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Reportaje:ARQUITECTURA

Réquiems y rascacielos

A las 9.30 del 18 de diciembre de 2002, la ciudad de Nueva York reco+noció finalmente la trascendental importancia de la arquitectura como acto irreprimible del espíritu humano. Ante millones de personas viendo la televisión o conectadas a Internet, siete equipos de arquitectos presentaron sus propuestas para la reconstrucción del solar del World Trade Center (WTC). Al ser un punto focal del intrincado tejido urbano del centro de Manhattan, este solar representaría en cualquier otra circunstancia un formidable desafío urbanístico. Pero la pregunta primordial que marcaba el momento era de carácter simbólico: ¿cómo podría la arquitectura contemporánea agrupar las distintas fuerzas cotidianas y sublimarlas en un profundo memento mori?

¿Cómo podría la arquitectura contemporánea agrupar las distintas fuerzas cotidianas y sublimarlas en un profundo memento mori?

Con la sensibilidad de un cabalista hacia las voces ocultas de las circunstancias, Daniel Libeskind ha aplicado una alquimia esotérica de líneas y formas para inculcar memoria y significado en su elegía al WTC. Este arquitecto santifica los pastosos muros de cimentación que se han conservado para formar un espacio de meditación al aire libre, situado a más de 20 metros de profundidad en la Zona Cero. Desde esta zona primigenia, su poema se despliega en espiral hasta alcanzar el nivel de la calle, donde una matriz de líneas traza transversalmente un profundo rasgo de carácter específicamente espiritual. Una X excavada en la masa, a modo de gran vacío verde en el solar, resucita un recurso ya antiguo: las dos líneas de la X quedarán definidas cada 11 de septiembre por dos rayos de sol correspondientes a las 8.46 (cuando se estrelló el primer avión) y a las 10.28 (cuando se vino abajo la segunda torre). Cada aniversario de la tragedia, la luz del sol caerá sin sombras sobre esta Cuña de Luz.

El cuarteto formado por Meier, Eisenman, Gwathmey y Holl elabora también una profunda poética que ofrece un réquiem escondido tras la fría superficie de la abstracción moderna. El proyecto consagra el solar como una plaza conmemorativa recluida tras el abrazo angular de un columbario mural. Este muro, un tartán poroso, está formado por una trama de torres y puentes. Evocando unos fantasmales compañeros unidos del brazo en busca de fuerza y consuelo, el muro proporciona la verdadera dimensión de la habilidad que tiene la abstracción geométrica para alcanzar múltiples significados, puesto que alude simultáneamente a los fragmentos conservados de la maltrecha fachada de Yamasaki, a la solemnidad de los cementerios conmemorativos o a los vendajes de la guerra. En lo más desgarrador de sus arias, este cuarteto de arquitectos reviste con piedra roja toda la zona por la que se esparcieron los escombros. ¿Quién no comprendería la insinuación de que representan la vida que se derramó desde las torres?

"Nos interesa menos la significación que la eficacia", dijo provocativamente Alejandro Zaera en una conferencia en Princeton, ante la mayoría de sus colegas de United Architects. Con esa premisa nació este grupo, cuya propuesta sacrifica el significado para lograr la única innovación arquitectónica importante que ha surgido de todos los proyectos. UA despliega una detallada estrategia para que unas torres independientes puedan crecer, uniéndose entre sí, con el paso del tiempo. Este nuevo prototipo de edificio-racimo presenta notables ventajas, en especial una variedad sin precedentes en el tamaño de las plantas, haciendo así realidad la ambición de una ciudad suspendida en el aire. Pero sólo cuando miramos hacia arriba desde el monumento subterráneo a más de 20 metros bajo rasante, a través de las huellas vacías de las torres caídas, es cuando captamos del todo el grado emocional de la propuesta. Cuando las torres se inclinan hasta unirse, forman una marquesina arbórea que tamiza la luz al tiempo que su sublime escultura nos quita el aliento. Esto también es eficacia.

Roger Duffy, responsable del equipo de Skidmore, Owings & Merrill (SOM), animó a la participación invitando a una deslumbrante colección de talentos. Pese a ello su propuesta carece tanto de la intensa especificidad como de la inventiva que requiere un proyecto de esta magnitud. Aun siendo la más bella de todas las propuestas, pone de manifiesto que o bien la belleza no basta en este caso, o bien el diseño no es lo suficientemente bello, dolorosamente bello.

El dúo Peterson & Littenberg busca su inspiración en los nuevos urbanistas norteamericanos, un insidioso movimiento en favor de un paisaje urbano neohistórico que tiene sus equivalentes por toda Europa. Así pues, su proyecto propone la reorganización de un manido conjunto de partes: un jardín vallado rehundido, un anfiteatro, una nueva plaza pública con un nuevo campanario y un gran bulevar peatonal. Las torres gemelas reaparecen con forma de zigurat al estilo de la década de 1930, por supuesto. La propuesta sería gratamente desdeñable si no fuese por el hecho de que está en el solar del WTC. Dado que el fanatismo que impulsó el ataque era nada menos que la aversión al progreso, a la propia modernidad, una propuesta tan nostálgica, resulta descaminada.

Problemáticas en otro sentido eran las tres propuestas de Think (un equipo dirigido por Rafael Viñoly) para un jardín, una galería y una pareja de torres, el World Cultural Center, ordenadas según el grado de asignación de fondos públicos. El World Cultural Center es un esquema fascinante: su pareja de celosías abiertas de doble hélice circunscriben unas torres tradicionales que elevan un programa cívico y cultural hasta lo más alto de la silueta urbana. Sin embargo, el espectáculo no siempre es suficiente; en este caso singular es imperativo lograr un porte más esquivo. Con más dedicación y menos subterfugios, Think podría haber encontrado un modo de atenuar el carácter de feria mundial que muestra esta versión.

Al parecer, para estar a la altura de las circunstancias, un proyecto de torres gemelas debería repasar y superar las superlativas cualidades originales de Yamasaki, y ése es precisamente el planteamiento de Norman Foster. Audaz y descarada, su propuesta cambia la sutileza por el impacto en su modo rotundo de abordar los tres problemas principales: reafirma unas nuevas torres gemelas en la silueta urbana, honra a las víctimas poniendo de manifiesto las huellas de las torres perdidas con unos muros monumentales y coloca el conjunto en un parque. Su momento más conmovedor tiene lugar dentro del santuario delimitado por los muros de las huellas, cuya altura garantiza que, cuando miramos hacia arriba, sólo vemos el cielo abierto. Aunque a quien esto escribe le recuerda demasiado a una epopeya de Spielberg, esa misma sensibilidad ha cosechado para su proyecto muchos seguidores entre el público, al menos en los primeros días. Opiniones aparte, estos siete equipos han elevado el debate hasta el nivel de las ideas arquitectónicas. Estos momentos son cruciales para nuestra disciplina y sus defensores, y por eso todos los equipos, individual y colectivamente, merecen nuestro respeto y nuestra gratitud.

Proyecto de Meier, Eisenman, Gwathmey y Holl.
Proyecto de Meier, Eisenman, Gwathmey y Holl.

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