A vueltas con la capitalidad
Si alguien, precisamente, no tiene sentido que plantee como problema la capitalidad andaluza es el alcalde de Sevilla. Yo, si fuera él, procuraría que nos olvidásemos de dos hechos: la precariedad de una capital que no está recogida en el Estatuto, y los cambios habidos en nuestra región en los últimos veinte años que han hecho disminuir la distancia entre Sevilla y el resto del sistema de ciudades andaluzas.
No se entiende qué interés tiene aislar a Málaga -y también a Bilbao- del proyecto de grandes ciudades españolas que comparten un montón de problemas comunes por el simple hecho de no ser capitales autonómicas.
Se entiende, en cambio, la vieja reivindicación madrileña de un estatuto de capitalidad: ser capital de un Estado cuesta dinero a sus habitantes, dada, entre otras cosas, la falta de ingresos por la extraterritorialidad de las embajadas y edificios de la Administración central o los elevados costos de protocolo y vigilancia de las cada día más frecuentes visitas de Estado.
El caso de Sevilla es justo el opuesto: la aportación de la Junta a su PIB es innegable. Creo que tenía razón el alcalde malagueño, Francisco de la Torre, cuando decía hace un año: "Si es por dinero, nosotros los haríamos gratis".
Tiene suerte Monteseirín con que el PP sea un partido tan centralista-sevillano y con tan pocas ganas de entrar en un debate que ha interiorizado realmente una parte de la sociedad andaluza -especialmente, granadina y malagueña-, que siente que desde Sevilla no se entiende nada bien la periferia. Puede parecer paranoia, pero es un sentimiento muy compartido.
Por eso no se concibe que, de nuevo, el alcalde sevillano -ese hombre del que Manuel Chaves, impávido, dijo, hace cuatro años que "era lo mejor que tenía el PSOE", sin que aún sepamos si era un halago o una queja, vuelva a desenterrar ese concepto de "capital integral", que no es sólo impropio de los tiempos, sino del sentido común y hasta del espíritu de nuestra Constitución.
Ni el alcalde madrileño más duro del franquismo, el conde de Mayalde, se habría atrevido a nada igual: Franco le habría mandado callar ante el temor de levantar las iras de las burguesías periféricas, vascas y catalana.
A Monteseirín nadie le ha mandado callar, quizá porque no hay una burguesía periférica andaluza, sino una simple burocracia patronal que opina como él o porque es tan tenaz que parece habernos acostumbrado a sus disparates, que sólo suscitan guiños cómplices del tipo de "qué cosas tiene este hombre".
Pero conviene ir hablando de estas cosas con libertad, abrir foros, comenzar a encuestar los sentimientos de la población sobre el hurtado debate de la capitalidad. Es un favor que nos hace el propio Monteseirín. Aprovechémoslo. Si el no tiene inconveniente, por qué lo vamos a tener los demás.
El grupo socialista en el Parlamento andaluz propuso no hace mucho abrir un debate sobre nuestro Estatuto. ¿Por qué no usar los mecanismos de consulta popular que ofrece la ley para debatir estos temas?
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