El nuevo cine chino vuelve a pegar duro con mucho coraje y pocos medios
Ambicioso e interesante filme del neoyorquino Spike Lee
Mang Jing es el título de la segunda película china, una pequeña producción sobre un asunto grande, tanto por la dureza de su mirada al abismo que la vida en China bordea a diario como por la precisión con que su director, Li Yang, cuenta un asunto negrísimo y muy arriesgado con escasos medios. Lo contrario de 25 horas, película de Spike Lee hecha con abundante dinero y escaso sentido del riesgo.
Bastan dos películas -y falta una tercera- para dar idea de la riqueza que la oferta cinematográfica china está adquiriendo últimamente. El impacto inicial en esta Berlinale de Héroe, el prodigioso ejercicio de fantasía visual y poesía trágica de Zhang Yimou que abrió el festival, sigue ensanchándose, y ahora son pocos quienes aquí no lo ven premiado el sábado. Es Héroe una obra maestra de la orfebrería visual y su deslizamiento sobre la exquisitez choca con la aspereza del camino que abre Mang Jing en uno de los basureros humanos que se pudren en la inmensa China mísera y oscura.
En una región minera semiabandonada del norte de China, multitudes de braceros hambrientos y sin trabajo buscan cualquier salario a cambio de lo que les quieran encargar los nuevos capitalistas que se han adueñado ilegalmente de las minas y explotan a estos hombres en condiciones de barbarie esclavista. Pero hay dos de estos mineros que se las ingenian para montar por su cuenta y riesgo una singular tienda de vida y de muerte. Bajan cada día a la mina por una miseria y un día se llevan al hermano de uno de ellos para que les ayude en el destajo. Cuando lo han conducido al recodo más hondo del pozo, lo matan a golpes de pico y luego simulan que ha sido víctima de un desprendimiento debido al mal estado de las galerías, lo que involucra gravemente a los nuevos dueños de las minas, de modo que éstos sueltan un buen fajo de billetes para que mantengan la boca cerrada y no vayan a la policía con el cuento del "dolorido" hermano del muerto. Y una vez cobrado el lúgubre peaje del silencio, estos dos futuros nuevos capitalistas de la nueva China comienzan a buscar a otro "pariente" al que llevarse al fondo del pozo para allí desnucarle y luego cobrar un nuevo fajo a los amos del negro y profundo sepulcro.
La atrocidad del asunto no es una especulación de humor o de malhumor negro. Parece que el suceso tiene fondo verídico, lo que añade realidad al golpe de verdad de esta notable película, cuya dureza se intensifica por la sencillez de la puesta en pantalla de Li Yang, que es un cineasta forjado en los teatros de China, que luego vino a Berlín, Múnich y Colonia, donde hizo documentales para la televisión alemana, antes de instalarse en Pekín y realizar esta tremenda obra de estirpe semidocumental que esconde una metáfora política de gran envergadura y subversivas e inquietantes ramificaciones.
La mugre humana de los ojos negros de China se vuelve reluciente brillantina en los escaparates de la vida neoyorquina que Spike Lee elige como escenario de su ambiciosa y a ratos excelente película blanca titulada 25 horas, que él sintetiza así: "Cuando la gente me pregunta de qué trata la película, digo que Edward Norton interpreta a un traficante de droga que pasa sus 24 últimas horas de libertad, antes de entrar en la cárcel a cumplir una condena de siete años, en la Nueva York posterior al 11 de septiembre. Aunque el guión estaba escrito antes, sería artísticamente irresponsable hacer un filme en Nueva York como si el 11 de septiembre no hubiera ocurrido".
A Spike Lee se le ha ido un poco la olla, porque tras hacer algunas buenísimas escenas llenas de concreciones, se mete en retóricas y alarga el filme hasta dos horas y cuarto que se soportan mal y que son un tiempo excesivo para el escueto intimismo de la anécdota, que se hincha así más de lo debido. Esta dilatación del itinerario de Edward Norton -que hace una magnífica composición- crea en el espectador urgencia de grano ante tan abusiva ración de paja. Y el grano llega, pero algo tarde y entre altisonantes desvíos, a una concepción sinfónica de la visión del Nueva York de ahora, que no suena a esa nueva manera de mirar a la ciudad herida de que habla Spike Lee, sino a una manera algo rimbombante de ocultarla.
'Directed by' George Clooney
George Clooney, en Confesiones de una mente peligrosa, dio su anunciado salto detrás de la cámara. Cuenta un buen asunto verídico, la grotesca y brutal peripecia del célebre showman televisivo Chuck Barris, que detrás de sus populares concursos y festejos confesó ser un espía de la CIA con licencia para matar y, en su cuento o recuento, habla nada menos que de 33 muescas asesinas. Casi increíble. E increíble sin casi tras filmar Clooney en forma de tebeo el guión de Charlie Kaufman, que imprime carácter y lleva la película a su propio molino, por lo que nos quedamos sin saber con certeza si Clooney sirve o no sirve para su nuevo trabajo. Pero al final saltan algunos buenos presagios, porque la película alcanza momentos bien hechos e imágenes originales y vivaces, como las dos últimas de los personajes que el propio Clooney y Julia Roberts interpretan, que tienen verdadera gracia y consistencia.
Babelia
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