100 días
En la redonda cifra de 100 días, la vida puede hacerte un regate de filigrana, colarte un caño entre las piernas o marrar un disparo a puerta vacía para tu inestimable deleite. Francisco Molina, el guardameta del Depor, lo ha experimentado muchas veces, pero la última cantada del destino al fallar un injusto penalti contra su portería le ha devuelto una sonrisa de campeonato. Todo se reduce, como en los derbis, a la pura guerra psicológica. El pasado octubre vio su nombre en la lista de convocados -portero titular- y se acojonó como cualquier hijo de vecino. Lo dijo sin el menor reparo ante el pelotón de periodistas que acudió a la cita de su desgracia. Pero el asunto era otro y Molina, agudo y sagaz como un felino, optó por desterrar de sus planes la estrategia del lamento y se aferró a intensas sesiones de moral, a entrenamientos de choque francamente admirables. El partido dio comienzo en pleno otoño en las instalaciones del Instituto Valenciano de Oncología ante un rival tan fiero y poderoso como venía anunciado en las crónicas. El bueno de Molina hubo de soportar entradas muy poco ortodoxas, cargas tan agresivas como veinte sesiones de quimioterapia que abaten al más lanzado. Pero en ningún momento -y esto hay que decirlo- abandonó los tres palos o pidió al mister que le sustituyeran por lesión. El descanso del encuentro a base de largos paseos por la playa de la Pobla de Farnals fue determinante para restituirle el físico y el ánimo. Y con la moral a borde de mandíbula saltó de nuevo al césped y ocupó su lugar bajo el larguero sin perder de vista al enemigo. La batalla psicológica que se libraba en el terreno de juego era absoluta. Los minutos corrían, sin duda, a su favor, pero mantener la meta a cero resultaba cada vez más difícil.
Los cien días de duelo entre codazos al hígado y disparos a la escuadra concluyeron al fin bajo el silbato atronador de la victoria. Lo contó el propio cancerbero con la sonrisa de un superviviente, mostrando ante las cámaras las secuelas del embate.
Quiero ser como él cuando un mal sueño me mande a calentar y alguien diga mi nombre por la megafonía.
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