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A pie de obra | TEATRO
Columna
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'Super Rawal': 'Suburbia' en el Chino

Marcos Ordóñez

Uno. El Teatro Principal de Barcelona, al final de las Ramblas, ha levantado cabeza. Tras varios años erráticos cambió de manos y lleva ya dos goles consecutivos, con los que ha conquistado a un público joven, muy joven. El primero, hará unos meses, y desafiando la regla de que no se puede saltar de teatro en pleno éxito, fue el Sueño de una noche de verano estrenado en el Borràs y dirigido por Ángel Llácer, que pronto se verá en Madrid (no se la pierdan: es una de las versiones de Shakespeare más frescas, vitales y atractivas de los últimos años); el segundo triunfo, actualmente en cartel, es otro estupendo debut en la dirección, el de Marc Martínez con Super Rawal, sobre Suburbia, de Eric Bogosian. Un antiguo proyecto: en el verano de 1994, Marc Martínez viaja a Nueva York y descubre la función, que acaba de estrenarse en el Lincoln Center. Un tema eterno: la deriva adolescente, la dificultad de habitar en la franja, cada vez más estrecha, que les separa de la vida adulta y el futuro. Un flechazo inmediato, y la decisión de montarla algún día. Al poco tiempo, se le adelanta Pep Pla, que presenta una primera versión catalana de Suburbia en el Teatre del Eixample, pero el espectáculo, pese a su calidad, pasa inadvertido.

Marc Martínez debuta con éxito al dirigir Super Rawal en el Teatro Principal de Barcelona

Casi diez años después, Marc Martínez y Miguel Casamayor cocinan, mano a mano, una modélica adaptación -una reinvención, casi- de la obra: de Woburn, el suburbio de Boston donde Bogosian pasó su adolescencia, al Raval de Barcelona, el barrio donde creció el actor; donde se habla, como en la obra, catalán, castellano e indi. "El reto: conseguir que mis amigos del Raval vayan al teatro. Montando una obra que hable de ellos, de nuestro barrio y de sus problemas. De nosotros". ¿Teatro social, en la más pura acepción del término? Pues sí, descaradamente y sin prejuicios: Platea Social es el nombre de la asociación creada por Marc Martínez para impulsar su proyecto. Teatro vivo, inmediato, conectado con lo que está pasando en la calle, con un lenguaje verdadero, con personajes creíbles. Y con una fuerza escénica que, felizmente, va más allá del texto original, sincero pero con excesos melodramáticos, con subidones y caídas en el cliché; sorprendentemente a caballo, para entendernos, entre Spike Lee y Ana Diosdado. Super Rawal es el nombre del modesto colmado regentado por dos paquistaníes, Musta (el personaje más civilizado de la obra, casi a un paso del padre Flanaghan) y su sobrino Pakeeto. Frente al colmado, en un rincón de la plaza del Padró, un grupo de veinteañeros (Jordi, Fernan, Sito, Chus, Bibi) dejan pasar las horas entre porros y cerveza, fantaseando con la posibilidad de escapar del barrio, un barrio en el que la piqueta avanza día a día, y vivir otra vida. Hasta que, detonante de todos los enfrentamientos, vuelve a la plaza el único que realmente escapó con éxito: El Chino, líder de un grupo de neorrumba millonaria estilo Estopa.

Dos. Lo que más me seduce de Super Rawal es "cómo" sucede lo que sucede en escena; la energía y la verdad del grupo. Y lo que ha sucedido para llegar hasta ahí. Me gusta mucho cómo se ha levantado este proyecto; cómo se ha adaptado a la realidad barcelonesa (aunque podría pasar en Lavapiés o en el Tubo de Zaragoza: cualquier barrio duro, de aluvión, multirracial, con droga y especulación urbanística y, cómo no, con buenísima gente) a base de improvisaciones con actores muy jóvenes, algunos con escasa o nula experiencia teatral, ante el oído atento de Marc Martínez y de Miguel Casamayor, quien, precisamente, había adaptado, en clave callejera y realista, los dos musicales, Tira't de la moto y Línia Roja, donde Martínez se dio a conocer. Un trabajo lento y minucioso, como debe ser: un mes de pases previos en La Caldera de Gràcia, y varias semanas de funciones especiales en el Zorrilla de Badalona. Y, ya en el Principal, una campaña de puertas abiertas para la gente del barrio, con entradas a 3 euros, y luego a 6 para el público joven, los principales destinatarios del espectáculo.

La noche en que vi Super Rawal el teatro estaba casi lleno de gente joven (explosiones de risa, bonitos silencios de complicidad) y de paquistaníes aplaudiendo con fuerza, emocionados por el desgarrador cántico final de Musta (Hamid Krim). Hay un notable trabajo colectivo de Bruno Bergonzini, Duna Jové, Sara Desirée, Mehroz Arif, Ivan Morales y Ruth Raulí, pero en el que destacan dos fieras, dos de esas fieras que te dan ganas de dejar la crítica y meterte a productor. A uno de ellos, Oriol Vila, ya le conocía: lo "descubrí" (a los críticos nos encanta creer eso) en Orfes, de Lyle Kessler, que le valdría el Premio Revelación de aquel año. Formado en Boston y en la escuela barcelonesa de Boris Rotenstein, aquí interpreta a Sito, el clásico colgado mucho más listo de lo que parece, con una naturalidad y un juego de recursos que corta el hipo. Pero el verdadero "descubrimiento" de Super Rawal es Andrés Herrera, un monstruo actoral "orgánico" en estado puro, que interpreta al personaje bombón de la comedia, el "héroe negativo": Fernan, racista, alcohólico, desesperado, el más astuto y el más desvalido, con una lucidez abismal acerca de su destino. ¿De dónde ha salido este actor que se lleva todas las miradas cada vez que pisa la escena? Ha hecho cuatro anuncios, apenas dos funciones y unos cuantos programas de televisión, y tiene la fuerza, el poderío, de Javier Bardem. Y, en la escena en que seduce a Silvia (Ruth Raulí), la "manager" discográfica de El Chino, una peligrosidad como yo no veía en teatro desde que Antonio Llopis (¿dónde fue a parar?) hizo la Historia del Zoo en el TEI. O desde el Juanito Ventolera de Adolfo Fernández, dirigido por Mario Gas, en Martes de Carnaval. Bardem, Llopis, Adolfo Fernández: a esa estirpe diría yo que pertenece Andrés Herrera, un nombre a retener. Como el de esta función, esta emocionante propuesta de Marc Martínez: Super Rawal.

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