La Cidade de Deus, aquí, en pleno Centro
Ayer fui a ver la película Cidade de Deus, de F. Meirelles, que relata una historia de terror y violencia de las tantas que suceden a diario en Río de Janeiro. Me impactó bastante ya que durante dos años viví en la Cidade Maravilhosa y aunque el relato, por fortuna, no me resultaba familiar ya que yo residía, precisamente por razones de seguridad, en la zona noble de Río (zona Sul), sí me era de sobra conocido. Hoy vivo en el centro de Madrid y diariamente soy testigo directo de una violencia que comienza a tener aspectos en común con aquella que presencié durante mi estancia en Brasil. Hace un par de semanas me despedía de una amiga a unos escasos 25 metros de mi casa, en La Latina. Tres chicos de ventitantos años me seguían. Uno de ellos me adelantó, se giró y tras pegarme un repaso con la mirada se dirigió a sus colegas y les dijo algo que no logré comprender. Supe que me iban a robar y me así al bolso con fuerza, pero, para mi sorpresa, fue cuando uno de los dos que me seguían me agarró por el cuello y comenzó a asfixiarme. El terror me invadió y resulté presa de un miedo terrible, una sensación que hasta ese momento me había resultado completamente ajena, y desde luego imposible de describir. Pensé que no me iban a robar. Entonces, me desmayé. La policía me explicó qué sucedió al faltarme el riego sanguíneo en el cerebro. Cuando desperté, afortunadamente, sólo me habían robado. Era la quinta vez que me sucedía en los últimos 12 meses, el tiempo que llevo viviendo en Madrid, aunque era la primera vez que lo sufría con una agresión. Desde entonces, camino con los cinco sentidos alerta y asisto incrédula a muchas escenas que antes ni podía imaginar. He despertado de una ceguera que me hacía ver el centro de Madrid como un lugar idílico para vivir, con su Rastro, sus teatros, su ambiente de barrio castizo, sus bares de tapeo y tantas cosas más.
Basta quedarse parado un rato, por ejemplo en la Puerta del Sol, observando atentamente, para ser testigo de un robo, o pasearse por las comisarías del centro donde, para hacer una denuncia, hay que coger un tique como en la carnicería y esperar durante horas porque no dan abasto con el trabajo que se les acumula.
Cuando al salir del cine vi a dos chavales imberbes siguiendo a una mujer, tuve el presentimiento de que la iban a robar, pero pensé para mis adentros que no debía dejarme influir por mis paranoias posrobo, ni por la película que acababa de ver, y entonces ocurrió frente a mis ojos y no pude hacer nada por remediarlo. me quedé paralizada mientras asistía al robo, como si aún continuara pegada a mi butaca del cine y la película no hubiera acabado. Como tantos otros moradores de Centro, me pregunto si la película llegará a su fin o tendré yo que ponerle fin yéndome a vivir a otro barrio. ¿Debemos permitir que el Centro se convierta en una zona marginal, una atenuada Cidade de Deus?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.