_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una oposición visible

Lo menos que se puede decir de la entrega de los premios Nobel es que es una ceremonia visible, en el sentido de que merece la atención de los medios de comunicación del mundo entero. En 1957, en plena guerra de Argelia, Albert Camus aprovechó esa visibilidad para decir que un artista se debía a la causa de la verdad y de la libertad, y que "hoy el escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la Historia: está al servicio de quienes la padecen. De lo contrario se queda solo, privado de su arte". Respeto íntimamente estas palabras, del núcleo hasta la superficie, por diversos motivos. Aunque tal vez baste, en cualquier circunstancia, la sencilla razón de que aspiran a instaurar un equilibrio: los poderosos hacedores de historia no necesitan más voz ni más defensa, se imponen solos. También estoy de acuerdo con la actitud de Camus: la visibilidad hay que ajustarla a la actualidad más urgente y usarla.

Doy ahora un salto hasta el mundial de fútbol que se celebró en Argentina en 1978, en plena dictadura militar. Y recuerdo a los jugadores de una selección europea, desfilando alrededor del terreno de juego con pancartas que llevaban escritos los nombres de dos ciudadanas de ese país, desaparecidas y asesinadas por la infame dictadura de Videla. Esas imágenes dieron la vuelta al mundo. Y hoy también daría muchas vueltas la imagen de cualquier jugador que se levantara la camiseta para celebrar un gol -es un gesto que se ha puesto de moda-, poniendo al descubierto, no una bandera o una cara de niño o un pecho de látigo, sino un enunciado tan corto y sin embargo tan infinito como éste: guerra no.

El tercer salto me lleva hasta la ceremonia de entrega de los Goya: el mundo del cine, como una piña, diciéndole no a la guerra en directo, desde la primera cadena de la televisión pública. Confieso haber visto la gala alegre, rejuvenecida; pensando "menos mal" y "ya era hora" de que quienes poseen tanta visibilidad, audiencia y predicamento los usen para esto. Al servicio de una ambición tan fundacional, tan esencialmente civilizada como la de frenar expediciones diseñadas para matar gente. Al Gobierno le ha puesto nervioso la iniciativa y los brotes que está echando en todas partes. Ya era hora, pienso también, de que una movilización ciudadana le inspirara alguna forma de emoción.

Otras voces se han levantado para aprobar el gesto de la academia del cine y lamentar, sin embargo, que ese "no" tan rotundo a la guerra no lo haya expresado antes y así contra el terrorismo y sus daños colaterales. Creo que también en este caso es más sabio y más útil alejarse de la lógica de los campos de batalla y aplicar el principio de no retroactividad. Esto es, pensar hacia el futuro y aunar energías, voluntades y talentos. Necesitamos estar todos juntos contra los autoritarismos del ordeno y mato, que están dispuestos a pulverizar el ordenamiento internacional, distorsionándolo, confundiendo poder con legitimidad. "Yo reino, es un hecho; y por lo tanto es un derecho", dice la Peste de Albert Camus. Juntos contra las manipulaciones informativas (Colin Powell en su última intervención pretendía convencernos de que las imágenes mudas valen tanto como los razonamientos y las pruebas). Juntos para negarnos al mercadeo, a la Bolsa de la muerte.

Ahora que se ha puesto en movimiento el motor de la oposición visible, no debe detenerse. Debe continuar diciendo "no" del modo más evidente, en las calles, en los cines, en los museos, en las pantallas, en los campos de fútbol que son el summum de la visibilidad. (Quiero recordar, a propósito de esto último, que Cruyff no participó con su selección en los mundiales del 78 para mostrar su rechazo a la dictadura militar argentina).

Diciendo no, sin parar. No a las mentiras, a la codicia y a la crueldad de los señores de la guerra. Y no a ETA. Y no al olvido de un terrorismo que sólo en el mes de enero ha asesinado en este país a ocho mujeres. La novena sigue desaparecida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_