_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vecinos

Las cámaras de Telemadrid salen más al exterior que las de los restantes canales, callejean por los barrios y los pueblos de la Comunidad, llaman a las puertas y a los porteros automáticos, entran en los patios con los micrófonos abiertos, toman el pulso de la pequeña realidad diaria y ceden la palabra a gentes anónimas que obtienen su minuto correspondiente de popularidad en su condición de protagonistas o testigos de sucesos faustos o infaustos, del agraciado de La Primitiva al herido en accidente de tráfico, de la abuela centenaria que alcanza un nuevo cumpleaños al propietario de la tienda atracada hace apenas unas horas a punta de navaja.

Crónica diaria y urgente de eventos que muchas veces no llegan ni a la letra pequeña de los diarios y los noticiarios; crónica de proximidad que relatan jóvenes profesionales, reporteras y reporteros con espontaneidad y sin envaramientos.

En Mi cámara y yo, un formato modélico, sencillo y económico, los reporteros son sustituidos por espontáneos aficionados que, cámara subjetiva y voz en off, abren las puertas de su mundo cotidiano ante la pantalla: niñas de un poblado chabolista se convierten en guías imprescindibles y conducen a sus curiosos invitados hasta las cocinas y los dormitorios de sus precarios hogares; vecinos de una nueva urbanización que ya se cae de vieja exponen sus problemas y muestran los signos de la degradación y los documentos de la presunta estafa.

Fragmentos, facetas de un caleidoscopio madrileño que cambia de matices, de los tonos más claros y amables a los más oscuros y amargos. Mi cámara y yo, Sucedió en Madrid, Madrid Directo, y en general los programas informativos de la televisión autonómica, han conseguido al cabo de los años y de los cambios de rumbo mantener su personalidad y su frescura. Algo más que infrecuente en tiempos y en medios tan inestables y tornadizos.

En una reciente edición de Mi cámara y yo, el reportero invisible ofreció un inquietante y perturbador paseo por el infierno de las enemistades vecinales. "El infierno son los otros", escribió Sartre. Los otros y en este caso las otras, pues el espacio estuvo protagonizado casi exclusivamente por vecinas, denunciantes y denunciadas, sueltas de lengua o temerosas y susurrantes a través de una puerta entornada, relaciones envenenadas, pequeñas venganzas y ofensas mínimas que de repetirse todos los días tomaron dimensiones desproporcionadas. Denuncias por ruido, suciedad, malos olores, gatos y perros, ratas y basuras, escándalos domésticos y querellas enconadas y heredadas entre los Montescos del segundo B y los Capuletos del tercero izquierda.

La cámara impasible captó la demencia, pero sobre todo la desesperación y el desamparo en la mirada extraviada de personas, ancianas y solitarias, acumuladores compulsivos de desechos y desperdicios que para ellos son tesoros irrenunciables o anfitriones de cuadrillas de chuchos abandonados y gatos famélicos. La cámara descarnada retrató el odio y a veces el miedo, la justa indignación y también los insultos, las proclamas xenófobas y los chismorreos de los patios de vecindad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Sin comentarios al margen, sin moralejas ni alegatos, la cámara hurgó bajo la piel de la ciudad y nos mostró esa corriente subterránea que fluye atávica y turbia por las alcantarillas de la conciencia ciudadana, lo que pasa donde no pasa nada, lo que no queremos ver , lo que corre a través de los tabiques, la voz de los patios, los zaguanes y los rellanos.

Para no escuchar ese rumor incesante y hostil, para aislarse del vecinal ruido, no hay receta más difundida y socorrida que subir el volumen del televisor aunque esta vez habrá que cambiar de canal, quizás para asomarse a la falsa domesticidad de los grandes hermanos de Guadalix de la Sierra, de los estudiantes internos de la academia de canto y confección de ídolos en serie y a todos esos guetos y lazaretos para enfermos catódicos y crónicos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_