Hacia una victoria sin riesgos
El presidente Bush sigue diciendo que aún no ha tomado una decisión sobre Irak, y podemos creerle. No tiene que comprometerse finalmente hasta la víspera, de modo que, ¿por qué iba a hacerlo? El bombardeo ha empezado. Pero el otro debate que ha atrapado la atención de Washington durante un año, no sobre si se debe invadir Irak, sino sobre cómo hacerlo, ya ha quedado zanjado.
Fue una intensa controversia, aunque confinada en gran medida al ámbito del Pentágono, con muchas presiones contradictorias del Congreso y algunos intercambios amargos. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld, sus asesores civiles más próximos y la Fuerza Aérea de EE UU se mostraron fuertemente a favor de una estrategia de guerra "ligera y rápida". Confiando en los bombardeos de precisión para abrir el camino, dos tipos de fuerzas terrestres ágiles debían converger sobre Bagdad lo más rápido posible. Una de ellas debía ser bastante similar en apariencia y composición al lento y pesado cuerpo de ejército de la primera guerra del Golfo en 1991, con tanques, vehículos de combate de infantería y artillería autopropulsada, pero mucho menor, con sólo dos divisiones y una brigada acorazada británica para un total de menos de 50.000 soldados. Su misión era marchar directos por la carretera de Kuwait a Bagdad con el apoyo de ataques aéreos ininterrumpidos que machacasen a las fuerzas situadas a ambos lados del camino y desbaratar cualquier intento iraquí de contraatacar.
El plan de guerra ligera y rápida preveía que los habitantes de Bagdad de los que millones son shiíes y kurdos tremendamente desafectos al régimen estallaría en un violento alzamiento masivo contra el régimen de Sadam Husein tan pronto como su caída pareciera un hecho cierto por la llegada de tropas estadounidense a las afueras de la ciudad. Aun así, las modernas fuerzas mecanizadas contienen muy poca infantería, y aunque sólo fuera para asegurar la ley y el orden en el periodo subsiguiente, así como para hacer frente a pequeños choques armados en los límites de la ciudad, se llevaría directamente al desierto próximo a Bagdad una segunda fuerza de unidades aerotransportadas y helicópteros con unos 20.000 soldados para unirse a las columnas acorazadas que habían ascendido desde el sur. Este plan también requería una tercera fuerza de infantes de marina estadounidenses que no avanzarían sobre Bagdad, sino que se desplazarían al este para asegurar Basora, la segunda ciudad iraquí, y el extremo sur de Irak, fundamentalmente para disuadir cualquier intento iraní de apoderarse de territorio bajo el disfraz de la ayuda a sus correligionarios shiíes.
El plan de guerra ligera y rápida sin duda se apartaba de la tradición militar estadounidense de ejércitos grandes y lentos que ganaban imponiéndose despiadadamente al enemigo con una potencia de fuego artillero abrumadora. En vez de eso, iba a apoyarse en los fluidos métodos de "redes en torno a un centro" que han tenido un éxito tan brillante en Afganistán, donde los equipos de comandos estadounidenses empujaron a la acción a sus heterogéneos aliados al tiempo que desmoralizaban a los talibanes con su capacidad aparentemente mágica de invocar bombardeos muy precisos con muy poca antelación, mientras ataques aéreos independientes golpeaban a fondo otros objetivos, como por ejemplo vehículos talibanes dirigiéndose al combate. La potencia aérea capaz de actuar con precisión rutinaria, la nueva capacidad informática de fusionar la información dispersa para hallar los objetivos y unidades sobre el terreno muy pequeñas pero muy ágiles, fueron la fórmula del éxito en Afganistán. Después, era lógico luchar de la misma forma en Irak, aunque dado el tamaño de las Fuerzas Armadas de Sadam Husein, divisiones enteras tendrían que reemplazar a los pequeños equipos de comandos que habían bastado en Afganistán. No obstante, una cosa sería igual: en Irak también la potencia de fuego provendría principalmente de los cazabombarderos más que de la artillería. Eso reduciría enormemente la carga logística soportada por las fuerzas de tierra la munición de artillería representa gran parte de la munición consumida en combate permitiendo que fuerzas más ligeras avanzasen con más rapidez.
Desde el primer momento, la Junta de Jefes de Estado Mayor, excepto el jefe de la Fuerza Aérea, se opuso vigorosamente al plan ligero y rápido. Insistían en la necesidad de una fuerza abrumadora para asegurar la victoria sin riesgos y sin necesidad de hábiles maniobras de redes centralizadas. En vez de sólo dos "gruesas" divisiones acorazadas o mecanizadas, insistieron en cuatro por lo menos, así como una fuerza anfibia de marines completa, un Ejército no tan pequeño, constituido por unos 50.000 marines, incluidas fuerzas de apoyo. Los jefes expresaron debidamente su oposición al plan ligero y rápido dentro del Pentágono como era su deber, pero también se excedieron al decir a congresistas que simples civiles que, por cierto, habían evitado combatir en Vietnam, estaban intentando endilgarles planes de guerra "de alto riesgo". Con mayor recelo aún, animaron también a generales retirados a declarar a los medios de comunicación que se necesitaba una gran fuerza porque el Ejército iraquí no estaba en tan malas condiciones como se aseguraba, la Guardia Republicana es aún más fuerte, y Bagdad con toda probabilidad sería defendida por las tropas de Sadam y la milicia en combates sangrientos calle por calle, como un nuevo Stalingrado.
A pesar de que los análisis de los servicios de espionaje se oponían mayoritariamente a ellos indicando que el Ejército iraquí está demasiado desmoralizado para luchar, que la Guardia Republicana no es tan fuerte, y que una defensa de Bagdad como Stalingrado es pura fantasía, los jefes ganaron la pelea política. Su gran ventaja era que una vez que la Administración de Bush recurriera al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para conseguir su objetivo ostensible de desarmar a Irak, en lugar de usar la fuerza para lograr su objetivo no declarado de derrocar a Sadam Husein, ya no había ninguna urgencia, ninguna necesidad de luchar sólo con las fuerzas que pudieran alcanzar el escenario con rapidez. Con tiempo de sobra para llevar más fuerzas, la cantidad planeada puede alcanzar o incluso sobrepasar los 250.000 efectivos en total. Dado el tiempo necesario para enviar y preparar una cantidad tan elevada de soldados, no es probable que haya guerra antes de la segunda mitad de febrero. Con el plan ligero y rápido original, todo se habría acabado hace ya tiempo.
Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
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