Jugadores de ventaja
ALGUNA PERVERSIÓN sufre la política vasca cuando un jefe de policía local, conocido militante socialista y miembro de la plataforma ciudadana ¡Basta Ya!, es asesinado por una banda de terroristas y el alcalde de la localidad no condena ese crimen ni dimite de su puesto. Pero si, para colmo, contra ese alcalde, sostenido por sólo cinco concejales de un consistorio de 17, no se puede presentar una moción de censura, es que la política vasca sufre además una subversión de todos los valores en los que se asienta la democracia. Es sencillamente una derrota de la democracia y un avance de la política totalitaria que ese señor permanezca un solo día en su puesto.
La pregunta, claro está, es por qué sigue, por qué no pueden ponerse de acuerdo 12 concejales para destituir a un sujeto que no se inmuta cuando sus amigos políticos matan a su jefe de policía. Y la respuesta lamentablemente es la que está a la vista: el PNV quiere que ese individuo llegue como alcalde a las próximas elecciones. Como si estuviéramos en una situación normal, el dirigente nacionalista de turno dice que esto es una democracia y que la norma exige que el cabeza de la lista más votada sea alcalde: una falsedad doblada de un insulto a las víctimas, como si matar a los adversarios políticos y seguir como si tal cosa fuera algo que ocurre cada día en una democracia.
No hay democracia cuando unos partidos carecen de libertad y otros campan por sus respetos, incluyendo en esos respetos la licencia institucional, dada por el alcalde y sancionada por quienes le mantienen en su puesto, de matar al adversario. La mitad de los votantes de Euskadi vive bajo un terror totalitario ante el que el PNV no tiene otra cosa que decir que Batasuna y ¡Basta Ya!, asesinos y víctimas, son por igual culpables. Claro está que no se trata de una observación miserable vomitada por Arzalluz en un momento de arrebato y ofuscación, sino que se la tienen los nacionalistas muy pensada, porque sirve al mismo propósito por el que Arzalluz y otros jefes del PNV mantienen al alcalde en su puesto: el propósito de reconstruir bajo la hegemonía de su partido la unidad del nacionalismo vasco presentándose como los únicos que pueden traer la paz en un mundo dividido por dos radicalidades: la de los asesinos y la de los muertos.
Para ese objetivo es perfectamente funcional lo que está ocurriendo en Euskadi. ETA no puede ya matar como hace 25 años, pero tiene capacidad suficiente para asesinar a alguien cada dos o tres meses. Mientras esto siga así, Batasuna no podrá crecer electoralmente; todo lo contrario: cansados de tanta sangre, muchos de sus votantes se desplazan hacia un PNV que el mismo día en que ETA dio por finalizada su mal llamada tregua incorporaba a su corpus doctrinal los mismos fines por los que ETA mata; un PNV que con cada muerto ajeno da un paso adelante en sus propuestas de escindir la sociedad presentando planes soberanistas. Jugadores de ventaja como son, esperan que esa estrategia, que tan buenos resultados les dio en las pasadas elecciones autonómicas, les proporcione un apabullante triunfo en las próximas municipales.
Por eso mantienen al alcalde en su puesto. Porque los electores de Batasuna necesitan creer que votando al PNV no traicionan los ideales por los que ETA asesina; y para que lo crean es menester que Batasuna siga, y que siga ETA, pues de otro modo Ibarretxe no podría presentar planes secesionistas con el señuelo de la paz. Los tendría que presentar como lo que realmente son: planes de un nacionalismo étnico para crear un Estado en el que sólo los vascos nacionalistas tendrán cabida. De esto es de lo que rebosan todos los discursos nacionalistas desde el pacto de Lizarra, cuando arrojaron por la borda los restos de su tradición democrática y establecieron como doctrina la exclusión totalitaria del otro, del no nacionalista.
Acostumbraba Sabino Arana, padre fundador de una religión fanática, a escribir y decir que peor enemigo aún del pueblo vasco que los maquetos eran los maketófilos. Designaba aquel santo varón con tal vocablo a todos los vascos que no sentían "odio al maketo", apostatando así de su verdadera fe, hijos desleales de su patria, renegados, bizkaínos espurios, españolistas. Arana conjuraba sobre ellos la ira de los cielos. Hoy sabemos que sus herederos proyectan un Estado del que los primeros excluidos serán aquellos que, llamándose Pagazaurtundua, son socialistas y miembros de ¡Basta Ya!
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