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Tribuna:LA CONVENCIÓN SOBRE EL FUTURO DE EUROPA
Tribuna
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La percha europea

Considera el autor que el debate en el Parlamento vasco sobre el futuro europeo ha sido frustrante, al limitarse a trasladar a ese ámbito el plan soberanista de Ibarretxe

El proceso de construcción europea es lento, desigual, desequilibrado, incompleto y ambivalente. No hace falta nada más que analizar la integración del euro y los criterios de convergencia para aproximar las economías -en inflación, tipos de interés, endeudamiento, pero con el olvido del empleo, fiscalidad, protección social salarios, etc.- para comprobarlo. Se está construyendo un federalismo monetario, convirtiendo la política social en la parienta pobre del entramado comunitario, en un simple corolario del libre mercado. Utilizando a Maurice Duverger se puede hablar de la "liebre de la moneda frente a la tortuga de los derechos sociales y políticos".

En diciembre de 2000, en la cumbre de Niza, los responsables europeos acordaron poner en marcha la Convención sobre el futuro de Europa, con el objetivo de construir una democracia supranacional que supere los limites del viejo Estado-Nación. El método intergubernamental había llegado a su limite. Era preciso un nuevo impulso, abierto, participativo, asociando a las instituciones de la llamada "sociedad civil". Había que elaborar una Constitución Europea que nos convierta en ciudadanos europeos con derechos políticos, sociales y cívicos en pie de igualdad.

No es bueno colgar de la percha europea una carga que no puede soportar
El resultado y las conclusiones han sido frustrantes. Estaban ya predeterminadas

El concepto de ciudadanía de Europa, que nació en 1992, con el Tratado de Maastrich, estaba estancado por culpa de los recelos nacionalistas de los Estados miembros, que han impedido que la ciudadanía europea se reconozca como complementaria y no sustitutiva de la ciudadanía nacional. Es el momento de recordar lo que el europeísta Jean Monet declaró en 1952: "No coaligamos Estados, unimos ciudadanos". En definitiva, Europa tiene que decidir qué quiere ser de mayor, si únicamente una zona de libre cambio y un objeto político no identificado, o una institución completa; es decir, una unión política, económica y social común.

Y el debate llega al Parlamento vasco. Era una oportunidad magnífica para contribuir a una movilización de la ciudadanía vasca más allá de la endogamia del actual debate político en Euskadi. El resultado y las conclusiones han sido frustrantes. Estaban ya predeterminadas. Se cuelga de la percha europea el plan soberanista propugnado por Ibarretxe. El debate se nacionaliza y se soberaniza y se convierte en desequilibrado, unidireccional e incompleto, ya que el objetivo era colgar de la percha lo propio, al identificarse soberanía, territorialidad, identidad personal, conciencia nacional, ámbito vasco de decisión e institucionalización política. Una carga muy pesada para un proyecto cooperativo e integrador. Se estaba olvidando que el objetivo es construir una democracia supranacional.

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Está claro que la ciudadanía europea sólo podrá desarrollarse sobre la base de muy diversas identidades culturales y nacionales preexistentes. Es lo que Habermas ha definido como "modernidad desfronterizada, constelación postnacional o territorios compartidos". Estamos asistiendo al tránsito de la primera modernidad encerrada en los límites del Estado-Nación a una segunda modernidad desfronterizada. En la actualidad, con el fenómeno de la globalización, la superposición entre Estado y sociedad se rompe y se transforma.

El modelo corporativista de la organización social, política y económica compuesta por trabajo, capital y Estado, que desde el poder político limitaba y moderaba a los poderes económicos, está pasando a mejor vida. Los procesos económicos pierden su posición unívoca sobre un lugar y territorio y se mundializan e internacionalizan. Como resultado de diversos procesos políticos y socioeconómicos, los vínculos entre las identidades nacionales y culturales, la ciudadanía y las instituciones sociodemocráticas van a experimentar transformaciones criticas en un futuro.

Y sigo con Habermas cuando afirma que "en los países capitalistas avanzados, los principios de la democracia y del Estado de derecho tenderán a disociarse de cualquier base cultural homogénea". "Además", añade, "estos procesos cuestionarán la viabilidad del nacionalismo como un principio de integración social bajo el capitalismo avanzado. Debido a estas razones, la separación entre las identidades étnicas y culturales, de una parte, y las formas democráticas, de otra, se convertirá en un rasgo central de las democracias futuras".

Una Constitución Europea completa sitúa a los nacionalismos periféricos en un contexto definido por relaciones pluralistas, impulsándoles más a la negociación e integración que a la confrontación y exclusión. La construcción europea tiene un carácter dinámico e histórico, y debe ser una alternativa a los Estados nacionales como unidades básicas y determinantes de la organización política de Europa, al reforzar a los actores supranacionales y subestatales. Esto posibilita la articulación institucional de la subsidiariedad, la complementariedad, la solidaridad y la cohesión social. Se trata en definitiva, de hacer de la ciudadanía un elemento superviviente de la política y ésta, a su vez, un superviviente de la economía.

En el debate vasco se apuesta por una Europa federal, no intergubernamental. Hay que ser consecuentes hasta el final. No vale instrumentalizarla para desbordarla, recurriendo a la vieja equiparación de Estado, Nación y Territorio. Esto es una deriva de un nacionalismo identitario, maximalista, de resistencia, más étnico que cívico. No es bueno colgar en la percha europea una carga que no soporta, ya que convertiríamos a Europa más en una amenaza que en una oportunidad. La Unión Europea es un instrumento, no un fin en sí mismo, que debe servir para el mejor desarrollo humano integral posible de los ciudadanos.

La nueva Constitución Europea debe responder a los tres grandes retos que hoy tiene la política y, en consecuencia, la ciudadanía: globalización, democracia y modelo social. Para ello es preciso construir estructuras democráticas que garanticen que la soberanía reside en sus ciudadanos y nos asegure un modelo social que posibilite la cohesión interna y la ciudadanía social. Una Europa incluyente e integradora exige países incluyentes e integradores.

El debate vasco ha sido una mala contribución del histórico y probado europeísmo nacionalista a la construcción de un federalismo cooperativo, que, entre otras cosas, debe posibilitar la compatibilidad del principio de igualdad ante la ley con el derecho a la diferencia y diversidad.

Carlos Trevilla es representante de UGT en el Consejo Económico y Social vasco.

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