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Tribuna:UN BINOMIO INSEPARABLE
Tribuna
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Seguridad y satisfacción

Un factor inseparable a la satisfacción que normalmente siempre origina una experiencia turística es la seguridad advertida por el turista en el destino elegido. Así, si recordamos las consecuencias, simplemente en términos de estimaciones a la baja en todos los órdenes efectuadas tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, es fácil entender hasta qué punto se socavan las previsiones de la industria turística ante cualquier alteración que afecte a la seguridad de los turistas. España, a su vez, sufre desde hace años la triste experiencia de hasta dónde se puede condicionar la evolución de su sector turístico, como resultado de campañas y anuncios terroristas calificando de objetivos de su particular guerra los destinos turísticos más conocidos de nuestra geografía. Y los ejemplos de las amenazas traducidos en realidades luctuosas están en la mente de todos.

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El binomio seguridad y turismo es tan estrecho que existen mercados, como el japonés o el estadounidense, a los que no se les puede fidelizar como clientes por muchas que sean las bondades turísticas de un lugar, si no se les garantizan unos niveles mínimos de seguridad. Además, esos niveles oscilan en función del grado de desarrollo del país de acogida de los turistas, pues en destinos enclavados en estados más atrasados los requisitos se extienden a la salubridad y a la higiene, que deben quedar plenamente garantizados para que los turistas decidan viajar a esos lugares. No obstante, el concepto de seguridad que contempla un turista va más allá de los riesgos terroristas y de la salud, pues la estancia en un destino puede convertirse en una experiencia amarga y en la pérdida de un cliente por culpa de la no siempre reconocida inseguridad ciudadana. ¿Quién no recuerda las infinitas recomendaciones que hace unos años se establecían para aquellos turistas que visitaban Italia y las innumerables precauciones que debían adoptarse en el transcurso de la estancia en dicho país?

La inseguridad ciudadana hoy preocupa a los turistas extranjeros y a nuestros propios compatriotas cuando se desplazan por razones de ocio a los destinos de mayor renombre turístico de España. Lo cual está condicionando al mismo tiempo la calidad de vida y el bienestar en nuestros lugares de residencia, que de igual manera se han visto desbordados por una atmósfera de inseguridad que ha llegado a tal extremo que resulta cada vez más difícil atajar, de no producirse una sustancial modificación legislativa, de actitudes y de la incomprensible permisividad de la que gozan hoy los delincuentes. En ese sentido, la actuación policial es a todas luces insuficiente para afrontar el problema, que en no pocas ocasiones se refleja en un atestado y poco más. Los estamentos policiales y sus fórmulas de atención ciudadana merecen capítulo aparte. Mas se puede aventurar que se encuentran alejados de los criterios de calidad que corresponden a un estado moderno, lo cual explica que la ciudadanía no encuentre respuestas a sus inquietudes. Y cuando llega el verano y los destinos turísticos se encuentran más saturados, se relaja la atención policial que debe ser dispensada en las grandes ciudades y se incrementan los problemas en éstas, sin llegar a solucionar tampoco los originados en los destinos turísticos, donde el volumen de población recibida crece en tal proporción que resultan insuficientes los medios trasvasados, lo que facilita las acciones ilegales de bandas organizadas y de simples rateros. De igual modo, la inseguridad ciudadana altera las decisiones de inversión de buen número de iniciativas empresariales que huyen de los destinos más conflictivos. En consecuencia, el coste económico de la inseguridad ciudadana es de difícil cómputo ante la ausencia de cifras contrastadas al respecto. Lo que no debe ser óbice para interponer definitivamente soluciones a una situación de excepcionalidad creada por la dejación de funciones de aquellos a quienes compete la toma de decisiones al respecto.

A tal realidad social no ha sido ajena la Comunidad Valenciana y sus ciudades de mayor tamaño, pues la especialización turística de esta autonomía ha contribuido a agudizar más si cabe los problemas derivados de una inseguridad ciudadana galopante y apenas contrarrestada. En ese indeseable contexto se sitúa Valencia ciudad que ha perdido el control de un hecho que conculca el bienestar ciudadano, perjudica su imagen turística y aminora su capacidad de atracción de la demanda interesada en el turismo urbano. Sin embargo, los responsables del consistorio de la ciudad de Valencia vienen negando esta realidad hasta extremos tan espeluznantes como cuando se hicieron públicos los resultados policiales del año 2001, momento en el que la preocupación por la seguridad ciudadana de la ciudad en palabras y actitud de las máximas autoridades locales se centró en calificar de error informático las cifras difundidas en aquel entonces. Una vez supuestamente subsanado dicho error, aunque las cifras seguían siendo dignas de preocupación, pareció que con ello se habían resuelto todos los problemas destilados por la inseguridad ciudadana en la ciudad de Valencia. Había crecido menos de lo manifestado en un principio, y evidentemente las cifras de delincuencia eran progresivas, pero el ritmo de crecimiento finalmente difundido al parecer satisfizo a los máximos dirigentes municipales. En 2002 ha seguido aumentando la dimensión de la delincuencia en Valencia. ¿De nuevo se alegará error informático? Al parecer preocupa más cómo se cuantifica el avance de la delincuencia, que los factores que inducen la existencia de tal baremo.

De tal guisa que sólo merced a que han sido víctimas de esa inseguridad ciudadana, por ejemplo la ex Delegada de Gobierno en la Comunidad Valenciana o que precisamente el actual Delegado del Gobierno en esta misma Comunidad se encontrase en un establecimiento que estaba siendo atracado, siendo todavía Director General de la Policía española, evidencia la extensión del problema de la seguridad ciudadana. Los robos, hurtos, atracos, desvalijamiento de viviendas, tirones, quema de vehículos, agresiones de todo tipo y un sin fin de tropelías forman parte de lo cotidiano en la Valencia que vivimos y que por razones espurias es ninguneado. Hasta llegar a una situación que paulatinamente se nos ha escapado de las manos, entre folclore, declaraciones de buenas intenciones y otras ocurrencias, más o menos surrealistas, que caracterizan el concepto de (des)gobierno municipal de esta ciudad. En esa actitud cabe suponer que se inscribe la decisión de retirar los efectivos, al menos en los barrios periféricos, de aquella policía de barrio tan publicitada en su día, la cual fue ideada para combatir la escalada de inseguridad ciudadana que desde hace ya años singulariza a Valencia ciudad.

Con esta tarjeta de presentación comparece Valencia en los circuitos turísticos, capaz de ofrecer glorias urbanísticas y desatención profunda a la siempre menos adicta periferia, lo que representa el alumbramiento de un nuevo "sur" en la ciudad que también existe, aunque se reniegue de él o acabe siendo escondido de los ilustres visitantes de la ciudad, como si se tratase de ese pariente pobre que avergüenza a unos cretinos familiares recientemente sofisticados.

Vicente M. Monfort es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón

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