La caza de patos en Rusia
Rusia es un país de numerosas transformaciones revolucionarias, pero la prosperidad de sus habitantes es hasta hoy un objeto inalcanzable, y más que un objeto, una imaginaria línea de horizonte que se aleja constantemente. La libertad de prensa como garantía de la prosperidad, tal como la entendía el filósofo decimonónico Vasili Bervi-Flerovskii, no ha existido ni existe hoy en mi país. Para quien observa desde fuera, la situación de la prensa en Rusia tiene un peligro sobre el que quisiera advertirle: imagínese que es usted un pato y que revolotea libremente sobre un lago en búsqueda de un lugar cómodo para descansar y que, en la tranquila ensenada, ve a otros patos iguales a usted, que comen tranquilamente y graznan invitándole a compartir su paz. No se deje engañar por estas apariencias. En cuanto se acerque, los cazadores dispararán sin piedad desde los arbustos. Se trata de señuelos. Esos patos son iguales a usted en todo, pero bajo el agua, en la que nadan libremente, están atados a la orilla por cordeles que usted no ve.
La palabra rusa "zakón" (ley) equivale a la inglesa "law". Cuando un anglosajón habla de "law", lo habitual es que la observe, incluso si se trata de reglas insignificantes. Ahora bien, cuando un ruso dice "zakón", lo habitual es que la transgreda, incluso si se trata de los diez mandamientos. Por eso no hay que confiar mucho en los diccionarios: un pato amarrado y un pato que vuela son patos muy diferentes.
Cuando le parezca que los problemas de los periodistas para acceder a la información sobre Chechenia son los mismos que durante la guerra del golfo Pérsico, restriéguese los ojos o santígüese, pero no se olvide de los cazadores agazapados en los arbustos y no se pose en la quietud de esta engañosa ensenada.
En primer lugar, en el golfo Pérsico había una guerra. Se sabía quién luchaba contra quién y dónde estaba la línea de frente. En Chechenia no hay guerra y ni siquiera se ha declarado el estado de excepción. Lo que hay allí desde hace unos años es una operación antiterrorista, donde no hay partes beligerantes y donde la línea de frente puede pasar no sólo por Grozni o Urús Martán, en Chechenia, sino también por Moscú o Riazán, en el interior de Rusia.
En segundo lugar, la restricción del acceso a cierta información en la guerra del Golfo se impuso con el acuerdo mutuo de los militares y los periodistas. Era un acuerdo escrito y válido por poco tiempo. En Chechenia son los militares quienes determinan el régimen de acceso, con normas que pueden diferir totalmente para cada una de las instituciones combatientes. Puede haber una norma para el Ejército, otra para las fuerzas del Ministerio del Interior y una tercera para los servicios secretos. Con relación a los plazos, nadie ha contestado aún a las preguntas que se plantearon ya en el 94-95, durante la primera guerra chechena, cuando las relaciones entre las partes beligerantes y la prensa eran relativamente liberales. Por ejemplo, hasta ahora no se conocen los nombres de centenares de muertos ni el destino de los desaparecidos, entre los que también había periodistas. La relación de los militares con la información queda caracterizada con la frase que en una ocasión pronunció un mayor al confiscar una casete con materiales rodados en su territorio a un cámara televisivo: "Todo lo que aquí ha grabado no es verdad y no tiene ninguna relación con la realidad".
En tercer lugar, detrás de los periodistas estadounidenses y europeos hay una amplia y reiterada asimilación práctica de la historia democrática. Detrás de los periodistas rusos hay una experiencia igualmente prolongada de totalitarismo y más de una década de vida y trabajo durante los primeros pasos de la democracia y la transición hacia la economía de mercado. Esto no sólo se refleja en la sorprendente diferencia de actitudes ante la ley, que mencionamos. Supone también la ausencia en la prensa rusa de tradiciones democráticas, de normas éticas elaboradas y articuladas y la falta de costumbre de observar estas normas.
En cuarto lugar, la prensa occidental, con su egoísmo y pretensiones de independencia, se considera a sí misma un instrumento orgánico de la sociedad civil, mientras la prensa rusa no ha resuelto aún si existe en el país una sociedad civil y en la mayoría de los casos responde a esta pregunta de forma negativa y, a pesar de la experiencia mundial, se considera a sí misma sociedad civil y, con orgullo, se proclama ilícitamente cuarto poder.
En quinto lugar, al margen de la guerra, la falta de tradiciones democráticas es más característica para las autoridades rusas que para la prensa. La prensa estatal, que es una especie en extinción en Europa y América, continúa floreciendo y reproduciéndose en los enormes espacios rusos. Hasta el 70% de los periódicos y más del 80% de las trasmisiones televisivas están sometidos de un modo u otro a la dirección estatal o a su influencia. Todos los talleres tipográficos importantes y la absoluta mayoría de los centros de emisión radiofónica son de propiedad estatal, lo que permite directa o indirectamente influir en el contenido de los periódicos, la radio y los programas televisivos. En algunas provincias de la Federación Rusa no se puede imprimir ni sola una publicación no controlada, por no hablar ya de un periódico de oposición. La dependencia de las autoridades deforma el espejo informativo de la prensa y la televisión. El país se refleja en él como un ser monstruoso de proporciones deformadas, cuya cabeza (las autoridades) ocupa el 70% del tamaño total, y el resto del cuerpo (los problemas sociales), sólo el 30%. Esta desproporción ha provocado un sustantivo cambio en las prioridades sociales: menos del 20% de la población confía en los medios de comunicación. A título comparativo, esta cifra fue entre 4 y 4,5 veces mayor en época de la perestroika.
En sexto lugar, la prensa, que se regula de cualquier modo excepto con mecanismos de mercado, no se ha transformado en un negocio serio. El Estado da subvenciones y privilegios a los medios que le pertenecen. Los medios no estatales, por su parte, son controlados por los oligarcas, cuyo negocio, a su vez, depende del poder de las autoridades. El mercado de la publicidad está contraído: más del 70% de los recursos se concentran en Moscú y esto impide a la prensa regional desarrollarse con libertad. La igualdad de oportunidades de partida no se ha dado ni se da hasta ahora.
El periodismo del inicio de la década de los noventa en Rusia se ha convertido en una profesión peligrosa. Por la cantidad de periodistas perecidos, Rusia ocupa uno de los primeros lugares en las listas de las organizaciones de defensa de los derechos humanos. Los procesos contra los periodistas y las redacciones son desastrosos para la prensa libre. Hay gobernadores que incoan hasta diez procesos al año, a veces por cosas insignificantes e inventadas. El cierre de los incómodos canales de televisión NTV y TV6 mostró que las autoridades no bromean con los disidentes y que el mecanismo de represión de la prensa libre se perfecciona a ojos vista. A este fin se utiliza el poder judicial y los recursos administrativos, además de la policía fiscal, los órganos de control sanitario, las provocaciones de los órganos del orden público e incluso de los servicios secretos.
Desde la elección de Vladímir Putin como presidente en el 2000, la Administración del país se ha hecho más autoritaria y más dura. El miedo que ha vuelto a despertarse se refleja en la calidad de la información, en la valentía de las opiniones y en la independencia de los análisis.
En Rusia no existe una ley que garantice el acceso a la información ni tampoco una ley sobre la televisión. La ley sobre los medios de comunicación de 1991, que defendía a la prensa del retorno del régimen comunista, se ha quedado anticuada y sus puntos de vista están siendo sustituidos por otros, cómodos para las autoridades y los oligarcas dueños de los medios. Las primeras versiones de la nueva ley, preparada bajo los auspicios del Ministerio de Prensa, indican un retroceso respecto a la ley del 91. Ésta no regulaba el derecho a la propiedad de los medios de comunicación, lo que no es sorprendente, ya que sus autores tenían ante sí el modelo de propietario único del Estado soviético. La nueva ley, que está siendo dictada por los nuevos propietarios, entre ellos los estatales, defenderá los intereses de éstos a costa de la independencia de la política de la redacción y de los periodistas.
Los patos falsos instalados como señuelos por los cazadores pueden comer y engordar sin problema, pero pierden la capacidad y el deseo de volar. Los cordeles que los amarran no son perceptibles a vista de pájaro, a la distancia desde la cual Occidente suele mirar los problemas de la democracia rusa.
Alexéi Símonov es director de la Fundación para la Defensa de la Glasnost, una ONG dedicada a vigilar y denunciar los abusos contra la libertad de prensa en Rusia.
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