_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La última Torna

Reconozco que no sería muy original dedicar una crónica a los 40 años de Els Joglars, teniendo en cuenta que, sea por la personalidad de su director, la trayectoria del grupo o su insistente burla de los gerifaltes, todo el mundo les conoce. Pero cuando me enteré de que celebraban este aniversario con una exposición en el Institut del Teatre de lo que han sido sus obras, me vino a la cabeza una noche de hace poco más de 25 años. Franco ya llevaba dos bajo su pesada losa, los políticos empezaban sus juegos, los ánimos se caldeaban por poca cosa y los entonces poco más que adolescentes respirábamos ese nuevo aire de libertad con euforia y ganas de marcha. Todo estaba por hacer, por ver, por sentir... por vivir, vaya. Con este ánimo me encontraba yo en el vestíbulo del Centre de Lectura de Reus aquella noche de diciembre de 1977, dispuesta a presenciar lo que ya se pronosticaba como algo fuerte, algo que removería los estómagos de la clase de gente a la que combatíamos -aunque fuera de pensamiento- y a la que nadie se atrevía ni siquiera a mencionar, como no haré ahora por el resquicio de miedo a que me caiga un palo.

Tarradellas les recomendó entregarse y les aseguró que saldrían enseguida. Luego hubo un vacío total

Estaba, pues, a punto de ver La torna, esa obra que hizo temblar a la sociedad, y no sólo a la catalana, ya que el seísmo cruzó la frontera y provocó un movimiento de solidaridad ante los graves problemas con que se enfrentó el grupo Els Joglars. Lo que no supimos entonces es que, mientras esperábamos alegremente en el bar, los actores, que también estaban en el bar, recibían una llamada oficial que les conminaba a suspender la función. "¿Y cómo sabemos que no es una broma?", argumentaron ellos, conscientes de que aquello iba en serio. "Aténganse a las consecuencias", remató el comunicante. Las consecuencias, como bien habían intuido, fueron nefastas, pero aquella noche los reusenses pudimos disfrutar tranquilamente de la que sería la última representación de La torna. Todo un lujo.

La torna era -o es- una pequeña maravilla teatral, una pieza de aparente sencillez que te llega -a mí me llegó- a las entrañas, un baile de máscaras que desenmascara el abuso del poder, algo tan vigente hace 25 años como ahora. Por eso me he preguntado muchas veces, teniendo en cuenta que fuimos pocos los que la pudimos disfrutar, por qué no se recupera la obra. Me cuenta Arnau Vilardebò, uno de los entonces componentes del grupo, que en los días precedentes a la encarcelación del conjunto, se filmó la obra en un estudio. La película fue dirigida por Francesc Bellmunt con el dinero de muchos ciudadanos, entre ellos Manuel Vázquez Montalbán. Pero remontémonos unos meses antes, cuando el grupo preparaba una nueva obra -que nada tenía que ver con La torna- en la recién estrenada cúpula de Pruït, lugar de ensayos de Els Joglars. "La obra prevista se complicaba, los intereses del grupo eran divergentes y Boadella propuso el tema de la ejecución de Heinz Chez. Era algo fácil y en poco tiempo estuvo lista", afirma Arnau Vilardebò. Heinz Chez era un vagabundo polaco que había matado a tiros a un guardia civil en un camping de Tarragona y que sirvió de torna (lo que se añade para el peso justo) en la ejecución de Salvador Puig Antich. La torna se estrenó en Barbastro el 7 de septiembre con el beneplácito del Ministerio de Cultura, que aprobó el texto; se representó unas 30 veces hasta llegar a Granollers dos meses más tarde. Y fue allí donde la Guardia Civil vio la función y le cogió el telele.

Albert Boadella fue detenido y encarcelado al día siguiente de llegar de Reus. La víspera de celebrarse el consejo de guerra aparentó estar enfermo y una vez en el hospital Clínico de Barcelona pidió al guardia que lo vigilaba que le dejara ducharse. En el lavabo se puso una bata de médico, una peluca y unas gafas, saltó por la ventana a la habitación contigua y se escapó. En el pasillo le esperaba Arnau Vilardebò, que conocía bien el Clínico de su época de estudiante de medicina. "Cuando le vi no lo reconocía, pero con aquella pinta sólo podía ser él", afirma Arnau. Un coche le esperaba en el aparcamiento y se lo llevó a Francia. Le seguirían Ferran Rañé y su esposa, Elisa Ordúlia -ambos miembros de Els Joglars-, que tenían un hijo muy pequeño. El resto del grupo se presentó al consejo de guerra y pasó casi un año en la cárcel. "En ningún momento nos sentimos abandonados por Boadella", afirma Arnau; "solamente hubo distintas maneras de enfocar el asunto. Los tres primeros meses en la Modelo fueron alucinantes. Nos sentíamos héroes, después sólo tienes ganas de salir de allí". Él, Gabi Renom y Andreu Solsona hicieron dos huelgas de hambre, la segunda de 15 días, hasta que consiguieron la libertad condicional. La Modelo puede estar agradecida a su paso por allí, ya que sacaron adelante la biblioteca y organizaron clases con los mismos presos como maestros. "Vivimos historias de película, como la fuga de 43 presos y el posterior endurecimiento de las reglas, o una pelea entre presos, o la noche en que se cortaron todos las venas".

Antes del juicio habían hablado con el presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, quien les recomendó que se entregaran y les aseguró que saldrían enseguida. Pero luego hubo un vacío total. No fue así con la gente de a pie. Asambleas de estudiantes, de intelectuales, manifestaciones, declaraciones, encadenamientos, colocación de carteles, huelgas, marcha de actores a Madrid. Enterramos la libertad de expresión, cantamos y nos pusimos pegatinas con aquella mítica máscara blanca con la boca tachada. Nosotros no podíamos hacer mucho más, los políticos, posiblemente sí.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_