Tres años esposado
Los vaivenes de un equipo administrado e intervenido judicialmente
El 22 de diciembre de 1999 un comando de la Guardia Civil irrumpió en las oficinas del Calderón, levantó a Jesús Gil de su trono, cerró los grifos de espuma de su jacuzzi, corrió las cortinas de terciopelo rojo y enrrolló las alfombras persas. Todo, por un sumario de miles de folios que, entonces, reposaba en un cajón de la Audiencia Nacional y ahora lo hace en uno del Supremo. Luis Manuel Rubí, un administrador judicial con aires de aprendiz de brujo, iniciaba un viaje al corazón de las cuentas rojiblancas. Y el equipo, atribulado y amenazados sus contratos por la nueva claridad contable, comenzaba una cuesta abajo que acababa con sus huesos en Segunda.
El 30 de marzo Rubí declaró solemnemente que el Atlético estaba en quiebra y que era necesaria una ampliación de capital de 13.000 millones de pesetas. A principios de abril, el administrador dio marcha atrás. Lo que sucedió es que nadie había reparado en 130 millones de pesetas perdidos por el fichaje de Daniel Prodan al Glasgow Rangers. "Errores aritméticos", resumió Rubí.
Un descenso y varios grandes futbolistas perdidos, el precio de la inestabilidad
Mientras tanto, el palco del Calderón estaba vacío cada domingo. El público no consentía que los administradores se sentaran en la zona noble. Y el equipo perdía y volvía a perder. En los 16 partidos que le tocó vivir a Rubí como máximo responsable, el Atlético sólo venció en dos ocasiones. "Estoy muy preocupado, nos vamos a Segunda", le dijo en tono amenzante el administrador al técnico Claudio Rainieri antes de un partido contra el Betis. El italiano dimitió. Rubí, ya completamente desbordado por la tarea, participó en tertulias radiofónicas como un presidente al uso, poniendo y quitando entrenadores -contrata a Antic por dos temporadas y una ficha de 500 millones- y renovando a jugadores -Baraja-.
El 13 de abril de 2000 el juez García Castellón le devolvió el club a la familia Gil, aunque mantuvo a un interventor que tenía que dar el visto bueno a cualquier operación financiera. Quedaban seis partidos de Liga y el equipo estaba en puestos de descenso. "Tardaremos un año y medio o más en restaurar la normalidad en el club", predijo con acierto ese día Jesús Gil. Los jugadores, contagiados del efecto Gil, hicieron un acto de afirmación: "Ahora vamos a jugar al fútbol". Pero menos de dos meses después una avalancha de huevos resbalaba por sus camisetas antes de caer al césped del Calderón. El Sevilla era el testigo, pero el Atlético ya estaba en Segunda desde la jornada anterior y los hinchas rojiblancos no disimularon su descontento. Tampoco su presidente, Jesús Gil, estaba muy satisfecho. Desde su "ansiado" regreso el equipo no ganó un partido hasta la última fecha del campeonato ante el Mallorca, cuando ya daba igual. Y Gil desempolvó el tam tam que anunciaba la guerra. Se reunió con los jugadores en el estadio para leerles la palma de la mano uno a uno y contarles su futuro: "A cada uno de los que he echado le he dicho que se ha equivocado viniendo". El día del descenso hubo 26 heridos y volaron asientos y vallas metálicas.
La situación financiera tampoco ayudaba. De cobrar 1.500 millones de pesetas por derechos televisivos se pasó a cobrar 150. Los jugadores fueron vendidos por saldos y a precio de ganga. Entre ellos Valerón, a quien el estadio había elegido como el gran villano de la tétrica función futbolística del año. Junto al canario se marcharon al Deportivo Molina y Capdevila. Baraja se fue al Valencia y también desapareció Hasselbaink. Sin embargo, la campaña publicitaria de "un añito en el infierno" ganó muchos y prestigiosos premios por su originalidad y, encima, funcionó: el Atlético batió todas sus marcas de abonados con 46.000.
Pero a pesar de ese repentino entusiasmo por los misterios de Segunda, el equipo, dirigido por un oscuro preparador llamado Fernando Zambrano, no sacó un sólo punto en sus tres primeros partidos y cayó consecutivamente ante el Levante, el Recreativo y el Jaén. En la octava jornada Marcos Alonso sustituyó a Zambrano. En el mes de mayo, y con el Atlético quinto clasificado, Marcos también salió del equipo y cogió la batuta Cantarero, técnico del filial. Dió igual. El Atlético quedó cuarto, empatado a puntos con el Tenerife. Hasta que a Gil se le ocurrió echar mano de Luis Aragonés. Entonces llegaron los "orgasmos", en palabras de Gil, del ascenso y de la consolidación en Primera.
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