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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Euroestancamiento

No hay economía que haya podido sustraerse a las adversas consecuencias de la incertidumbre creada por la posibilidad de una guerra inminente en la zona donde se concentra la mayor parte de la oferta de petróleo del planeta. En Europa, sus efectos se añaden a los de una marcada desaceleración coincidente con la iniciada hace dos años en EE UU, pero sin que las respuestas hayan sido tan diligentes y acertadas como las adoptadas al otro lado del Atlántico. Mientras allí se asumía como prioridad absoluta evitar una recesión prolongada, en Europa, particularmente en la eurozona, nos hemos mantenido presos de absurdas prioridades que han sacrificado el crecimiento.

El Banco Central Europeo (BCE), que la pasada semana volvía a revisar a la baja sus previsiones de crecimiento, ha mantenido durante demasiado tiempo una orientación de la política monetaria como si el único problema fuera la inflación, que ahora resulta inexistente en la mayoría de los países de la zona. Tarde verifica esa institución que los riesgos están del otro lado, de la posibilidad de que el conjunto de la economía camine hacia ese estancamiento en el que ya está inmersa Alemania, actor principal del elenco.

Sobre Alemania se han centrado las críticas a una desviación de su déficit público, presionando a la adopción de decisiones cuyas consecuencias han sido adversas para todos. Claro que son necesarias reformas estructurales hacia una mayor flexibilidad de los mercados y una orientación más eficiente de los recursos públicos; las agendas de las sucesivas cumbres de Lisboa, Estocolmo o Barcelona siguen denunciando un claro desfase entre propósitos de reforma y concreción política. Pero la necesidad de avanzar más rápidamente en ese proceso no es incompatible con la eliminación del riesgo de recesión.

Ahora, con ese peligro demasiado próximo, la Comisión Europea propone flexibilizar la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Nunca es tarde si a esa necesidad de coordinación de la política presupuestaria se responde atendiendo a la posición cíclica de cada economía, la evolución de su deuda pública y, en última instancia, a sus necesidades de capitalización y convergencia real. Pero, mientras tanto, utilicemos inteligentemente el margen de maniobra que la política monetaria y las políticas fiscales ofrecen para alejar el serio riesgo de estancamiento que se cierne sobre el continente.

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