¡Cómo nos pones, Bardem!
Hay unanimidad. Todas las mujeres que conozco, de edades, condiciones y hasta ideologías distintas, suspiramos anhelantes por ese body salvaje que Bardem pasea para desgracia de nuestros instintos. Ya podemos clamar por el hombre tierno y flexible, capaz de escuchar y hasta llorar, que cuando aparece Bardem en nuestros sueños íntimos, enviamos a paseo los libros, las ideas, las coherencias, y sólo notamos cómo la piel se vuelve un volcán de deseos. Deseos de los que no quedan bien en los panfletos reivindicativos... ¡Ay, las contradicciones de la intimidad! Pero si encima Bardem encabeza la resistencia pacífica al PP y a su guerra, el colectivo femenino que milita en la progresía se derrite cual flan con sofoco y el amor que ya le teníamos se transforma en pasión. Cuando la realidad lo convierte en uno de sus mejores personajes, Bardem crece magnífico e inmenso. ¡Viva Pancho Bardem!
Hablemos de él y de los suyos, esos que estos días han conseguido incomodar a una ministra, cabrear a un presidente y dar alegrías a algun polícia aburrido. ¿O no está contento el poli que pudo manosear las deseadas nalgas de Ana Belén en su intento heroico de entrar en la casa de todos, léase Congreso de los Diputados? El mundo del cine está en pie de guerra contra la guerra y ahora, en cómplice imitación, también lo está el mundo de la moda, para mayor enojo de una ministra que decididamente ha pisado algo feo. La revolución, pues, esa que siempre tuvo palabras, nos llega ahora desde el mundo de la imagen, irrumpiendo con un simple no en la espalda de un diseñador o en el vestido de Armani de una actriz renombrada. ¿Hace falta nada más? Y sin embargo, servidora, que está con Lázaro Carreter cuando dice aquello tan complicado -"quien tiene enajenado su idioma no es responsable. El idioma es una arma de dominio. Y es necesario aprender bien el idioma para no estar entre los dominados"-, desearía ver más palabras en la revolución de los signos, más intelectuales entre artistas, más escritores entre los líderes sociales. Los tiempos marcan un ritmo sincopado y frenético donde la palabra se reduce a la brevedad de los mensajes de móviles y donde el intelectual clásico ha pasado a formar parte de la buena decoración. Por eso Bardem, en el fondo, o Sabina si se pone, o los modelos de la Pasarela Gaudí, tienen más influencia que el viejo pensador que otrora movilizó al pensamiento colectivo. Quizá hoy son ellos los pensadores.
Bienvenidos, pues. Lo que ya no resulta tan bonito recibir es la última evidencia que nos surge del poder que hoy tiene el poder político. La última evidencia de inmadurez democrática. Lo de la guerra, más allá del propio debate sobre la guerra, nos ha proporcionado una radiografía exhaustiva y con análisis comparativo incorporado de lo que es gobernar a la usanza autoritaria, sin los complejos que una cultura democrática de fondo comporta. Aznar, fiel a su adolescencia sin tonterías constitucionalistas ni debilidades libertarias, continúa pensando que el poder es autoridad, y no el complejo y delicado entramado de consensos, negociaciones y hasta renuncias que realmente significa. Por supuesto, no se trata de pedirle el síndrome Chamberlain -esa bonita no injerencia que casi mató tanto como Hitler-, sino de escuchar, explicar y dejarse controlar, verbos los tres que José María Aznar López ha desterrado de su diccionario particular. Tenemos, pues, dos problemas. Uno gordo, gordísimo, una guerra que puede abrir una fractura profunda entre culturas y sobre todo irritar a mil millones de musulmanes ya bastante irritados. Aparte de matar a algunos centenares o miles. Y otro, doméstico, sobre el poder y su filosofía, hoy por hoy en manos de una especie de patriarca siciliano que se molesta cuando le preguntan, se cabrea cuando le critican y se ofende cual "martes de Carnaval" cuando le protestan.Mientras que en el mundo de verdad los presidentes se someten a decenas de controles parlamentarios, explican, reúnen, pactan, responden, en nuestro mundo different -¿recuerdan?- el presidente se permite la deferencia de pasarse un día por el Parlamento, lanzar un monólogo alarmista -que casi convierte a Olot y alrededores en el centro del terrorismo islámico mundial: ¡vaya con la Garrotxa!- y despreciar a todos los desagradecidos que no confían en su decisión autárquica. Pero hay más. Mientras que en el mundo mundo las protestas forman parte del cuerpo natural de las cosas y la democracia se refuerza justamente porque alimenta su pensamiento crítico, en el mundito castizo los actores son tratados como la canalla que son -pero me temo que sin épica bohemia-, los parlamentos se convierten en cotos privados para caza mayor de zapateros y los gestos críticos son entendidos como una declaración de guerra. Mientras que en el mundo mundo los actores pueden mostrar su protesta un minuto antes de un discurso presidencial televisado, aquí hay que aprovechar un despiste en una gala para colarse en la conciencia colectiva. Mientras que en el mundo mundo la guerra es de todos y por ello es de todos el debate, aquí se la queda Aznar para jugar a soldaditos en sus ratitos solitarios de La Moncloa, ahora que Anita se ha ido de paseo electoral... y para sentirse importante al lado del amigo americano, definitivamente enfermo del grave del mal de altura que ataca a algunos gobernantes.
Demasiados actores para tan poca cintura democrática. Demasiada protesta para tanta cultura autoritaria. Demasiada responsabilidad internacional para categoría tan doméstica. Y sobre todo, sobre todo, demasiada guerra para tan poco presidente.
Bardem..., ¡preséntate!
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