Fragilidad
Creía que el trasbordador espacial Columbia era como el autobús de línea que me lleva cada día al instituto. Su trágico viaje de retorno me ha convencido de que no era un autobús, sino una estrella con aspecto de autobús. Una estrella fugaz, que brilló un instante antes de apagarse en las pantallas de radar.
De forma que los que allí venían como astronautas se han convertido en héroes. Porque han atravesado ese umbral de las ondas hertzianas que les permite encontrarse con los policías y bomberos de Nueva York. Por eso, el inquilino de la Casa Blanca, George Bush se ha dirigido a sus conciudadanos con tono solemne y les ha indicado un punto en el cielo, donde brilla ya la estrella que señala el camino al portal de Bagdad.
Bush ha indicado un punto en el cielo, donde brilla la estrella que señala Bagdad
Aún llevan en su rostro los lunares del chapapote que corre por sus venas
Ahora todo empieza a cobrar sentido. El israelí que, aferrado a las crines de su F16, ya había cabalgado antes a Bagdad para destruir aquel reactor atómico que habíamos olvidado. Ahora cabalgará de nuevo por el cielo junto a estos bomberos inolvidables, los cuales, al pasar sobre nosotros, harán sonar la campana de sus coches con escala. Dirijamos pues nuestras miradas al cielo porque se acerca la noche en que el mal será destruido por el bien.
El padre del héroe también mirará al cielo y recordará una noche en Auschwitz en que se le acercó otro prisionero, con los ojos brillando en su rostro demacrado, y le dijo: "Ten fe, porque un día abandonarás este infierno y alcanzarás la tierra de Israel, donde engendrarás un hijo que bajará de los cielos transformado en una estrella". Pero, ¿quién habría podido creer esa locura mientras respiraba el hedor a carne quemada que llenaba el aire?
Lo siento, pero no he tenido fuerzas para mirar al cielo. En su lugar he bajado la vista al suelo y me he puesto a conversar con una sencilla piedra. Lo bueno de tratar con piedras es que puedes dialogar con ellas hasta el amanecer y no pierden la calma. Pero es difícil convencerlas o moverlas de su sitio. Por el peso, claro.
A esta la levanté del suelo, pero pesaba tanto como una roca poderosa, anclada a un territorio con sabor a herrumbre y a añoranza de batallas perdidas. Quizás perteneciera a alguna comarca histórica, esas donde las piedras y los votos pesan más que los simples votos de los ciudadanos libres e iguales de las ciudades. Pero era una piedra tranquila, podríamos decir que moderada; nada proclive a luchas banderizas. Ella se conformaba con permanecer.
En su curtido aspecto me pareció vislumbrar un pasado heroico. Tal vez surcó una vez el cielo como estrella fugaz, perdiendo en el viaje la mayor parte de su peso, pero logrando conservar la materia suficiente para subsistir toda una eternidad. Ahora, que no le hablasen de volver a atravesar los cielos en una nueva aventura. Se la veía muy conforme con su estado actual.
O quizás, por el contrario, hubo una vez en que tuvo vida propia y hasta cierto poderío. Y que, por no perder ese poder, endureció su corazón hasta convertirse en fósil. ¿Acaso no dijo Cristo al mejor de sus apóstoles: "Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia?".
Y qué pueden significar esas proféticas palabras, sino que, para conservar el poder, el mamífero humano tiene que convertirse primero en reptil, después en pez, y finalmente en piedra. Volverse despiadado como la piedra del anillo de un obispo.
Me estaba deprimiendo mi conversación, monólogo más bien, con esta piedra; y ya me estaba cansando de sostenerla en brazos, que parecía que llevara un cuarto de siglo soportándola. La encontraba francamente pesada repitiendo su sarta de letanías: reconoce mi fuerza, soy una razón de peso.
Pero he aquí que el cansancio y la monotonía me hicieron abrir los brazos y se me escurrió. Y aquella piedra tan poderosa, al golpearse contra el suelo, se partió en mil pedazos y quedó reducida a polvo.
Entonces le dije sin sentir ninguna compasión por ella: -"Te está bien empleado, por vanidosa. Tu disfraz de dureza me había engañado, pero eras tan frágil como yo".
Y me acordé del belicista George Bush y del dictador Sadam Hussein. De todos esos individuos, políticos o no, endurecidos que intentan hacernos creer que han bajado de una estrella. Cuando, realmente, sabemos que han emergido de la corteza terrestre; basta observar cómo predomina en su conducta la obsesión por recuperar la membrana amniótica que les envolvió mientras habitaron en la bolsa de petróleo.
Cómo será, que aún llevan en su rostro los lunares inconfundibles del chapapote que corre por sus venas. Seguramente, los griegos ya sabían todo esto cuando inventaron la tragedia. Y lo sabían aún mejor cuando enseguida descubrieron la comedia.
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