La oficina ciudad
Como las aves exóticas, las viviendas unifamiliares, los grandes estadios o las antiguas salas de conciertos, los edificios de oficinas emigran, se fugan de los centros urbanos. En la periferia, junto a aeropuertos, centros comerciales o polígonos industriales, estos inmuebles se redefinen. Reaparecen como una tipología nueva: la empresa-isla o el edificio-ciudad, en la que las grandes firmas han ido aglutinando a sus filiales hasta reunir a la familia entera bajo un nuevo techo. Su tamaño es inusitado, todo se cuenta por miles: los ladrillos y los cables, las mesas y los peldaños. En ellos caben restaurantes, bares, enfermerías, agencias de viaje, mensajerías, centros informáticos, cajeros automáticos y, por supuesto, aparcamientos. Hasta su vientre se llega en coche y de ellos se sale también rodando. Así, quienes los ocupan trabajan en el campo pero sólo ven árboles tras el cristal, trabajan alejados del centro pero llegan sin pisar la calle. ¿Para qué? Si afuera aprieta el sol o sopla el frío y es feo.
Las nuevas oficinas se vuelcan hacia el interior. Ese gesto transforma la arquitectura, que pasa a ser más sensible que vociferante
Con el inhóspito entorno de autopistas o cinturones industriales, rodeados de herméticas sedes empresariales o de murallas de viviendas adosadas, las nuevas oficinas se vuelcan hacia el interior. Ese gesto transforma la arquitectura, que pasa a ser más sensible que vociferante. Lejos del centro los edificios no necesitan anunciarse y se convierten en contenedores. "Un edificio de estas características no puede ser caprichoso", asegura el arquitecto Carlos Rubio (1950), autor de la nueva sede para Indra en Alcobendas. A él y a su socio Enrique Álvarez-Sala les preocupaba que su diseño no fuera consecuencia de un solar, "que es lo que termina por pasar la mayoría de las veces: los inmuebles de oficina, para aprovechar el espacio y rentabilizar la inversión, acaban teniendo la forma caprichosa del suelo". Construido en menos de 18 meses, su edificio es un rascacielos horizontal, mayor que la Torre Picasso o las Torres Kio del centro financiero de Madrid, pero se ve menos. Está descompuesto en varios cuerpos de vidrio para amoldarse con amabilidad al paisaje de adosados que lo rodea. Busca acercarse al exterior. "El vidrio es una necesidad: los que se van a la periferia quieren tener luz y ver el campo", comenta Rubio. Pero la luz es peligrosa. Para mantener la fachada transparente y combatir los excesos solares, diseñó una pasarela de limpieza que actúa como visera de protección y, en algunas orientaciones, se descuelga verticalmente protegiendo el edificio como unas gafas de sol. Todo es funcional y ajustado como la propia Indra, una compañía española dedicada a la consultoría y las tecnologías de la información, a quien sus clientes confían todo tipo de misiones precisas: desde un recuento electoral hasta el tráfico aéreo de un aeropuerto. La precisión es el sello de la casa y por eso, si el exterior de su sede es austero, limpio y transparente, el interior, que firma Mercedes Isasa, es de una perfección matemática. Ni un cable de más, ni un metro de menos. Es un interiorismo con libro de estilo, y esa combinación de gama de colores y jerarquía de mesas y ventanas permite no dejar ni un cabo suelto. Funciona, pero sobre todo funciona para Indra. El interior de los edificios lo ocupan las personas y, para tratar individuos poco valen las recetas colectivas.
El que fuera socio durante una década de Rubio y Álvarez-Sala, César Ruiz Larrea (1950), ha inaugurado en Tres Cantos otro edificio de oficinas proyectado junto a Antonio Gómez. La nueva sede de Sogecable es rotunda, misteriosa y compacta: una gran nave cubierta de un velo negro de chapa perforada que, como los velos, añade misterio pero deja pasar la luz. Alejados en programa, función, organización y fachada, ambos inmuebles comparten una misma preocupación: lo importante es lo que ocurre en su interior. Sin embargo, lo que en el proyecto de Larrea se interpreta como vitalidad y dinamismo, en una empresa como Indra despertaría desconfianza. Y viceversa: un interior medido al milímetro como el de Indra no casaría con una empresa dinámica dedicada a la producción de cine y televisión. Vivimos nuevos tiempos y son los interiores, y en ellos los comportamientos y los hábitos de los trabajadores, los que proyectan la nueva imagen de las empresas.
El caso de Indra es paradigmático, pero es la norma, no la excepción. En esta tipología, que utiliza tanto hormigón, chapa metálica o vidrio como metros de cableado, todo está medido al milímetro. Altamente tecnificados, los edificios no hacen alardes técnicos, soportan y tratan de humanizar la tecnología. Una organización modular permite partir, seccionar y fragmentar el espacio según las necesidades de sus usuarios. "Ante un proyecto de estas dimensiones, uno es más estratega que proyectista", señala César Ruiz Larrea, y no le falta razón. Todo en su edificio es industrial, económico y, por tanto, mutable, practicable, reemplazable: rejas, celosías, paneles o mallas. El suelo se levanta para que pasen nuevos cables. Hay espacios que se redefinen cada semana, los trabajadores se apropian del mobiliario y lo colonizan con sus ideas. "Un edificio debe soportar las necesidades de sus usuarios. Un diseño que se ve afectado por la presencia de una máquina expendedora de cafés es un mal diseño", añade. Su edificio es un contenedor flexible por el que circulan flujos de gente (actores y espectadores, por ejemplo) que nunca deben cruzarse. Hay turnos de comida, zonas de reunión, rincones apartados y una gran vía de circulación, una calle mayor con tres núcleos de ascensores, pasarelas y escaleras que separa las oficinas de los platós y organiza los vaivenes de los 1.600 empleados de la empresa. "Con una única calle todo está claro. Si un edificio está sembrado de carteles es que algo no funciona. Uno debe orientarse fácilmente en el espacio", dice Ruiz Larrea. Esa calle mayor de Sogecable tiene un eco en el eje de circulación que organiza el edificio de Indra. Distintos y distantes, los inmuebles se unen en su circunstancia y en sus objetivos. Ambos son los mayores proyectos que sus autores han levantado hasta la fecha y ambos se han levantado en un tiempo récord, en el exterior de Madrid. Por eso sus autores son doblemente urbanistas: redefinen la nueva ciudad y crean en ellos una ciudad interior: calles para gente que no sale a la calle.
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