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Columna
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Estrategia

"Las mujeres somos malas, pero podemos ser peores", dijo Rosa Mar Prieto en su presentación de Carmen Alborch frente a un público que rebosaba el salón de actos del Club Antares. A continuación, Carmen Alborch, que puso de manifiesto la importancia de la complicidad entre mujeres. Combatiendo la envidia y la rivalidad se podría intercambiar información y formar redes de apoyo para propiciar el liderazgo femenino. Una estrategia de la que ya tenemos alguna idea y sobre la que la oradora dio una serie de preceptos para lograr su consecución, como la solidaridad sin rencor ni celos, sin juego sucio ni tampoco descalificación o desprecio.

La conferenciante consideró que las mujeres deben vivir en la lógica de su ganancia y su beneficio -honradamente, claro- y compartirlo, es decir: asociarse sin exclusiones, incluso con mujeres de diferentes culturas "aunque sea en una agenda de mínimos", concluyó citando a Amelia Valcárcel. Me imagino que eso incluirá también a mujeres de diferente ideología o partidos políticos, porque otra cosa sería caer en lo mismo de siempre. También opinó que a las mujeres no les resulta fácil expresarse, y, eso, de alguna manera, las convierte en invisibles, por lo que deben acostumbrarse a utilizar el lenguaje como estrategia de poder. No es la primera vez que oigo ese comentario.

Yo comparto ese derecho de ser, de hacer y de llegar la mujer donde se proponga, tal como puede hacerlo el hombre, y no porque seamos mejores ni peores que ellos; simplemente por derecho. También comprendo que la estrategia para conseguirlo se base en una red de apoyo general con la misma complicidad que los hombres mantuvieron entre ellos durante siglos. Esa complicidad combinada con una capacidad de expresión importante podría ser, digo yo, definitiva. La dificultad puede estar en hacérselo comprender, no ya a los hombres, sino a las propias mujeres que no están acostumbradas a apoyarse entre sí independientemente de otros intereses propios o ajenos; a quienes quizá les dé miedo a perder el favor de los hombres, de quienes durante tanto tiempo han dependido y por los que también, tal como dijo la oradora, acostumbraban a rivalizar. Mujeres, en fin, a quienes quizá no les interesa el poder que existe o que aún no han aprendido a luchar por cualquier poder.

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