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VISTO / OÍDO
Columna
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Para quién son las cárceles

"¿Por quién doblan las campanas? Por ti, por mí". Lo cantaba John Donne en Devociones por ocasiones de urgencia (1624). ¿Para quién construyen tres cárceles, por qué se insulta a una juez que cumple leyes beneficiosas y se destituye al director de Nanclares que informó bien sobre un detenido? Por ti, por mí. No basta decir "No soy terrorista ni lo seré" (prefiero ser víctima), ni un descuidero, ni un tironero: y de esto no estoy tan seguro, dependerá de a qué clase de ruina se me arroje. Dije en la radio (SER, A vivir que son dos días, de Fernando Delgado) a mi comprensiva y tolerante Isabel Estapé que tengo dos razones personales para este rechazo al exceso de penalidad al que estamos asistiendo, siguiendo las enseñanzas de Bush. Una es que soy hijo de preso; la otra, que asumí las cosas que dijo y las que realmente hizo un revolucionario cuyo 2003º aniversario se celebra ahora.

Aclaro: ser hijo de preso dura toda la vida: no sólo es el horror de ver al padre en esa situación siendo alguien decente, sobre el que puede recaer de pronto un título de asesino, terrorista y hasta blasfemo, sino en ti mismo, en la aniquilación de tus puntos de partida, en tu destino. En cuanto al hombre aquel, leo (ayer, este periódico) que el teólogo Juan José Tamayo ha sido condenado por el Vaticano por "negar la divinidad de Cristo": como yo. Ateo y rojo: dos taras en la vida. Odio el delito y compadezco al delincuente (lo decía Concepción Arenal). Y pienso que al empezar julio de 1936 nadie pensaba que era susceptible de ser asesinado, o fusilado en un cementerio, o en Paracuellos, o encerrado en una cárcel: no las hizo nuevas Franco, sino que aprovechó colegios y conventos.

(La frase: las campanas tocaban a muerto cuando se ejecutaba a alguien y también significaba que podíamos ser tú o yo. Lo empezó el obispo Sin, en Filipinas, contra los ejecutados por los españoles, como el patriota Rizal. Siguió en las iglesias católicas de Gran Bretaña, donde tanto funcionaba la horca: es frase ya simbólica de la lucha de los abolicionistas. En Europa se abolió: se consiguió que no hubiese cadena perpetua y que no se dejase a nadie pudrirse en la cárcel para toda la vida, como piden ahora los mismos católicos. Hemingway tomó la frase para una novela que transcurría en España. Era profético: la muerte airada iba a seguir en todo el mundo. En Irak y en Palestina no hay campanas: si las hubiera, doblarían por nosotros).

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