La vuelta de lo irreal
Bueno, han vuelto los asesinos. Han vuelto aquí. Sé que la apreciación puede parecer mezquina, porque, aquí o allí, no había constancia alguna de que se hubieran ido definitivamente. Pero por miserable que pueda resultar mi distinción -aquí-, cuando uno analiza una realidad como la nuestra, marcada por el crimen, no puede dejar a un lado la dimensión subjetiva de los hechos, su efecto emocional. Un pistolero se acerca a un hombre que desayuna en un bar y lo mata. Esa víctima estaba señalada, tenía nombre y apellidos para su asesino. Víctima fácil o no, no han asesinado a cualquiera, sino a alguien que tenía ya nombre y apellidos para la muerte anunciada. La muerte no lo ha encontrado, la muerte lo ha buscado, a él. Y hay muchos nombres y apellidos -¿cientos?, ¿miles?- que se han puesto a temblar porque saben que la muerte los puede también estar buscando, a ellos.
Tienen nombre y apellidos, rostro, una vida que vibra. Quiero reivindicar esos nombres y apellidos que hacia el exterior sólo se reflejan en una cifra mayor o menor, es decir, no existen en su gran mayoría, pero que sudan en su intimidad de terror y de ansias de vivir. Su amenaza invisible, esa amenaza emborronada forma hoy parte de la amplia zona del temblor, el mayor escándalo que ha de ser sacado a la luz para escarnio de las adormecidas conciencias de nuestros gobernantes. No basta con honrar a los ya asesinados, ni con proteger al limitado número de ciudadanos que podrán ser protegidos. Eso es tarea cumplida, pero hay una tarea sin cumplir que afecta a esa amplia zona de sombra, que no es un número hipotético ni el debe inevitable para una muerte que luego será honrada, sino que tiene nombres y apellidos y que apela, esa sí, de forma inequívoca e implacable a la política. El asesinato de Joseba Pagazaurtundua, de una forma como no lo hace por ejemplo el coche bomba no discriminador, ha hecho vibrar en su anonimato a esos nombres y apellidos que ocupan la amplia zona del temblor.
Señor lehendakari, esos nombres y apellidos no están entre sus correligionarios. Podrá objetarme que también hay gente con escolta en su partido, pero yo no me estoy refiriendo a los que llevan escolta, sino a los que ni la llevan ni podrán llevarla nunca, a pesar de estar amenazados, de ser anónimos candidatos a convertirse en víctimas fáciles. De esos, señor lehendakari, no los hay en su partido. Y a esos, usted los ignora. Gobierna usted de espaldas a ellos, presentando propuestas que dicen serlo para una paz cuyos plazos ignoran esa realidad macabra. Construye usted la paz sin tener en cuenta a quienes están padeciendo la guerra, y esa es una evidencia que de entrada me impide tomar en consideración ninguna de sus propuestas. Busca usted una paz entre vencedores, como si se tratara de un acto de generosidad para los vencidos, y deja que el tiempo le ofrezca el momento propicio, entre homenajes y funerales de los que entretanto vayan quedando en el camino. Y esos, no serán de los suyos. Fíjese, señor lehendakari de todos los vascos, no serán de los suyos, porque usted los ha abandonado, aunque pretenda recuperarlos cuando son ya cadáveres, y los cadáveres no necesitan que nadie los recupere
No tengo por qué dudar de la honestidad de sus intenciones, pero también la ceguera puede ser honesta. Recurrirá usted a su convicción de que su propuesta es la única que nos puede acercar la paz y a que también sin ella ETA seguiría matando. Sobre lo primero no hay certeza alguna de que usted vaya a tener razón; en cuanto a lo segundo no cabe dudar de que, en efecto, sería así. Pero ninguna apuesta, y su plan no deja de serlo, es lícita si exige el abandono al terror de una parte importante de la población. Tampoco ninguna muerte será jamás bienvenida, con planes o sin ellos. Pero cuando se le discrimina y excluye a la posible víctima, cuando se le niega la solidaridad y el abrazo en vida -en la política, asumiendo su condición-, se está sancionando su estatus, acotando su círculo, dando por bueno un país dividido entre víctimas y beneficiados. ¿Es ese su proyecto de país, señor Ibarretxe? Por el bien de todos, abandone su plan y propicie la unidad democrática.
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