tesón de Margaret Thatcher). Si Milosevic hubiera cedido en Kosovo antes de la guerra, probablemente seguiría mandando en Belgrado. Y si Sadam Husein se hubiera retirado a tiempo de Kuwait en 1990, aceptando las últimas ofertas que se le hicieron, una parte de ese país sería iraquí, Irak sería poderoso, y posiblemente dispondría hoy de armas nucleares. Entonces, EE UU estaría negociando con él.
Ganar sin guerra, sin pasar a la fase decisiva, es posible. También perder con guerra. Pues a juzgar por los planes del general Myers, los varios miles de misiles que EE UU podría lanzar sobre Irak en las primeras 48 horas están destinados a poner en práctica esa estrategia que Harlan Ullman, en un libro colgado de la vitrina en Internet del Pentágono, ha bautizado como Shock and awe, "choque y pavor". Su objetivo es forzar de forma inmediata la derrota y el derrumbe moral del adversario con un ataque que en el primer día lanzaría más poder explosivo que en los 40 que duró de la guerra del Golfo en 1991. Tal muestra de poderío tecnomilitar puede generar una auténtica ola de temor, resentimiento y odio hacia EE UU, país que, pese a su inigualable superioridad militar, se siente ahora vulnerable. Esa es una paradoja de la actual complejidad para Estados Unidos: más poderoso, pero también más vulnerable que nunca. España, simplemente más vulnerable.
aortega@elpais.es
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