Los que se dicen buenos
El sábado día 8 de febrero empezó como un sábado cualquiera: café, zumo, tostadas y periódicos, aún con la somnolencia de esos días en que no hay que darse prisa para salir a la calle. Duró poco la normalidad; apenas unos minutos antes de las 10 sonó el teléfono. Era una voz conocida, pero no habitual a esas horas: "Hola, ¿qué tal?". "Te llamo porque ha habido un atentado en Guipúzcoa". "¿Cómo?". "Sí, creo que es el hermano de Maite, Joseba". Y así volvimos a adentrarnos en la dramática realidad, la tragedia de saber que nos habían matado a otro amigo.
Todo lo que ha ocurrido a lo largo de esos días ha merecido ya la atención de los medios de comunicación. Los tabúes que se han roto, el valor demostrado por la familia Pagazaurtundua, el ejemplo de sus compañeros y amigos. En nuestras retinas y en nuestros oídos permanecerán los ojos de Maite, las banderas de Andoain, la música, las palabras. La denuncia, el compromiso y la esperanza que todo ello representa.
Desde la rebelión de Ermua no había ocurrido en Euskadi nada de tanta importancia política; ningún acontecimiento, ninguna de las manifestaciones de duelo y/o repulsa -como las del asesinato de Fernando Buesa y Jorge Díez- o de afirmación y reclamación de derechos -como las de ¡Basta Ya!-, han supuesto, a mi juicio, un paso tan decisivo hacia el fin de la impunidad política como lo sucedido durante esa larguísima semana.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco nos dio el valor para salir a la calle, para reclamar en alto y todos juntos, el respeto a la vida. Para rechazar a ETA, para exigir responsabilidades por complicidad a Batasuna. Nos devolvió la esperanza de ganarle la batalla al terrorismo y nos reconcilió con una mayoría silenciosa que dejó de serlo y se mostró abrumadoramente mayoritaria. Transcurridos casi cinco años, el pacto del PNV con ETA, el plan antidemocrático de Ibarretxe, la Ley de Partidos y las actuaciones del juez Garzón, el asesinato de Joseba Pagazaurtundua nos ha dado el valor para señalar responsabilidades políticas. Responsabilidades y responsables.
Joseba, que era un militante de la resistencia, nos ha exigido que digamos en alto lo que él nos contaba, lo que él ya no puede decir. Por eso aprovechamos aquel acto en Andoain -el acto cívico y político con el que le despedimos como él hubiera querido-, para acusar pública y políticamente a quienes son los responsables de que en mi país siga habiendo tanta gente perseguida y amenazada. No se me ocurre que haya nada más político que eso: decir la verdad, nuestra verdad. La que sabemos y la que sentimos.
Hoy quiero reiterar lo que allí, en la plaza de Andoain, denuncié. Cuando estaba en el tanatorio de Zorroaga, llegó un viejo militante socialista que se abrazó apesadumbrado al féretro. Estuvo allí un largo tiempo en silencio. Pasaban amigos y compañeros y él seguía encogido sobre la urna en la que reposaba el cuerpo de Joseba. Hasta que llegó un grupo de compañeros de su agrupación local. Se pusieron a llorar. De su boca salieron lamentos e improperios hacia los asesinos. Entonces, el anciano militante se irguió y mirándoles con ojos secos, les dijo: "No os equivoquéis. A éste no le han matado los malos: le han matado los que se dicen buenos, los que se dicen buenos".
No se me ocurre una forma más clara, más precisa de recoger todas las denuncias de Joseba. "Los que se dicen buenos" eran los encargados de protegerle y no lo hicieron, a pesar de que Joseba y su familia les pidieron que le mantuvieran a salvo en el destino de Laguardia. "Los que se dicen buenos" se burlaron de su inquietud, minimizaron sus sospechas. "Los que se dicen buenos" dejaron que de la propia institución encargada de su protección salieran bulos e insidias que señalaban a Joseba como "chivato" o colaborador del Cesid o de la Guardia Civil. Le dejaron tirado y además consintieron -al menos- que le desprestigiaran y le pusieran una diana. Taparon su incompetencia y/o su desidia con el silencio y/o la complicidad con quienes le señalaban. Esto nos lo contó Joseba mil veces; y él ya no lo puede decir. Yo sí. Y siento que al hacerlo saldamos una deuda: con él y con tantos otros que ya no están entre nosotros. Víctimas no sólo del fanatismo, sino del abandono o la incompetencia de los responsables del Gobierno vasco. Joseba nos repetía los nombres de los que, diciéndoles buenos, le abandonaron, Juan Mari Atutxa, José Manuel Martiarena, Gervasio Gabirondo. No les señalo con odio, no. Sí con pesar y con un cierto remordimiento. Ojalá si lo hubiéramos hecho antes, él seguiría con nosotros. Quizá al hacerlo ahora evitemos que hechos similares se vuelvan a producir.
Pero no todo acaba ahí. Los tres estaban entonces en el Gobierno vasco, en la Consejería de Interior. Los tres tienen carné del PNV. De un partido cuyo presidente, Xabier Arzalluz, utiliza los minutos de silencio -que habían de ser para condenar el atentado- para equiparar a ¡Basta Ya! con el radicalismo vasco, con los que acababan de asesinar a Joseba. Y eso, además de una inmoralidad, yo me lo tomo como una amenaza, como lo que es. Es lo mismo que hacían con Joseba: justificar lo que le pudiera ocurrir. Por eso dije y digo que me siento amenazada por Arzalluz. Por eso dije y digo que sé que él es un cobarde. Por eso dije y digo que si alguien coge una pistola, quiero que sepa que le hago políticamente responsable. Responsable de extender el odio. Responsable de comprender "las razones" del asesino.
Los asesinos de Joseba y los chivatos que les ayudaron serán detenidos y juzgados. Son un problema de los policías y de los jueces. Los que les ofrecen apoyo moral, los que pactaron con ellos la exclusión de los constitucionalistas, los que nos llaman ex etarras o marxistas-leninistas, los que nos dicen que nos van a neutralizar, ésos son "los que se dicen buenos". Ellos siguen yendo en coche oficial. Se benefician tanto de la ilegalización de los cómplices de ETA como de nuestra falta de libertad. Ésos requieren un juicio moral y político. Y lo político ha de ser público. Por eso, en la plaza de Andoain el día 10 de febrero de 2003 nos armamos de valor y le quitamos el miedo al miedo. Ya nada volverá a ser igual.
Rosa Díez es presidenta de los Socialistas Españoles en el Parlamento Europeo.
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