La claridad en el paso del tiempo
Hay algo especialmente entrañable en esta colección de los relatos de Arthur Miller: el tono de una época que a veces pensamos que se pierde en el tiempo. Responden a un modo de enfrentar los problemas de la existencia que tiene que ver, sobre todo, con la comprensión, pero es esa comprensión exigente que no perdona el ejercicio de la lucidez. Un clásico, pues, de la posguerra. Las gentes que dan rostro a estos retratos del pasado medio siglo último muestran sus deseos y sus carencias tomando como fondo de escenario unos conceptos de justicia y solidaridad que el autor no oculta y que, aparentemente, ya no se abanderan a comienzos de este siglo, pero que respiran con toda la fuerza de la experiencia. Extraña y estimulante contradicción.
YA NO TE NECESITO
Arthur Miller
Traducción de Jordi Fibla
Tusquets. Barcelona, 2003
296 páginas. 16 euros
La obra narrativa de Arthur Miller es escasa, pero no irrelevante. Su poderosísimo esfuerzo de dramaturgo quizá la haga aparecer como algo menor, lo cual es tan injusto como incierto. Es autor de dos novelas excelentes. La primera, Focus -publicada por Tusquets con el título En el punto de mira- es de 1945; la segunda, Una chica cualquiera (también en Tusquets) es de 1992. Merece la pena detenerse en esta distancia temporal, porque entre ambas hay dos concepciones de la escritura narrativa que revelan la integridad de Miller como escritor. En el punto de mira es un relato tradicional, conmovedoramente recto y realista, insistentemente adornado con todos los detalles propios de una cuidadosa y también tradicional puesta en escena de los elementos dramáticos; Una chica cualquiera es un relato extraordinariamente depurado, decantado, limpio de toda otra expresión que no sea la imprescindible; un acto de ascesis literaria.
Los cuentos que componen el volumen que comentamos están fechados entre 1959 y 1966. Es importante señalarlo porque, curiosamente, en su concepción responden a los dos modelos que sus dos novelas manifiestan. Los textos más largos, casi nouvelles, se asemejan -en la forma de expresar las convicciones que los construyen- a la primera de las novelas; los más breves, de una expresión anticipadamente minimalista, pertenecen al estilo de la segunda, que sin embargo es muy posterior en su ejecución.
El lector que se enfrenta ahora a los cuentos advertirá que en los más largos -Ya no te necesito, La profecía o La noche del ajustador- es preponderante un minucioso estudio de caracteres, actitudes y ademanes propio de alguien que desea describir con todo cuidado el espacio real en el que se mueven y actúan los personajes en estricta correspondencia con el espacio de sus pensamientos y reflexiones; en los otros, en cambio, parece imperar el ingenio sobre la construcción detallada, y el relato pierde premiosidad, también pierde peso específico, pero gana en soltura y en modernidad. En los primeros prima el moroso detenimiento, casi regodeo, en los elementos que integran la suma de los acontecimientos; en los segundos es la sugerencia lo que adquiere mayor relevancia. Ni que decir tiene que son estos últimos los que mejor aguantan el paso del tiempo porque, sencillamente, dejan respirar al lector en lugar de invadirlo y cercarlo con la minuciosa descripción de los estados anímicos de los personajes en torno a su drama.
Lo entrañable a que aludía
al principio es el último tono de comprensión y humanidad que hay en la actitud de Miller hacia sus criaturas. Son criaturas que van desde los inadaptados del cuento del mismo título, con esa bella metáfora de los últimos caballos salvajes aplicada a sus vidas, hasta el mecánico ajustador que detesta su vida y su trabajo debido a lo que considera una mala jugada y que, sin embargo, se ve envuelto en una situación en la cual su amor propio revelará el temple del que está hecho.
Son cuentos tradicionales también, cuyo "modo" lo reconocemos al instante como reconocemos el look de una película perteneciente a los escenarios y colores en tecnicolor de los años cincuenta; Respecto a sus novelas, repito, los cuentos largos están más cerca de la intensidad de Focus y los cortos de la desenvoltura y modernidad de Una chica cualquiera. Claro que en esta última novela la modernidad se la daba también la decantación, esa capacidad que sólo da la sabiduría y que permite trabajar abiertamente en el territorio de la claridad, de lo sustancial; como dio cima a su arte otro eminente anciano, John Huston, en Los muertos.
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