CIS
El paro es el mayor problema de España, según confirma el CIS. Y lo es para el 64,9% de los encuestados, una muy holgada mayoría absoluta. Pero en el CIS distinguen entre problemas que afectan personalmente a quienes contestan y problemas generalmente percibidos. De modo que solamente un 40% está incluido en el primer grupo; cifra, sin embargo, todavía muy alta. Ni el señor Zapatero, tan inyectado de demagogia (eso dice el Gobierno), se atrevería a proclamar que de cada cien individuos disponibles para el trabajo, cuarenta están en el paro. Ni en Argentina, que, según opiniones, ya es tercer mundo, en su espectacular carrera hacia atrás.
Pero el CIS, que para algo es un centro de investigación sociológica, política y económica (según sus detractores, también de restauración), no quiere decir, pues no lo dice, que ese porcentaje de personalmente afectados por el paro, está compuesto de gentes que no dan golpe porque no hallan donde darlo. Se deduce, gran sagacidad, que si un padre tiene hijos en edad de trabajar, pero no encuentran empleo o van dando tumbos de contrato basura en contrato basura, eso le afecta directamente y mucho; cuando no más que si fuera a la inversa. (En términos relativos, hay más horas de trabajo hoy que hace diez años, pero también hay fundadas sospechas de que el poder adquisitivo por unidad de tiempo trabajada, es menor).
Constatada pues la buena fe y la parquedad de palabras del CIS, en lo que a los índices de paro atañe, no deja de llamarnos la atención que menos de la mitad de quienes sufren en carne propia o prolongada el doloroso castigo del paro declare tener personalmente problemas económicos. ¿O estamos hablando de otra cosa? Si el CIS fuera un poco más explícito (tampoco le exigimos un manual cada vez que nos informa, ni sería pertinente) sabríamos por ejemplo que el padre que trabaja, pero tiene hijos desempleados, gana tanto que en el horizonte familiar sólo se detectan trastornos psicológicos, pero no económicos; y las penas con pan son menos, se dice, aunque generalmente sin matizaciones. Grandes sueldos o grandes rentas a porrillo; pues de lo contrario habría que concluir que por estos predios abundan los ascetas practicantes; los de motu propio. Contigo, o mejor sin tí, con pan y cebolla me basto. Qué más quisieran, que quisiéramos.
Somos un país de Diógenes entreverados de fatalismo. Preocupa el paro, la inseguridad ciudadana, el terrorismo, las drogas, la vivienda; y por si no bastaran éstas y otras plagas, nuestras vidas carecen de sentido, como nos dijo Unamuno y siguen diciéndonos obispos y marxistas irredentos. Pues según informa el CIS, más de un 60% del censo declara que nuestra sociedad es poco o nada religiosa; mientras, para mayor fatiga, de cada cien encuestados cuarenta creen que este déficit de medicación trascendente se acentuará durante el transcurso de los próximos cinco años. El cura de Unamuno, Manuel bueno y mártir, alberga más que serias dudas acerca del más allá, pero sus prédicas y sus ejemplos arden, ya que el pueblo no podría sufrir esta vida sin una sólida fe en la otra. Se equivocó la paloma, pues según el CIS, aquí dicen estar satisfechos o muy satisfechos con sus vidas algo más de las tres cuartas partes, mientras más de la mitad del resto, ni fu ni fa: aurea mediocritas emocional. Los fastidiados no llegan al nueve por ciento, a pesar del paro y demás zarandajas, entre ellas, el premio a que tenemos opción segura en la otra vida con sólo que en ésta no vayamos haciéndole la puñeta al prójimo ni a nosotros mismos.
Pregunta demagógica, la del CIS. Pues así se hunda el mundo a nuestros pies no nos vamos a creer desdichados y menos a admitirlo si nos lo creemos; que tan bien se nos ha vendido la satisfacción. Como le dijo a La Vanguardia el escritor canadiense Will Ferguson ("mundialmente famoso en Canadá", según él), "critico la felicidad como mercancía, como producto comercial, como marca de fábrica, ¡como negocio!". Y "si hubiese un libro de autoayuda que funcionase haría inútiles todos los demás libros. ¿Y por qué hay tantísimos libros de autoayuda? Pues porque ninguno funciona".
El CIS, como es sabido por quienes lo saben, es más o menos sutil propaganda del gobierno y del partido de turno. Si el desastre del Prestige figura con un 28% en tercer lugar de la preocupación ciudadana, se debe a que se confía en el olvido cuando más daño puede hacer la memoria, o sea, días o pocas semanas antes de las elecciones. Verdad es que a veces parece que se olvida y no, pero es un riesgo que hay que correr, pues peor sería ocultar que el chapapote aún es noticia, cuando está en plena expansión. Cuidado con los olvidos de la mente y, sobre todo, de la conciencia, que los hay falsos, dormidos como las notas del arpa "esperando la mano de nieve que sepa arrancarlas", según versión de Gustavo Domínguez, por otro nombre, Bécquer.
Ah, el CIS. En la cocina -compararía un mal literato- deja en enaguas a la madre que nos parió; a todas las madres, siendo sabido que para un hijo ningún guiso es comparable a los de la mujer que lo trajo al mundo. El CIS le cambia el sabor a todo, transmuta, suaviza, diluye, recalca, pone y dispone, especia ad usum delphinae. Combina sabiamente lo bueno y lo malo, nos normaliza. Más de la mitad somos racistas, pero también democráticos, tolerantes y por supuesto, conservadores, aunque esto último, con tendencia a la baja. Y obsérvese a mayor abundamiento: los trasplantes de órganos es el invento que más entusiasmo despierta en la población, pero nada se dice de la regeneración de tejidos, no vayamos a confundirnos y hacer barrabasadas con ciertas células. En cuanto a la vivienda, se reconoce que la percepción negativa va en aumento, pero en cambio, mejora la opinión sobre el futuro de la asistencia sanitaria. Así en otras varias partidas. Se confirma lo que ya se sabe demasiado y así se espera producir una impresión de seriedad y equilibrio. Al parecer son contratiempos naturales que no empañan la alegría de vivir del paisanaje. La vida es bella a pesar de todas las contrariedades y, si nos apuran, gracias a las mismas. No hay blanco sin negro, ni alegría sin dolor. Todo marcha bien si algunas cosas marchan mal. Se desprende del CIS, así que todo el mundo boca abajo.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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