El cerdo
Cuenta Juan Benet en su Otoño en Madrid hacia 1950 que un sargento explicaba de la siguiente manera a sus reclutas qué era eso de la patria: "Os lo voy a explicar de una vez para siempre -decía el sargento- ¿A que cuando veis un francés os da rabia? Pues eso es la patria". El recuerdo benetiano da risa, forma parte del anecdotario de ese tiempo negro en que niños y jóvenes tenían que aprender sus caligrafías, la escolar, la militar, la del servicio social, desarrollando a la vez un amor sublime al sitio en el que nacieron. Da risa si uno no lo piensa. Pero si uno lo piensa, advierte que esos amores patrióticos, de definición similar a la del sargento, se fueron adaptando a la nueva estructura de España y calaron de tal manera que ahora se puede decir que los amores a la patria que cunden en nuestro país están fundamentados, sobre todo, en la rabia que se les tiene a los vecinos. Cuando vives en un sitio como Madrid te acostumbras a pensar que la patria es un acuerdo ciudadano que va mudando sus costumbres según cambian los tiempos. Madrid es hoy, además de sede de La Moncloa (¡lo único que ven algunos!) "la pequeña Malabo" de Móstoles, la comunidad china, africana, árabe de Lavapiés, la ecuatoriana. Madrid es (siempre) Andalucía y Extremadura. Por más que le cuelguen a esta ciudad el sambenito de centro de la España rancia, hay otras cosas ahí fuera. Ni Manzano ha podido matar su vitalidad interna. Pero vivimos acostumbrados a escuchar el nombre de nuestra ciudad con desprecio. Es más, si hay algo que define al madrileño es apuntarse a las críticas, ¿por qué no? Madrid es ruidosa, pueblerina, destartalada. Pero, de pronto, saltas por una tontería: un empresario catalán pone una cadena de restaurantes en Madrid. Unos restaurantes muy bien decorados. Soy de las primeras clientas. ¡Viva la colonización catalana! El otro día lo recomendaban en este periódico. Y yo no salía de mi asombro cuando leí que el diseñador no había querido decorarlo "como el típico restaurante madrileño con cerdo en el escaparate". ¿Pero, Dios santo, cuántos restaurantes con el cerdo quedan en Madrid? ¿No será que haciendo de menos esta ciudad hay quien se siente mejor? Si es así, cumplimos una bonita función psicológica.
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