El filósofo del ser que no es
Escribir una monografía para el público hispanohablante, clara y de altura como ésta, utilísima en el sentido divulgativo que se plantea la colección en que aparece, sobre alguien como Martin Heidegger, debe ser especialmente difícil. Primero, por la oscuridad y hermetismo geniales del pensamiento del alemán. Segundo, por la selva negra de su terminología, imposible de verter al castellano sino en una jerga extravagante. Tercero, por la idiosincrasia personal de este hombre "pequeño y oscuro", de este personaje "siniestro y mezquino", con el que en este aspecto no se siente nada cómodo el autor de este libro.
Oscuridad de pensamiento, extravagancia de escritura, sospechosa personalidad, en efecto, las de este "filósofo del ser", que nunca definió esta categoría última de sentido para el hombre, de posible solución de todos sus problemas, más que por su huella en lo que no es, por un olvido histórico, un devenir místico y una espera extática. O sea, por nada.
MARTIN HEIDEGGER, EL FILÓSOFO DEL SER
Luis Fernando Moreno Claros Edaf. Madrid, 2002 430 páginas. 16,95 euros
Un "Ser" con mayúscula, que al menos en su última época, posterior a la Segunda Guerra Mundial, parece más bien la racionalización sublimada de sus ideales fascistas recién fracasados o de sus reliquias infantil-juveniles de sacristía. Nacionalsocialista afligido, teólogo frustrado, teórico de una entelequia, si se quiere. Pero genial. Entre la fascinación y la repugnancia, como dice de él Steiner. En el olimpo de la filosofía del siglo XX sólo impera una dualidad: él y Wittgenstein. Ellos son los dos filósofos "considerados más imprescindibles" del siglo pasado (dice Moreno Claros, en expresión cauta, al estilo de la que siempre envara un tanto el posible alto vuelo del libro).
Este volumen afronta convenientemente los dos primeros aspectos a que nos referíamos al comienzo; es decir, explica bien el pensamiento de Heidegger y traduce bien su terminología; esto último, en casos, hasta mucho más comprensible y certeramente de lo acostumbrado (por ejemplo, cuando traduce "Gestell" por "engranaje", y explica por qué). También afronta convenientemente el tercer aspecto, el político, por su distancia al autor. Aunque creo que la enfatiza demasiado y que se defiende demasiado, casi como pidiendo disculpas de hablar de un personaje así. Por suerte o por desgracia, se puede ser un canalla y un gran pensador. Son dos categorías de universos distintos. La coherencia última del pensar es la de la propia vida: eso es la veracidad u honestidad intelectual. Y ésa, para bien o para mal, parece que sí la tuvo Heidegger. Además, sólo él supo de sus tensiones íntimas. Matar, no mató a nadie. Y, desde luego, nadie vivió ni murió por él. Nadie vive ni muere por nadie.
Mejor la ironía de la que hace gala este libro muchas veces, y en sus momentos más originales. Como, por ejemplo, cuando, hablando de la técnica, explica así el tratamiento de los temas heideggerianos, es decir, el método genial de este hombre: reflexión hermética sobre temas de expectación del momento; temas que no se plantean, sin embargo, ni a favor ni en contra de la moda, ni siquiera con las categorías al uso para tratarlos; reflexión que se concluye esotéricamente trayendo a colación unos versos: "En los que parecen hallarse todas las claves a las preguntas planteadas, cuyas respuestas se dejan a la libre interpretación de los atentos oyentes o lectores"; versos de un "visionario": en este caso, como en muchos, el indispensable vate suabo Hölderlin, que "será quien posea la última palabra en todo este asunto". Es decir: un pensamiento hermético, que discurre dentro pero fuera del contexto acostumbrado del momento, y de solución esotérica, poética, visionaria, abierta. A la espera del Ser... Sin rasgarse las vestiduras de antemano por pruritos progresistas, esto da en serio que pensar sobre el papel del pensar desde la perspectiva de una cumbre, o de un abismo paradigmático suyo.
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