Adiós a Hirschfeld
Todos los periódicos han hablado estos días de la muerte del caricaturista Albert Hirschfeld. El dibujante de mirada melancólica y barba blanca falleció a los 99 años, mientras dormía, en la ciudad de Nueva York, después de muchas décadas como free-lance, apostando por un tipo de caricatura que, según contó en alguna ocasión, no buscaba amplificar los defectos ajenos con mala uva, sino interpretar los rasgos más característicos de sus personajes. Su necrológica, sin embargo, ha omitido su incursión en el mundo de la animación. En el año 2000, los estudios Disney estrenaron Fantasía 2000, secuela restaurada y reconstruida, con contenidos distintos, del largometraje Fantasía (1940). La película, que inauguró en algunos cines de Barcelona nuevos y sofisticados sistemas de proyección, dura 74 minutos, a cual mejor (pueden encontrarla en vídeo y DVD), entre los cuales destaca la interpretación que hizo Hirschfeld de Rhapsody in blue, de George Gershwin.
Fantasía es una película sin argumento con la que, rompiendo bastantes esquemas del género, Disney pretendió popularizar obras maestras de la música clásica ilustrándola con personajes y soluciones gráficas que, aunque hoy puedan parecer primarias o infantiles, fueron tremendamente rompedoras en su momento. La idea consistía en acercar a un público poco cultivado, pero receptivo a formas de creatividad popular como los dibujos animados, la riqueza artística de compositores como Beethoven, Falla o Prokófiev. Hirschfeld recibió el encargo de ilustrar a George Gershwin. En Fantasía 2000, su participación es presentada por Quincy Jones, que dice: "Todo empieza con una sola nota seductora en el clarinete y una simple línea en un trozo de papel". En efecto: el espectador ve como, empujada por la nota del clarinete, la línea se va convirtiendo en el perfil de una ciudad de rascacielos para luego iniciar una prodigiosa, elegante y emocionante catarata de situaciones protagonizadas por cuatro habitantes de Nueva York. Un obrero de la construcción que de día trabaja en las obras de un rascacielos y de noche triunfa como batería de un grupo de jazz. Un millonario harto de tener tanto dinero y de los caprichos de su mujer, que sueña con volar, patinar, ser feliz y cometer alguna que otra gamberrada. Una niña, hija de un matrimonio acomodado, condenada a vagar por distintas academias de baile, canto y otros suplicios extraescolares y que, en realidad, no desea otra cosa que estar con sus padres. Y un parado, víctima de la crisis económica, que deambula por la ciudad, buscándose la vida de anuncio en sopa boba, de limosna en sonrisa. Al final, todos consiguen su objetivo y resuelven a su favor este combate entre realidad y deseo, entrecruzando sus destinos y compartiendo el entusiasmo creciente que transmite la música de Gershwin. Ni siquiera la acumulación de tantos finales felices consigue estropear esta sinfonía visual.
Amparado por el prestigio del que goza la música clásica, Gershwin es un compositor reconocido, autor de numerosas obras y de frases como ésta: "La música induce una cierta vibración que incuestionablemente produce una reacción física. Finalmente la vibración adecuada para cada persona será hallada y utilizada. Me gusta pensar en la música como en una ciencia emocional". Hirschfeld interpretó a la perfección este aspecto emocional de la música y compuso una obra maestra de sincronía con la partitura, de precisión, imaginación, detalle y vibración, que, respetando al cien por cien los matices de la banda sonora al servicio de la cual se pone, la supera y amplifica. Después de ver la Rhapsody in blue de Hirschfeld, nunca vuelves a escucharla del mismo modo (el intérprete deja de ser el músico y pasa a ser el dibujante) y no puedes dejar de recordar sus frágiles y esperanzados personajes, corriendo de un lado a otro levantando una fascinante coreografía. ¿Por qué, entonces, ni siquiera aparece en sus necrológicas? ¿Acaso renegó de ella? No lo sé. Me inclino a pensar que porque la propia naturaleza de la animación, su consideración en el corpus referencial sobre el que trabajan los que dictan los cánones de lo que merece o no pasar a la posteridad, impide a joyas como este Rhapsody in blue de Gershwin/Hirschfeld figurar en la lista de cosas que uno salvaría de un incendio. Véanla, por favor, y piensen que su autor fue un señor que aceptó, a mucha honra, la denominación de caricaturista. Una profesión que, por lo que a mí respecta, admiro y envidio desde niño. ¿Y ustedes? En el colegio, ¿a quién admiraban más, al empollón o al chaval que, con trazo seguro y sonrisa burlona, no sólo era capaz de divertirse exagerando nuestros rasgos sino de, además, mostrar a través de retratos ajenos su propia visión del mundo?
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