Una inmersión en el 'Nautile'
Escribo estas líneas con la certeza de que estoy trasladando una experiencia a la que poca gente ha tenido acceso. Es por eso que me siento un privilegiado por tener la oportunidad de hacerlo, aunque sea con motivo de una situación tan triste como el hundimiento del Prestige.
Observar y trabajar a casi 4.000 metros de profundidad, descender cuatro kilómetros a los restos de un buque para ver lo que está sucediendo allí abajo requiere menos valor del que parece. Requiere, fundamentalmente, tener confianza en un vehículo como el Nautile y en la tripulación que lo maneja.
El Nautile es un pequeño submarino autónomo, que se despliega desde un buque oceanográfico (en este caso, el Atalante) y que es capaz de bajar a 6.000 metros para realizar labores científicas. Podemos decir que está compuesto, básicamente, por cuatro grandes sistemas: 1) una cabina donde viaja la tripulación (piloto y copiloto) y el pasajero u observador científico; 2) un sistema de iluminación y toma de imágenes situado exteriormente a proa de la cabina; 3) un sistema propulsor basado en hélices accionadas por motores eléctricos alimentados por baterías, y, finalmente, 4) un sistema de manipulación que consiste en dos brazos mecánicos externos accionados desde la cabina mediante un joystick. Además, el Nautile es capaz de desplegar un pequeño vehículo no tripulado ligado a través de un umbilical, que incorpora iluminación y medios de grabación para poder recoger información visual de lugares de difícil acceso.
La cabina es una esfera de titanio de dos metros de diámetro y 70 milímetros de espesor
Las operaciones de obturación suponen un reto que nunca ha sido realizado
La cabina es una esfera de titanio de dos metros de diámetro y 70 milímetros de espesor, a la que se accede por una escotilla cuando el submarino está aún a bordo. Además de la tripulación y el pasajero, se alojan en ella todos los equipos electrónicos de control del submarino, los sistemas de navegación y detección y los de aparatos de grabación. El piloto y el pasajero van acostados boca abajo a ambos lados de la cabina, mientras que el copiloto va sentado en el centro y tiene acceso a todas las consolas de control y comunicaciones. Cada una de las personas a bordo tiene un pequeño visor de 20 centímetros de diámetro, a través del cual puede ver el exterior.
La atmósfera dentro de la cabina es muy confortable. El espacio es tremendamente reducido, pero apenas se notan diferencias de presión ni falta de oxígeno. Tan sólo un poco de frío al cabo de un cierto tiempo de estar en el fondo. La tranquilidad que proporciona a la tripulación es esencial y debo decir que se respira una profesionalidad absoluta y un comportamiento hacia el pasajero que reúne un conocimiento del riesgo de las operaciones y una confianza en los medios técnicos. Es como subirse a un avión.
No tiene una dificultad mayor..., siempre que no se tengan problemas de claustrofobia, claro está.
El Nautile tiene una autonomía de cinco horas en el fondo del mar. El descenso y ascenso se realizan únicamente por flotabilidad y duran aproximadamente una hora y media cada uno. Se inundan dos tanques y el submarino se precipita al fondo como una piedra. Se suelta un lastre y el submarino asciende a la superficie como un corcho. Las baterías se reservan para iluminación y propulsión durante las cinco horas de estancia en el verdadero espacio de trabajo: los restos del Prestige.
Las dos primeras misiones, realizadas en la primera quincena de diciembre, tuvieron como objetivo observar el casco del Prestige, de forma que se pudiera evaluar su estado y estabilidad estructural. La tercera misión, en la que nos encontramos actualmente, pretende obturar las fugas encontradas de forma que se contenga la hemorragia inicial de 125 toneladas/día y permita abordar con tranquilidad la elección y puesta en marcha de una solución definitiva.
El día de inmersión empieza entrando en la cabina a las 9.00. Las operaciones de puesta en el agua son verdaderamente espectaculares, especialmente si se siguen desde dentro, a través del visor. Hasta las 11.00 no llegamos al fondo. Hay tiempo para charlar, para comer y, principalmente, para recordar bien la misión y los objetivos del día. Encendiendo la luz exterior se pueden ver medusas o cigalas en diferentes estados evolutivos. A partir de la llegada al pecio comienza el trabajo programado: hundir cabos flotantes, tomar medidas, cortar cables, tomar temperaturas, obturar fugas con tapas, disponer pesos sobre ellas, ajustar escotillas, poner fundas. Los brazos mecánicos deben moverse con gran precisión. Cada operación se realiza muy despacio. Los movimientos son a cámara lenta. Mientras tanto, dos cámaras están grabando las operaciones para su uso posterior. Y así cinco horas, hasta que agotan las baterías. Son las 16.00, soltamos lastre, subimos. En dos horas podremos saltar de nuevo al Atalante.
Realizar tareas de observación en un buque hundido no es una tarea fácil. La seguridad de la misión debe estar por encima de cualquier otra aspiración. Un buque hundido está rodeado de estachas flotantes, cables, cabos y elementos sueltos, que en cualquier momento pueden enganchar al Nautile, dejando a los tripulantes atrapados allí para siempre. Sin embargo, hay algo aún más complejo: trabajar allí abajo. Las operaciones de obturación son de una complejidad extrema y suponen un reto que nunca ha sido realizado hasta la fecha. Cuando se escuchan opiniones que se olvidan de estas limitaciones operativas, que no recuerdan que el entorno está a 400 atmósferas, y proponen operaciones cotidianas como si tal cosa ("... que corten, fijen, suelden, peguen, barrenen, exploten..."), caes en la cuenta de lo sencillo que es muchas veces opinar sin hacer antes el ejercicio de comprender.
El Nautile produce adicción. A pesar del frío y de las estrecheces, más allá de los riesgos que sabes que corres, está el tirón de lo extremo, el tirón del mar. Es como si allí abajo, a 4000 m, estuvieras más cerca de aquello que tantas veces has buscado.
Antonio Pérez de Lucas es jefe del departamento de Arquitectura Naval de Izar y miembro del Comité Científico Asesor.
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