_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fantasmas y taxidermistas

El mundo hierve. No sólo está en juego una guerra de trágicas consecuencias para la población iraquí y para el avispero de Oriente Medio. No sólo están en juego las relaciones entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán. No sólo está en juego el control del petróleo. O el futuro político de Europa, aporreado por el mazo de Aznar y Berlusconi. Está en juego la reordenación del mundo. La intervención norteamericana sobre Irak va a alterar, despertar o explosionar muchos problemas latentes. Se formará una gran borrasca mundial. Una borrasca de curso y efectos impredecibles, nueva y extraña. Cuando esta borrasca haya pasado, el mundo será otro. Con la caída del muro de Berlín, el desplome soviético y el desequilibrio consiguiente, tuvimos noticia del final de una época que había empezado con la II Guerra Mundial. Con los incontrolables viajes que el dinero, sin trabas políticas, realiza diariamente desde que el sol nace en Japón hasta que se pone en Wall Street, hemos tomado conciencia de hasta qué punto el poder económico es inalcanzable (lo que ha dejado en calzoncillos a las ideologías democristiana y socialista, que consideran fundamental la existencia de un Estado para proteger a los ciudadanos y domesticar la economía de mercado). Y con el colosal atentado a las Torres Gemelas descubrimos el siniestro perfil de las nuevas turbulencias que ahora desembocan en esta primera gran borrasca mundial.

Lo sucedido con 'Egunkaria' revela que el Estado español ha decidido seguirle el juego a ETA y muchos intelectuales dan sentido a este juego

A la carrera se dirigen hacia ella, en tropel, dándose codazos, no sólo los muy satirizados Bush o Aznar: también Chirac, por ejemplo, converso pacifista de última hora, experimentador nuclear en el Pacífico y notorio urdidor de embrollos en el África negra. Todos: los líderes israelíes que sueñan con un muro militar impenetrable y los árabes que sueñan con hundirlos en el Mediterráneo; los sátrapas que gobiernan con puño de hierro en tantos países de Oriente, e iluminados como Bin Laden que están a punto de levantar de manera verosímil, por primera vez desde Nasser, la bandera del patriotismo islámico por encima de todas las parcelaciones nacionales que el colonialismo inglés impuso en Oriente antes de retirarse (no sin antes, por cierto, haber dejado atadas y bien atadas las compañías petroleras). Todos quieren participar en la fundación del nuevo orden o desorden planetario que acabará afectando a la ONU y a todas las estructuras y convenciones que heredamos de la II Guerra Mundial.

Están pasando en el mundo tantas cosas a la vez, y tan importantes, que nuestros pleitos domésticos aparecen ante nuestros ojos con el perfil ínfimo y cándido. Aquí sigue sin pasar nada, al parecer. Apenas unas leves, tontinas, alteraciones en las encuestas públicas. El oasis, siempre el amable oasis. Lo cierto, sin embargo, es que las corrientes borrascosas nos alcanzan. La desactivación de la democracia es la gran característica de este tiempo: en nombre de la seguridad y de la eficacia, nuestros gobiernos tienden a paralizar la libertad. La democracia del taxidermista, podríamos llamarla. Gobiernos democráticos dedicados en cuerpo y alma a desactivar la democracia. Con el disfraz más recurrente, el del liberalismo, destinan todos los aparatos de poder a frenar la libertad, a disecarla. Al taxidermista le interesa la piel solamente. Después de vaciar por completo el interior, lo rellena con hierbas secas. Investigando las falsificaciones de las encuestas, los periodistas de este diario han mostrado, más allá del hecho concreto, cómo se vacía en Cataluña la democracia. Parece un escándalo a medida del que coge el órgano democrático con papel de fumar. Pero, gracias a esta investigación, es ahora más fácil entender la labor del taxidermista catalán en concomitancia con unas empresas que han tolerado en silencio estos burdos montajes. La Generalitat nunca es atrapada en falso. Es obvio que el sistema está bien maquinado: los vínculos entre empresas favorecidas y el Gobierno son siempre legales, pero el aroma que el vínculo destila recuerda el hedor que Hamlet advertía en Dinamarca.

No muy lejos de aquí, pasan hechos bastante más preocupantes, ciertamente. Se consolida a ojos vista el modelo norirlandés en Euskadi. Lleva ETA buscándolo denodadamente, matando y matando, desde hace años. Es un modelo que implica, por una parte, la separación de los ciudadanos en dos comunidades antagónicas con los barrios separados por alambradas y toda la deprimente decoración que distingue a las comunidades fratricidas. Es un modelo que, paralelamente, lleva al enfrentamiento entre España y el sector vasco separatista. La guinda de este pastel de sangre sería la intervención internacional, que consolidaría para siempre la división. Lo sucedido con el diario Egunkaria revela que el Estado español ha decidido seguirle el juego a ETA. También revela (y me duele en el corazón afirmarlo, puesto que nadie como Fernando Savater me ha ayudado a entender la libertad) que muchos intelectuales han decidido dar cobertura y sentido a este juego (después de haber alzado, por su cuenta y riesgo, con toda la razón del mundo, la bandera de la dignidad y del innegociable derecho a la vida y a la libertad de expresión). Gracias al grito visceral de Basta Ya! conocemos la enormidad del sufrimiento de una parte de los vascos, mártires de la democracia. ¿Cómo es posible, por tanto, justificar, hacer la vista gorda o amparar intelectualmente el secuestro de Estado? Desde mediados del siglo XVII rige en Inglaterra el habeas corpus que tutela la libertad de los ciudadanos contra los arrestos ilegales o arbitrarios. Lo que ha pasado y pasa con los periodistas de Egunkaria enciende una nueva alarma. En nombre de la libertad se anula la libertad. En nombre de los derechos humanos se conculcan los derechos. En nombre del derecho a la vida, el Estado llega casi a provocar un suicidio. Está cambiando la metáfora: de laberinto vasco a infierno vasco. El fantasma de Guantánamo está llamando a la puerta.

P. S. Ya redactado este artículo, tengo noticia de los insultos y zarandeos que mi admirado Fernando Savater ha recibido en la Universidad de Barcelona: más que lamentarlos, quiero compartirlos. Los insultos que él sufre son insultos a nuestra libertad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_